Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El evangelio de ‘La casa de papel’


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En estas semanas de confinamiento estoy poniéndome al día con algunas series. Se me ha convertido en una rutina ver capítulos mientras paseo por la terraza como un león enjaulado. Día tras día, semana tras semana… al final me veo temporadas enteras. Una de las series que he visto han sido las dos primeras temporadas de ‘La casa de papel’. El hecho de que los capítulos se desarrollen en un lugar cerrado y con un grueso de personas secuestradas podría tener resonancias con la situación que estamos viviendo. Pero, más allá de eso y aunque pueda parecer un poco tonto, tengo la sensación de que hay algo en esa serie que se parece mucho al Evangelio.



A medida que van pasando los capítulos se van cambiando las tornas y, aquellos que deberíamos ver como “los malos” de la película, se van ganando el afecto de los espectadores. Al final, estás deseando que los ladrones puedan conseguir su objetivo y salir airosos de La casa de la moneda y timbre.

Nairobi (Alba Flores) en La casa de papel

La serie difumina esas claras barreras con las que solemos diferenciar a “los buenos” y “los malos”. De repente, aquellos que deberían ser los enemigos a batir por la policía, se convierten en seres humanos con inquietudes, con dificultades, con sufrimientos e historias personales. Se va descubriendo su humanidad más allá de estar cometiendo un robo y tener a muchas personas secuestradas. Todo esto me ha recordado que también Jesús le da la vuelta a los criterios que clasificaban a las personas en su época. Los fariseos, que tendrían que ser los más admirados por su comportamiento religioso, son aquellos a los que Él dirige sus palabras más duras, mientras afirma que los publicanos y prostitutas tienen más capacidad que ellos para acoger el Reino de Dios.

Tendemos a clasificar en nuestra cabeza a las personas, con sus ideas y comportamientos, desde criterios externos que los sitúan en “buenos” o “malos”, pero la realidad es mucho más compleja. Vivimos tiempos recios donde los extremos se radicalizan. Las posiciones ideológicas, políticas… e incluso religiosas se están polarizando. Ojalá, como en esa serie, podamos reconocer la humanidad que se esconde debajo de tantos estereotipos y descubrir cómo esas clasificaciones resultan muy injustas, pues no responden a la realidad profunda. Siempre es más lo que nos une que lo que nos separa cuando sabemos mirar al corazón, como hacía Jesús.