Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 57: la ternura


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He en esta pandemia hemos redescubierto el drama y el valor de la vulnerabilidad y en su interior, la ternura. Con ese nombre nos llegó a mitad de abril nos llegó el himno francés para resistir la pandemia. Francia cantaba esta canción cuando tenían tres mil muertes y la siguen cantando ahora, con aun mayor fuerza, cuando ya han superado las 26.000 víctimas. Difícil que llegue más hondo porque la ternura ofrece un suelo firme sobre el que siempre podemos ponernos en pie. La riqueza es un hielo quebradizo, la gloria son arenas movedizas y el poder es lava que te quema, pero la ternura, no. Tiene las virtudes del prado verde, la roca firme, la playa amable. Con la ternura en las manos, en la boca y la mirada se puede soportar todo. La ternura nos hace invenciblemente vulnerables.



Se ha difundido por todo el planeta, pero merece la pena no olvidarla y hacerla nuestra hasta que la llevemos en el corazón. Deberíamos aprendérnoslo para poder cantarlo en las partes oscuras del bosque que atravesamos y en un futuro seguramente volveremos a cruzar. En el canal oficial de su promotor, el guitarrista Valentin Vander, se puede encontrar el video original, con subtítulos disponibles en español.

La ternura fue compuesta por Noël Roux (letra) y Hubert Giraud (música) en 1963. Es preciosa la historia del compositor de su música, Hubert Giraud, que falleció hace tres años con 76 años. Perdió a su padre a los cinco años y eso le provocó un asma crónica. El médico le aconsejó que aprendiera a tocar un instrumento de viento para poder recuperarse y él escogió no separarse ya nunca más de su armónica. La música no solo le curó, sino que, con menos de veinte años, le llevó a formar parte del quinteto del jazzista Django Reinhardt. Luego pasó un largo tiempo en Latinoamérica donde mezcló la tradición francesa, el jazz y la música latina. Su carrera la dedicó a la composición y en 1951 le llegó la fama mundial por la canción ‘Sous le ciel de Paris’, ‘Bajo el cielo de París’. Aquí podéis escuchar una versión de esa canción en voz de ZAZ en un precioso video de grafitis y calles de París.

Hubert Giraud tuvo una carrera de muchos éxitos, pero nunca dejó de ser aquel niño que soplaba la armónica para volver a recuperar a su padre. Me quiero imaginar la ternura con la que el pequeño Hubert tomaría la armónica, como si fuera su propio padre ayudándole a recobrar el aire de su vida. Hay mucha ternura en ese niño curando su herida con música y aire, aspirando y expirando, hasta superar la muerte de su padre y transformar ese dolor que llevó a quedarse sin aire, en belleza.

Esta canción es penetrante porque pone la ternura en el centro de la herida que se nos ha abierto por esta pandemia, la mete dentro de la experiencia de vulnerabilidad –social, personal, existencial, civilizatoria– de esta pandemia. Muchas cosas que hemos considerado escudos contra la vulnerabilidad no eran sino cartón mojado: el dinero, la gloria, el trabajo y el placer, señala la canción.

¿Qué echamos de menos ahora que estamos encerrados? Seguro que no es viajar lejos ni ir a buscar la ropa de la nueva temporada otoño/invierno, sino poder reunirnos tranquilos con nuestros amigos en una comida sin mamparas, donde podamos estar abrazados, acariciarnos la espalda como si necesitáramos comprobar que el otro no es un fantasma. A un amigo mío le han despedido por esta espiral de destrucción y quiebras que padecemos. Esta mañana me comentaba que, tras estos meses de trabajo por videoconferencias, de repente le quitaron las claves y la pantalla se fundió en negro. No pudo despedirse de la gente. Se ha quedado sin empleo después de años, pero no me hablaba de problemas económicos ni de la herida que deja en tu autoestima que te despidan, sino de que se hubiera fundido en negro para los demás. Afortunadamente ha sido mucha gente la que le ha llamado, muchas las pantallas que se le han encendido. Esta mañana no me transmitía reproches ni dolor, ni un mal gesto sobre su compañía, sino solamente ternura y ese corazón de oro me ha conmovido. Si donde hay decepción ponemos ternura, saldrán flores. Si ponemos ternura donde dudemos de si nuestra vida realmente merece la pena, descubriremos los frutos. La ternura es un espejo ante el que las cosas cobran su verdadero valor.

ternura beso

Quizás no podamos parar el tifón de la pandemia ni la espiral destructiva que se ha alzado a su alrededor, pero ningún virus nos quitará la ternura. Por el contrario, cuando más vulnerables sabemos que somos, más hondamente se abre la mina de oro de la ternura. La pandemia nos ha partido el corazón y, como en una montaña quebrada, hemos podido ver la enorme veta de la ternura del corazón de oro.

Ahora, como aquel pequeño Hubert que se quedaba sin aire, tomamos la armónica de la ternura y aspiramos como si fuera nuestro respirador. La ternura es el respirador que nos permite calmar la ansiedad, tranquilizar los miedos, no abismarnos ante nuestra fragilidad, confiar en que podemos rescatarnos de los riesgos en que nosotros mismos hemos metido al planeta entero. La ternura nos pone de un modo distinto ante nosotros mismos. Nos reímos dolorosamente de nuestras excusas y vanidades

La conciencia personal es la materia más difícil de modificar de todo el universo, pero es posible si la movemos con algo tan débil como la ternura. Para intervenir algunos de los materiales más duros, se usan puntas de diamantes. En 2018 descubrieron que el material más duro del cosmos es lo que llaman la pasta nuclear, cien billones de veces más resistente que el acero. Se encuentra en el interior de la corteza de las estrellas de neutrones, esas que, al llegar a cierta edad, explotan y quedan empastadas en una masa de neutrones. Pues el material bajo su superficie es la pasta de neutrones. Bien: la conciencia humana es todavía más resistente para cambiar y para no hacerlo. Está hecha de otra pasta… Lo que corta, pule y altera la conciencia no es el diamante, el wolframio ni una cuchilla hecha con pasta de neutrones, sino lo más débil, sutil y amable: la ternura. Contra la conciencia no puede el oro del dinero, la plata de la gloria ni el bronce de las armas. Solo la ternura le da forma hasta su núcleo central.

Hagamos de la ternura una virtud cívica, un modo de estar en el mundo, un valor imprescindible de la cultura político. Si la pusiéramos en el centro de todo, podríamos respirar sin miedo ni ansiedad.

LA TERNURA

Sinfonía confinada

 

Podemos vivir sin riquezas, casi sin un duro,

Señores y princesas ya no hay muchos,

Pero vivir sin ternura no podríamos.

No, no, no, no, no podríamos.

 

Podemos vivir sin gloria que no prueba nada,

Ser desconocido por la historia y sentirse bien,

Pero vivir sin ternura no es cuestión.

No, no, no, no, no es cuestión.

 

Qué dulce debilidad, que sentimiento tan bonito

Esa necesidad de ternura que nos sale al nacer.

De verdad, de verdad, de verdad.

 

El trabajo es necesario, pero si hay que quedarse

Semanas sin hacer nada, pues nos hacemos a ello,

Pero vivir sin ternura el tiempo os parece eterno.

Eterno, eterno, eterno, el tiempo os parece eterno.

 

En el ardor de la juventud nacen los placeres

Y el amor lleva a cabo proezas para deslumbrarnos.

Sí, pero sin la ternura el amor no sería nada.

No, no, no, no, el amor no sería nada.

 

Cuando vida implacable nos cae encima

No somos más que pobres diablos desechos y defraudados,

Así que sin ternura de un corazón que nos sostenga

No, no, no, no, no podremos ir muy lejos.

 

El beso de un niño al hacerle feliz [en italiano]

Se marcha la tristeza al verlo así vivir [en español]

Ay Dios [en español], mi Dios [en italiano], Dios mío.

 

En vuestra inmensa sabiduría Inmenso entusiasmo

Haced que lluevan sin cesar en nuestros corazones

Mares de ternura para que reine el amor,

Reine el amor hasta el final de los días,

Reine el amor hasta el final de los días.