Creo que no hay sufrimiento más hondo para un papá o mamá que ver a sus hijos/as, ya mayores, pelear y distanciarse. El corazón se desgarra por la mitad y pareciera que el mismo útero se desangrara al ver cómo se alejan y agreden aquellos que cohabitaron en el mismo hogar. La impotencia del padre/madre aumenta en la medida que el orgullo de cada hijo/a va creando un abismo y la relación no hace más que empeorar, llenándose con malentendidos, heridas, sensibilidades, percepciones y el ego comienza a reinar. El amor compartido se debilita y la tristeza/rabia se apodera de lo que antes fue una unidad.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Si esto nos sucede a nosotros en nuestra pequeña humanidad, cuánto más le dolerá al Señor, que contempla con un dolor insondable cómo sus hijos adultos nos peleamos, destruimos, matamos y nos cargamos de resentimientos, venganzas, decepciones, desconfianza, agresividad y soledad. En este tiempo de Adviento, ojalá que cada uno haga el esfuerzo de ser humilde y conciliar posturas con quienes nos hayamos podido distanciar. Así, no solo estaremos construyendo nuestro cielo, sino aportándole alegría a Dios, que anhela su reino de paz.
Justicia paternal
Muchos de nosotros hemos invertido gran parte de la vida, tiempo, recursos y energía en formar familia. Desde el embarazo en adelante, hemos trasnochado, trabajado, alegrado, esforzado y llorado por construir vínculos sanos entre nuestros retoños, entregándoles amor, cuidado, valores, educación, fe y todo lo necesario para formarlos como personas buenas, felices y que sean un aporte para la sociedad. Hemos gastado la vida en darles todo lo que necesitan y los hemos bendecido con lo que hemos podido.
Por lo mismo, cuando discuten, pelean o se distancian entre ellos, se abre una herida muy especial. Es una mezcla de impotencia, frustración, rabia, desolación y una sensación de injusticia difícil de manejar. ¿Cómo, después de tanto dado, no es posible que hagan el esfuerzo de entenderse, comunicarse y generar puentes para resolver lo que los haya podido distanciar? ¿Acaso no son conscientes del sufrimiento que nos generan al actuar así? ¿Será que, como padres, nos sentimos con el derecho a pedir el esfuerzo por parte de ellos para que se puedan reconciliar y nos retribuyan así tanta vida donada?
Un divorcio relacional
Cuando uno, como padre/madre, escucha la versión de cada hijo/a que ha entrado en una disputa fraternal, fácilmente es capaz de empatizar con cada posición, ya que uno conoce sus historias, heridas y manera de pensar. Conoce a fondo sus temperamentos, modos de ser y dónde se quedan atrapados al querer avanzar. Lo doloroso del tema es que se va siendo testigo de dos películas absolutamente diferentes de una misma realidad y el reencuentro se va alejando cada vez más.
Cada palabra o hecho es mal interpretado y es leña para una hoguera de división y dolor familiar. El dilema es que no solo sufren los involucrados, sino todo el sistema, ya que se pierden la armonía, la capacidad de diálogo, la alegría, la libertad y la generosidad que antes se podía palpar. Celos, envidias, comparaciones y distancias congelan el ambiente y quiebran la unidad. Muchos conflictos comenzaron así y hasta hoy los padecemos como familias, sociedad y humanidad.
Un regalo de Navidad
Cuando los milagros suceden y los “hermanos” de sangre o de vida se logran reconciliar, los padres saltamos de gozo al ver retornar la paz. La familia logra levantarse y aprender del ‘impasse’ con amor y buena voluntad. Así también, cada uno de nosotros podemos generar gozo en el corazón de Dios si oramos y actuamos para gestar milagros de reencuentro en este tiempo de Adviento.
Seamos humildes, reconozcamos nuestras faltas y asumamos cuánto de nuestras heridas nos ha podido distanciar de otros, dando pasos concretos para perdonarnos y perdonar. Dejemos que el niño Dios nazca en nuestros vínculos y acortemos las distancias con todos los hermanos/as con los que nos hemos distanciado por razones políticas, religiosas, económicas, raciales o de cualquier tipo, en especial con los más pobres de la sociedad. Solo así estaremos aliviando el dolor del Padre/Madre Dios y, de paso, el nuestro, dejando más espacio al amor de verdad.