Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El Goya del Resucitado


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Es bien sabido que me gusta el cine. Me encanta eso de poder sumergirme en historias muy distintas, en situaciones de todo tipo, de intuir en cada personaje rasgos de ese complejo y poliédrico misterio que somos el ser humano y constatar, en sus miedos, alegrías, sufrimientos e inquietudes, cómo es mucho más lo que nos une de fondo a todas las personas que aquello que nos diferencia. Este gusto, que reconozco aprendido y saboreado desde niña en mi casa, hace que me guste estar al día de eventos como los premios Goya del cine español.



Los discursos de los premiados

Es verdad que hace demasiados años que, por uno u otro motivo, no veo el festival entero y menos en directo, pero me encanta hacer un recorrido personal por sus ganadores y, sobre todo, por sus historias y por los discursos de los premiados. Siempre hay perlas que rescato y que me impresionan, como la confesión pública de Juliette Binoche de ese “fuego de un ardiente deseo” por contar historias que le quema por dentro y no puede contener, tan parecido a lo que también confesaba Jeremías en su momento (cf. Jr 20,9), o como Laia Costa, invitando a retomar relaciones con personas queridas como el mejor fruto que puede provocar la película que protagoniza, o como el mensaje de la ganadora del premio a la mejor actriz revelación a quienes sufren acoso: “No tenéis la culpa, no hay nada malo en vosotros y vosotras”.

Goya 2023

En este balance, siempre hay algún momento en el que no puedo evitar emocionarme. Supongo que una parte se debe a cierto contagio por lo que viven quienes se sienten reconocidos en su trabajo y su esfuerzo. No conviene olvidar que lo que nos coge por dentro tiene este efecto contagioso, especialmente cuando nos hacemos preguntas sobre la evangelización y la pastoral. Creo que otra parte tiene que ver con la capacidad que tienen los logros de hacernos mirar hacia atrás para contemplar de una forma nueva todo aquello que se ha experimentado, dando un sentido renovado a las largas y no siempre fáciles sendas que se han recorrido hasta llegar donde se está. ¿No será que a la luz de la Pascua todo tiene un sentido nuevo? Ojalá se nos note en el día a día que nos ha tocado el “premio gordo” de encontrarnos con el Resucitado y nuestro agradecimiento resulte contagioso.