Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Dónde quedó la “interioridad”?


Compartir

La pugna por los conceptos me recuerda mucho al estudio de la sofística. Se trata de poner de moda palabras, que suenen, con la intención de que calen en el gran público. Si la apuesta suena mal, se abandonan en busca de otros nuevos. Pero nuestro acelerado tiempo hace que, incluso aquellos que consiguen resonar y tienen un impacto, deban ceder su puesto a otros más nuevos.

Hace un año (y una semana) que apareció Rosalía con ‘El mal querer’. Desde entonces, todo premios, halagos y aplausos. Después de consultar los periódicos de noviembre en años anteriores, todo me parece prehistórico. Persisten los conflictos, eso sí. La tensión, el enfrentamiento, el odio y la muerte tienen más vida en los periódicos que la vida misma. Aun así, lo que resiste al tiempo suelta hoy un hedor putrefacto. ¿No queda nada más que descomposición?

Unos cuantos cursos académicos atrás, enfrascado en lecturas y absorbido por la figura de Kierkegaard, me asomé a uno de sus libros: ‘El Instante’. No conozco otra traducción que la de Trotta y el danés pinta difícil. Ahí se trata de la seriedad del momento, no en el transcurso de un tiempo sin más, sino de la existencia, que es la vida. Tomarán otros de aquí la matriz para su pensamiento sobre la seriedad de cada acción en cada momento, como el potencial aristotélico parece volcarse sobre el acto concreto al modo como un reloj de arena vierte sus prebendas. Con la salvedad de la necesaria puesta en marcha el sujeto mismo, responsable de sí, que se atiende y preocupa por sí, que descubre en esa atención a sí mismo lo más grande, lo mayor que sí. Y deja entonces el “mí mismo” como el niño abandona el juego para adentrarse en la existencia.

La interioridad es la pregunta por el sujeto sólido, no líquido. La interioridad es la reivindicación de lo que en otros tiempos sembraba la referencia fecunda, en imagen, del “ir contra corriente” cínico, de probar nuevas vías, de explorar horizontes diferentes, de la aventura única que inaugura cada persona viviente consciente de sí misma. La interioridad, ahora abandonada y mezquinamente tratada por quienes no se detuvieron en ella a merced de las modas, pide una vez más ser atendida. Aunque sea como educación emocional, educación para el pensamiento crítico (que aparenta resistir las modas, más apoyado en Kant que en apostar por la trascendencia), educación para la vida (en términos tan generales que da pavor preguntar a qué refiere), educación para… Y una y otra vez, la interioridad exige caminar de la mano de la educación, como finura y encanto, como cultura y transformación, como concentración en el tiempo que es hoy de alguien que pregunta por algo mucho mayor de lo que es. Y ahí queda la interioridad y toda su inmanencia expuesta a toda presunta trascendencia. ¿Qué es esto que vivo? ¿De qué estoy hecho que no puedo prescindir de su pregunta?