Es la cuarta semana en la que voy a hablar sobre la identidad y voy a ver cual es el concepto que, como cristianos, nos ayuda a superar el problema de la identificación excesiva con algo, de centrarnos únicamente en nuestra identidad. Se trata del Carisma. Según el diccionario de la RAE este es: “Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad”. Yo añadiría una cuestión (sin ánimo de minusvalorar el trabajo de los académicos): Dios no concede dones gratuitos solamente a algunas personas, sino a todas. Todos recibimos el amor infinito de Dios y eso es el mayor regalo que podemos tener.
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Aquellas peculiaridades que nos caracterizan son regalos divinos que hemos recibido y que podemos ofrecer a los otros. Y aquí es donde el cristianismo da la vuelta a la identidad. Aquello que tengo es un don recibido, que yo cultivo y trabajo, pero que en es regalado por el amor sobreabundante de Dios. Y eso que me hace diferente no es para mí, sino para los demás. Lo recibo para ponerlo en beneficio de la comunidad, en beneficio de los otros. Aquello que me identifica es lo que me permite acercarme al otro, estar en comunión con los demás.
Por ello, ante una identidad que me distingue del otro, el carisma me acerca al otro, porque me permite relacionarme con él desde lo que soy y le ofrezco. En este don ofrecido es donde se hace realidad, por un lado el amor que vivo, porque este solamente se concreta en la relación con mi prójimo, con quien está a mi lado y con quien está lejos de mí. Por otro lado, mi diferencia se complementa con la del otro. Somos interdependientes, yo ofrezco mi diferencia y recibo la del otro que, no es una amenaza para mí, sino una posibilidad de enriquecimiento.
Hijos de Dios
Vivir desde el carisma, desde lo que recibo, me hace ofrecer lo que soy como regalo al otro. Ser cristiano ya no es creer en la religión verdadera y ver a los demás por encima del hombro porque no se han dado cuenta de lo equivocados que están, sino ver a todos como hijos de Dios y saber que, hasta en la mujer adúltera, en el samaritano que cree en otros dioses, en el centurión romano que es parte de las fuerzas invasoras, hay alguien que es como yo, que es hijo de Dios. Es alguien con quien conversar, a quien escuchar, con quien vale la pena convivir, a quien ofrecerle lo que soy y amarle como hermano.
Si a lo largo de los siglos el cristianismo ha tenido la capacidad de atraer a tantas personas, ha sido precisamente por esta radicalidad. Porque muchos se han sentido queridos por Dios y se han dado cuenta de que todos somos imagen y semejanza de nuestro Dios. Son esa igualdad y esa bondad practicadas por quien cree que todos se merecen ser amados hagan lo que hagan, las que redimen a las personas, las que provocan ese perdón infinito que Dios siempre ofrece a todos, también a quienes se alejan de Él.