Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Divertimentos vacacionales


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Los seres humanos estamos hechos para estar bien. Se puede expresar de muchos modos: estamos hechos para la salud, para ser felices, para el equilibrio, para la armonía, para la vida… Me refiero a la tendencia natural (y casi animal, si se prefiere) para buscar y conservar lo que nos hace bien. De lo contrario, enfermamos; y lo hacemos en cualquiera de sus formas (más o menos explícitas) y en cualquiera de las dimensiones que conforman a la persona en su totalidad. De hecho, creo que es este uno de los mejores criterios para confirmar nuestra manera particular de entender lo que nos hace bien: si algo o alguien perjudica tu salud (mental, emocional, espiritual, relacional, física…) no te hace bien. Punto.



En épocas de descanso y ocio, de vacaciones, es más fácil (en teoría) propiciarnos aquello que creemos que nos hace bien. Todos elegimos en la medida de lo posible, claro. La realidad se impone siempre. Pero aun así, no siempre nos hace bien lo que creemos que será bueno para nosotros. Y nos damos cuenta después, por los efectos, por el desequilibrio que nos deja aquello que creíamos que nos haría muy felices: subidones que nos agotan…, excesos que terminan en una especie de triste nostalgia…, sinceros ataques éticos de responsabilidad o ese mal entendido no-hacer-nada que acaba pidiéndonos algo más.

La brújula interior

Menos mal que esa brújula interior que tenemos por estar vivos, mejor o peor calibrada, siempre acaba resituándonos, huyendo de lo que nos enferma, entristece, divide, rompe… ¿o no? Tardaremos más o menos, pero estoy convencida de que acabamos viéndolo. No todo lo que creemos que nos hace bien, nos hace buenos, bellos, verdaderos. No todo lo que creemos que nos hace bien, nos hace saludablemente humanos, razonablemente felices. No todo lo bueno en sí mismo me hace bien a mí, aquí y ahora, aunque quizá si lo hiciera el año pasado.

No sé si san Pablo tuvo una experiencia similar a la mía: “Todo es lícito, pero no todo me conviene” (1Cor 10,23). Si eres diabético y quieres tomar un enorme helado de chocolate y ron con pasas, quizá está más claro. Pero en la vida y en las relaciones no es tan sencillo: ¿insistir en una relación quebrada es una apuesta responsable o forzar la realidad?, ¿pasar tus vacaciones solo es un modo sano de reconciliarte con tu soledad o un repliegue cobarde por tus dificultades para hacer nuevos amigos?, ¿excesos de alcohol, comida y otros placeres son regalos que te haces o escapadas de una rutina que no soportas? Las opciones son infinitas.

Pareja mirando el paisaje

La vuelta a nuestras rutinas puede ser otra señal para distinguir divertimientos vacacionales, tan efímeros como necesarios a veces, de aquello y aquellos que incluso en contra de lo que el sentido común podría decir, a nosotros –a mí– nos hacen bien en este preciso momento de la vida. Bien de verdad. Me lo dice el cuerpo, me lo dice el estómago, me lo dice la vida. Allí donde podríamos quedarnos a vivir sin necesidad de tomarnos un descanso.