Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 53: reconstrucción personal


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Esta cuarentena no es un retiro espiritual, sino un confinamiento sanitario, pero no solucionaremos las causas de la pandemia y su mortandad, si no nos transformamos espiritualmente como personas y sociedades para ser más justos, fraternos y sostenibles. El 18 de abril, el sociólogo Manuel Castells pidió en La Vanguardia un “reset del ser”: “El reset más profundo está en nuestras mentes y vidas: darnos cuenta de la fragilidad de todo, la importancia de la solidaridad, la importancia del abrazo, el dispendio consumista no necesario. El reset necesario es otra forma de vivir”. Es preciso que como sociedad abramos caminos y ofrezcamos medios comunitarios para esas transformaciones personales de la conciencia y modo de vida. Esta reconstrucción se hace “ladrillo a ladrillo” y la fortaleza de cada uno es crucial.



La revolución interior

Ninguna revolución alcanza el horizonte si no parte del interior de cada persona. Ningún proyecto humano es sostenible si no se cimenta en una profunda interioridad de cada persona. El medioambiente no será sostenible si cada uno no cambia sus hábitos de vida. La economía no será social si cada persona no decide comprar productos ecológicos, justos y del bien común. La política no será constructiva si cada uno no somos un ciudadano dialogante, cordial y pacificador. La calidad de la cultura dependerá de cuan bella sea tu vida. Todo cambio social cualitativo requiere una revolución interior. La Reconstrucción que aborda nuestra sociedad en los próximos tres años solo será profunda y sostenible si incluye una dimensión de reconstrucción personal para quien libremente quiera hacer ese camino.

No dudo de que nos llevaremos decepciones y que veremos muchos signos de que volvemos a las andadas. Las estructuras sociales más dañinas continúan casi intactas. Lo único que ha podido cambiar es la conciencia de los seres humanos y es lo único que va a hacer que, en esta encrucijada en que nos encontramos, la Humanidad escoja el camino de la fraternidad universal. Se pueden encontrar razones para el escepticismo y somos conscientes de las dificultades, pero toda la gratitud, solidaridad, amor, entrega y reflexión que cada uno estamos experimentando profundamente, no va caer en el olvido. El sacrificio de los sanitarios y trabajadores esenciales, así como la memoria de las víctimas va a permanecer décadas en nuestra memoria personal y colectiva operando como una fuerza inspiradora. Está dejando una huella indeleble en nuestras almas y va a ser siempre una fuente de transformación interior.

ladrillo construir edificio

Seamos conscientes de que, aunque el confinamiento supone un tiempo excepcional de interiorización de todo lo que ocurre, queda mucho por vivir de la Covid-19. Estamos todavía recibiendo el impacto: seguimos a 40 muertos diarios en Madrid, 164 en España, 308 en Ecuador, 420 en Brasil, 474 en Italia, 621 en Inglaterra, 1.900 en Estados Unidos y ya rozamos los 250.000 muertos en el mundo, a un ritmo de casi cinco mil diarios. El duelo casi no ha comenzado y la lucha seguirá siendo intensa durante al menos dos años. La transformación personal y social está en su primera fase.

La mayoría de la gente no solo se ha confinado, sino que se ha parado, ha hecho silencio y ha abierto los ojos y ha visto con claridad desde esta noche oscura, ha sentido la sed que nos alumbra. Pensemos en todos los que hemos visto que las catástrofes, destrucciones y pandemias pueden llegar hasta el felpudo de nuestra puerta y entrar. Son muchos los que han comprendido de verdad, saben que tenemos que cambiar y están dispuestos a buscar y encontrar.

Escribía ayer el filósofo Miguel García-Baró, en ABC: “Es inevitable y sanísimo sentir las épocas de congoja colectiva como ocasiones para que la sociedad entera y cada vida individual giren, se reorienten, mejoren desde sus raíces”. Es el momento no solo de socorrer las “necesidades del hambre”, sino las “necesidades del alma”, que decía Simone Weil en medio de la resistencia contra los nazis.

Los Medios de Reflexión

En el necesario Plan Integral de Reconstrucción de nuestra sociedad hay que comenzar por ahí, por crear múltiples oportunidades para profundizar y reformar la propia vida. Sin ayudar al espíritu de cada ser humano, la sociedad se desmorona como un castillo de arena sin agua.

Se dice que vivimos ya en una sociedad reflexiva, que nuestra economía es informacional, que necesitamos reducir la incertidumbre de nuestra sociedad de riesgo. Todo eso requiere la razón de ser. Esta pandemia es la rasante que nos está haciendo pasar de la Modernidad centrada en la universalización, al Antropoceno en que necesitamos descubrir el ser de cada cosa y del todo. Sin procesos personales para discernir la propia vida y la existencia, no hay sociedad reflexiva. El mayor riesgo de la edad de la humanidad que estamos comenzando no son los activos tóxicos financieros, los virus de los murciélagos ni los residuos de las centrales termonucleares, sino el vacío autorreferencial en que puede caer cada individuo, una sociedad sin sujetos. El problema es que hemos saltado a una sociedad reflexiva y carecemos de los Medios de Reflexión.

La mercantilización y el autoritarismo –que en nuestro tiempo suelen ir unidos– ensimisman a los individuos y les hacen cada vez más discapacitados para ser íntegramente personas. Sin medios de reflexión, no hay producción ni sostenibilidad: las empresas se vacían de compromiso, las caras de los políticos se hacen metálicas, en las televisiones solo se ven a personajes que se comen sus propias lenguas y en las universidades educamos a jóvenes para que sean más ricos que los demás.

¿Cómo promover esa reconstrucción de los medios de reflexión? ¿Cómo hacerlo en un mundo en el que la gente tiene un fuerte anhelo de libertad, personalización, pluralidad, participación, celebración de la diversidad? ¿Cómo promover una pluralidad tolerante de medios de reflexión en las distintas sabidurías y cosmovisiones que existen? ¿Cómo promover también una búsqueda popular y compartida de la sabiduría y vida común?

Apuntes para un Plan de Reconstrucción Personal

Si tuviéramos que diseñar el Plan Integral de Reconstrucción, en esta dimensión primordial del cambio personal, se podría promover un programa público que se llamara “Redescubrir a lo esencial”. Es un programa para redescubrir valores esenciales y fomentar procesos de transformación personal y comunitaria. Habría distintos puntos estratégicos que formarían parte de lo que denominamos las políticas de sentido, pero destacamos diez líneas de acción.

1. El tejido comunitario de sentido. Debemos reinventar el tejido espiritual de nuestra sociedad desde una perspectiva de laicidad inclusiva, interconfesional, basada en el discernimiento comunitario. Faltan lugares, métodos y medios comunitarios para esa profundización. Es el momento de crear hábitos colectivos innovadores. Especialmente es crucial promover las disposiciones positivas esenciales que necesitamos integrar en la cultura pública y en cada uno de los ciudadanos. Muy especialmente, el silencio, la contemplación y el examen de conciencia, así como experiencias de gratitud, duelo y reconciliación. Se puede hacer a través de distintos medios. Es el momento de la imaginación, la creatividad, la innovación y el emprendimiento para recrear la comunidad.

  • Organizar círculos de escucha en los barrios, donde pequeños grupos de vecinos compartan su experiencia de la pandemia.
  • Hay métodos de conversación cívica aplicados con mucho éxito en ciudades como Boston.
  • Reuniones de contemplación de la realidad, especialmente a través del testimonio.
  • Celebraciones comunitarias. La ética celebrativa tiene un gran potencial movilizador. ¿No podrían organizarse en espacios abiertos actos de memoria por las víctimas en los barrios? ¿No podría organizarse en cada barrio una celebración de agradecimiento a quienes han estado entregando su vida en sanidad y servicios esenciales?

2. Duelo y memoria. Un gran elemento central es el duelo y la memoria. Va a haber muchos eventos públicos centrados en esto, donde la dimensión política tendrá un papel destacado y, esperemos, que solo positivo. La experiencia de los atentados del 11-M, no ha sido buen ejemplo y podría repetirse. Además, es necesario organizar medios que ofrezcan duelo y memoria a las personas, familias y comunidades procesos más íntimos. Se podría hacer mediante la rehabilitación de jardines especiales en los lugares descuidados de nuestras ciudades, mediante murales permanentes que se hagan en medianeras por parte de jóvenes artistas o con conciertos al aire libre organizados en las plazas o centros de los barrios. El impacto ha sido colectivo y comunitario, y hay que dar signos para que encaucen ese duelo y memoria.

3. La comunión del servicio. Quizás lo más transformador de toda esta experiencia ha sido la contemplación y agradecimiento de los sanitarios y personal de servicios esenciales. Deberíamos seguir por esa vía. Lo que más nos transforma es darnos. La reflexión pasiva es menos performativa que lo que remueve en nosotros el servicio a los demás. Debería haber una gran campaña pública de reclutamiento de voluntariado para el cuidado de las diferentes necesidades de las personas y dimensiones del bien común (voluntariado cultural, ecológico, de rehumanización del barrio, social, etc.). En este foco que ponemos en los procesos de transformación personal, tiene un papel crucial, que se podría reforzar promoviendo también procesos de reflexión personal y grupal sobre la propia vida desde el servicio a las personas que sufren la mayor vulnerabilidad.

4. Espiritualidad ecológica. Hay que radicalizar la interiorización de la Ecología Integral en toda la sociedad a través de todos los medios de modo que reforme nuestras vidas. La espiritualidad ecológica conecta lo planetario, lo social y la intimidad personal; abre al ser humano a la trascendencia y misterio de la Humanidad, la Naturaleza, el Planeta y el Cosmos. Relaciona a las personas en algo que las supera y une, no reducido a lo político, lo económico o lo nacional, sino en el sentido y comunión profunda de la fraternidad y la filiación con la Madre Tierra. Recuperar la espiritualidad es reactivar desde el espíritu y corazón de cada persona, comunidad y ciudad las dimensiones del silencio, la atención, la humildad y el cuidado.

5. Familias reflexivas. La familia, que es el gran lugar de formación de la persona, debe ser fortalecida como lugar de vinculación, conciencia y cuidado. Esto se puede hacer de los siguientes modos:

  • Conyugalidad positiva: cuidar los vínculos de las parejas formándonos desde niños para el amor, cuidando la etapa inicial de relación, procurando vías para el desarrollo conyugal y la reconciliación.
  • Familias activas. Fomentar las oportunidades de compartir experiencias en familia.
  • Instituciones familicéntricas. Escuelas, hospitales, centros de servicios sociales, residencias de cuidado y otras instituciones deben trabajar poniendo a la familia de las personas en el centro, implicando y recuperando a la familia como comunidad crucial. Esas familias deben ser cuidadas -por ejemplo, como principales cuidadoras de los enfermos- y eso aumentará la reflexión y solidaridad intergeneracional.
  • Familias solidarias. Fomentar las actividades con otras familias, el servicio de familias voluntarias, la interacción de la familia con los distintos desafíos que tiene nuestro mundo para que la familia sea la primera comunidad transformadora de la sociedad civil.

6. Una nueva ética de las profesiones. Especial importancia revisten los procesos ligados a ejercicio profesional de la gente. Hemos visto cómo el servicio de las profesiones sanitarias, del cuidado, de seguridad, logísticas, etc. han estado en el núcleo de lo que ha tenido mayor impacto en los ciudadanos. Las profesiones estructuran la vida e identidad de la mayoría de la gente y es una de sus principales formas de contribuir al bien común. Es necesario una reprofesionalización de nuestra sociedad, lo que supone superar los paradigmas mercantilistas y utilitarios, y recuperar la dimensión de la ética del trabajo y el servicio público. Serán fundamentales procesos en los colegios profesionales y también en las universidades (mediante la revisión de los planes formativos, procesos de formación integral o el compromiso en el aprendizaje-servicio). Se podría articular un gran programa público trienal en universidades, colegios profesionales y empresas centrado en Profesiones por el Bien Común. Es muy atractiva la metodología jesuita denominada “Más que..” (Más que salud, Más que derecho, Más que empresas, Más que arquitectos, etc.).

7. Cultura de la transformación. El mundo de la cultura, los centros artísticos y los talleres creativos (clubs de lectura, escritura, pintura, etc.) ofrecen un gran potencial expresivo y de interiorización. El papel de la belleza en todo el proceso de transformación personal es vital. Se debería crear un programa especial de potenciación de talleres y una gran temporada especial centrada en la transformación personal, con obras de teatro, exposiciones, conciertos, etc.

8. La mayor lección de vida. Colegios, institutos, universidades, centros de educación especial y todo tipo de centro de enseñanza, tienen un papel crucial en esa transformación personal de sus estudiantes y sus familias. Durante el confinamiento, los centros han mantenido en gran medida la actividad educativa en las distintas asignaturas. No obstante, la propia experiencia con la pandemia, la cuarentena y todo lo que la rodea, constituyen la mayor lección de vida que han recibido los niños y jóvenes, y posiblemente la más importante que vaya a vivir esta nueva generación. Es preciso profundizare en ello desde cada asignatura, desde las tutorías y desde la perspectiva de la educación integral. Sería importante que hubiera en cada centro un programa especial de reflexión y profundización durante el próximo curso, dentro de esta dimensión general de la reconstrucción personal que hemos denominado “Redescubrir lo esencial”.

9. La comunión de lo esencial. Hay que crear espacios donde las diferentes espiritualidades, religiones y cosmovisiones –teístas o no– formen Alianzas del Bien Común. No se trata de potenciar tal o cual tradición espiritual, sino de que hagan en este momento histórico lo que más se necesita de ellas, que es ayudar a la sabiduría de existir. En esas alianzas se trata de compartir cómo promover ese bien común, aportar lo que más puede ayudar universalmente a los otros desde cada tradición, movilizar a las comunidades para ser constructoras de ciudadanía cosmopolita, demócrata y fraternal. Esos encuentros se podrían celebrar en el ámbito barrial, de ciudad y nacional, con un programa de trabajo de tres años. Visibilizar públicamente esas alianzas es clave para crear signos de concordia e inclusión. Hay ejemplos de programas de este tipo que han tenido éxito en distintos lugares y pueden ser inspiradores. Si sucediera eso en cada barrio y en cada ciudad, transmitiríamos a la cultura pública una nueva tolerancia, profundidad, aprecio de la diversidad, respeto laico a los procesos y reforzaríamos la alianza del bien común.

10. Los caminos de las espiritualidades. Las diferentes espiritualidades podrían ofrecer lo mejor de sí. Sería suficiente con una mera invitación pública a que las religiones de notorio arraigo hagan esa contribución pública. Por ejemplo, entre las diversas respuestas, la Iglesia católica podría ofrecer procesos de transformación personal adaptados a los diferentes grados de familiarización con el Evangelio y la tradición cristiana, en el conjunto de espiritualidades arraigadas. Las tradiciones místicas deben hacer un especial esfuerzo por ofrecerse en la propia vida de la gente, inculturadas con sus lenguajes de vida, encarnadas en sus contextos. Se pueden hacer en forma de retiros, semanas de profundización, procesos en la vida corriente, etc. Ayudarán mucho los servicios de acompañamiento y escucha personal que partan de esta experiencia de pandemia para redescubrir lo esencial. Monasterios, casas de Ejercicios y centros espirituales podrían ofrecer caminos mucho más accesibles, comprensibles, universales, capaces de acoger a una gran pluralidad de personas. Se necesita un especial esfuerzo y creatividad en crear iniciativas de acompañamiento abierto, en abrir caminos que hagan posible el encuentro con Jesús, en crear lugares de existencia allí donde está la gente.

No habrá reconstrucción integral sin una reconstrucción personal. Sin duda es algo que compete a la libertad e intimidad de cada individuo y familia, pero también la sociedad debe articular políticas de sentido. Los valores deben volver a la vida pública y reconstruirla. Se debe evitar todo tipo de adoctrinamiento y confesionalización desde la esfera pública, pero también la participación inclusiva y demócrata de todas las propuestas positivas que tengan arraigo en la sociedad. Para poder salvar el planeta, para poder salvar a la Humanidad, es imprescindible ofrecer caminos para una reforma de la interioridad personal guiada por la ternura, el cuidado y el compromiso interno con la Casa común.