En un balance global histórico –y contando con las miserias inherentes al ser humano–, gana y por goleada lo bueno que han supuesto los herederos del primado de Pedro para la Iglesia y toda la humanidad. La sucesión apostólica parece que sigue contando con la bendición de su “inventor”, Jesús de Nazaret.
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Pero…
Sin embargo, también parece obvio que, en determinados momentos, los elegidos para ser ‘Primus inter pares’… no fueron precisamente ejemplares. Ni lo más mínimo. Por más que se intente dar la vuelta a los sucesos para mitigar sus pecados y males (¿A qué nos suena el apellido Borgia?).
Podríamos discutir si esa lista de papas “permitidos” pero no “queridos” por “el Espíritu Santo y nosotros” (Hch 15,28) es larga o corta. Pero haberlos, los ha habido.
Y, creo que tal riesgo tiene mucho que ver con el hecho de que solo sea una persona en cada momento la que encarne esa figura privilegiada, y sobre cuyas espaldas recaiga –con la ayuda de Dios, por supuesto– el peso del mal y de las fragilidades de sus correligionarios.
En una dirección parecida, pues al fin y al cabo, el Obispo de Roma también tiene mucho de figura política, también desde hace tiempo me genera una enorme duda nuestro sistema político actual, en tanto en cuanto encumbra a casi semidiosas a personas de carne y hueso, dejando en su responsabilidad la marcha y el buen funcionamiento no sólo de sus partidos, gobiernos e instituciones, sino de miles y millones de personas.
Si Pedro o Alberto, si Donald o Vladimir, si Benjamin o Volodimir… son ególatras, malvados, egoístas, ineptos, corruptos, incompetentes… o un largo etcétera de epítetos limitantes, su repercusión en la vida de muchas personas es nefasta, y se traduce en dolor, injusticia, miseria, e incluso muerte. Porque, aunque en toda organización “vertical”, hay muchas formas de hacer contrapesos a las “cabezas”, no dejan de ser parches ante lo que parece ser una práctica cuestionable o, con mucho, mejorable.
Más Pedros… más piedras
Por eso, dando antes muchas gracias a Dios por los pontificados de los últimos Papas, especialmente por Francisco, y sabiendo que “toco hueso” porque estamos hablando de algo que hunde sus raíces en la Revelación con mayúsculas, me pregunto si podríamos aspirar a una Iglesia –del mismo modo, a modelos de Gobierno político– donde la responsabilidad se repartiese, a partes iguales, entre más de una persona. Una Iglesia donde hubiese, a la vez, dos, tres… o 12 Papas, elegidos a la vez. (Eso sí, el modo de elegirlos daría, al menos, para otro post).
Tampoco tenemos muchos ejemplos de que ese poder/servicio repartido entre varias personas haya dado mejores frutos –el famoso triunvirato romano sin ir más lejos–, pero, quizá también aquí es de aplicar lo de la ‘Evangelii gaudium’ que tanto repetía Bergoglio de una forma u otra: más vale equivocarse, accidentarse, por intentarlo, que enfermarse por no hacerlo (cf. EG 49).
Y, claro es que, como paradigma de sinodalidad radical no habría mejor exponente: un papado compuesto por varias personas elegidas con el auspicio del Espíritu Santo, que representasen una rica diversidad y no una única “facción” y que, en cualquier caso, asegurasen que las orientaciones y las decisiones nacieran de la colegialidad más pura y auténtica, no sólo de una concesión benéfica a la misma.
Sí. Jesús nombró a Simón la Piedra sobre la que edificar su Iglesia. Pero, como en tantas otras ocasiones, donde Dios ha ido acompañando a la humanidad en el descubrimiento de nuevas formas de actualizar su Evangelio… igual aquí podríamos encontrar su luz.
Porque los edificios pueden tener una sola piedra angular, pero necesitan de muchas vigas maestras.
Mientras, oremos por el nuevo Papa que venga.
Será lo que Dios quiera. O permita.