Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Dios quiere que seas tú mismo… y nada más


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Hay personas que desearían pasar desapercibidas. No me refiero a esa gente “gris” que, por no destacar ni por encima ni por debajo de los demás, por no ser ni demasiado revoltosos ni demasiado brillantes, pasan inadvertidos para quienes los tienen a su cargo.

No, me refiero a aquellos que, porque no se quieren lo suficiente y no se consideran merecedoras de ninguna atención especial, desearían que nadie se fijara en ellos, que nadie les prestara atención y añoran una invisibilidad que resulta imposible.

Esta pretensión que albergan algunos me ha hecho recordar una genialidad del lenguaje. En hebreo bíblico hay una partícula que resulta difícil de entender desde los parámetros de nuestro idioma. Se trata de una indicación de existencia a la que se recurre para constatar que algo es y está.

Lo gracioso es que se recurre a ella para expresar la respuesta esperada a la llamada divina. Aquello que en nuestras Biblias suele traducirse como “aquí estoy” es, en realidad, esa partícula referida a la primera persona del singular.

“Ser” para responder

La curiosidad lingüística pone en evidencia que el Dios que se revela en la Escritura cuenta con que “seamos” antes de poder aceptar con libertad sus invitaciones. Afirmar con sencillez nuestra existencia ante los demás, ante las circunstancias y ante la vida misma no es una actitud a evitar.

Se trata de una condición necesaria para acoger el sueño del Señor en nuestras existencias… porque Él quiere, ante todo, que seamos nosotros mismos, sin escondernos ni avergonzarnos por ello.