Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 47: Dante en el coronavirus


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En unos meses celebraremos el 700 aniversario de la muerte de Dante Alighieri, año en que también terminó de escribir su obra cumbre. Vivimos un tiempo siniestro que recuerda el comienzo de la ‘Divina comedia’ –u, originalmente, simplemente ‘Comedia’– de Dante, que escribió durante un largo periodo de su vida por el que él mismo pasó por epidemias, la persecución política y el exilio, entre 1304 y 1321.



Dante imagina que ese descenso y ascenso de los infiernos al cielo le ocurrió a él mismo: nos está invitando a que nosotros mismos nos metamos en la historia y le sigamos personalmente. Él dice que le pasó “a mitad del camino de la vida”, a mediana edad o en mitad del camino de la vida, como esta pandemia del Covid-19 nos ha sorprendido a todos.

El bosque oscuro

Es fácil identificarse con su comienzo “en una selva oscura me encontraba…”. El bosque oscuro de Dante es una selva simbólica, que bien puede ser nuestra pandemia, y que Dante describe como “salvaje, áspera y fuerte, amarga casi como la muerte”. Ninguno de esos adjetivos es ajeno a la pandemia que se ha desatado de forma salvaje, fuerte, una ola imparable que ha recorrido de un lado a otro la Tierra, como una ola gigante del Planeta de Miller en la película ‘Interstellar’ (Chris Nolan, 2014) que va barriendo todo ese mundo del primer al último meridiano. Es una pandemia amarga que deja un descomunal rastro de ya más de doscientos mil náufragos en la playa tras la tormenta. En esa jungla sombría Dante encuentra sufrimiento, miedo, desolación, tristeza, luto y pérdida, pero también quiere dejar constancia “del bien que allí encontré”, “otras cosas [buenas] que me ocurrieron”. Es nuestra misma vivencia que principalmente viene marcada por el dolor intenso por tanta muerte y destrucción, pero también ha habido luminosas alegrías por tanta entrega, sacrificio, gratitud, solidaridad y que son más profundas y potentes que la tiniebla.

Por el mal sendero

Dante se perdió en esa selva oscura porque “tan dormido me hallaba hasta un punto / que abandoné la senda verdadera”, “mi ruta se había extraviado”. Efectivamente, sabemos que hemos embarrancado en esta pandemia porque nos hemos quedado dormidos, no hemos estado suficientemente despiertos para vigilar, hemos vivido ensimismados, hemos abandonado la senda verdadera de la ecología integral, la fraternidad, la sociedad de los cuidados, el sendero de lo esencial. El tráfico de animales, la codicia, el autoritarismo, la desigualdad nos ha extraviado.

Las tres fieras

Le salen al paso tres fieras que no le dejan salir de esa tenebrosa selva: una pantera, un león y una loba, que son simbólicos. También nosotros nos hemos encontrado fieras. Primera, la fiera de un disfrute superficial y desconsiderado que ha llevado a traficar con animales y llevar una vida superflua, falsas glorias y falta de contención frente a un mundo limitado. Es una “lujuria social” que está representada en la pantera. También nos hemos encontrado en esta pandemia una segunda fiera cara a cara: los poderes del mundo, con la arrogancia humana, inmune e impune que nos produce impotencia. Esa soberbia está representada por el león. Y la tercera fiera es la ambición desmedida, la explotación ilimitada de todos los bienes, ecosistemas y personas, el sacar rendimiento a cada cosa. Dante identifica la loba con la avaricia. Son fieras sociales, pero también esas fieras están en lo que de selva oscura tiene nuestro corazón: la gloria vacua, la reputación orgullosa, el poder de acaparar.

A cada una de esas fieras las ve venir “ligera y muy veloz”. “Me cortaba el paso”, “contra mí venía con hambre fiera y hasta temerla parecía el aire. Hace que me tiemblen pulso y venas”. Esas fieras le hacen sentir miedo, retraimiento, impotencia: “Tantos pesares esta me produjo con el pavor que verle / me causaba, que perdí la esperanza de la cumbre”, la esperanza de poder salir de esa Noche Oscura. Esas fieras del dinero, la gloria y el poder son voraces, “después de comer, más hambre tienen”. También nosotros sentimos el agobio contra esos poderes oscuros del mundo que quieren controlarnos, que nos tientan a que vivamos como imbéciles, que apelan a lo peor de nosotros, que quieren que vivamos en nombre de la nada.

Un libro esférico

La Divina comedia es una gran construcción alegórica y eso la dota de una gran universalidad, se puede trasladar a muchos momentos vitales y sociales. La Divina comedia es uno de esos libros esféricos que atraviesan todo tiempo y lugar. Dante se atreve a mirar de frente a lo peor del mal en su siglo, llega al fondo y luego comienza un ascenso en el que va depurando todo lo que hace pesar el corazón y va subiendo al encuentro del bien. ¿Bajamos y subimos con él en esta crisis del coronavirus? Vamos allá. Esto está siendo tan intenso que no hay que echarle mucha imaginación, es la vida misma.

Descenso a los infiernos del coronavirus

Todos conocemos el descenso de Dante a los nueve círculos del Infierno. También nosotros hemos podido contemplar lenta y dolorosamente los males de esta pandemia. Para dante son personas condenadas. Es diferente, pero en el mundo también hay lugares siniestros y maliciosos que son capaces de hacerse sentir como un infierno para los demás, para los inocentes. Si Dante hubiera vivido este tiempo quizás hubiera escrito los siguientes círculos en los que hemos convertido parte del mundo en un infierno:

  • El primer círculo está formado por la destrucción de los ecosistemas quemándolos, talándolos, agujereándolos, sobrecalentándolos, envenenándolos o contaminándolos. Son lugares devastados, parajes derretidos, costa arrasada, arrecifes coralinos muertos, campos minados, tierras contaminadas.
  • Las jaulas, paquetes, botes, mesas o joyas donde metemos a los animales salvajes traficados, explotados, mutilados o machacados. Es un círculo lleno de pieles, colmillos, cuernos de rinoceronte, manos de gorila, cabezas de animales cazados sin sentido, animales disecados ya extinguidos, botes de falsa medicina con cuerpos pulverizados, bolsas con cachorros de tigre congelados, jaulas en mercados con criaturas hacinadas.
  • Los despachos donde tiranos deciden enmudecer a los científicos que avisan de las epidemias, a los periodistas que denuncian que está muriendo gente, castillos donde se dicta sobre la vida y la muerte. En este círculo hay despachos, castillos kafkianos, cárceles, cuarteles…
  • Los palacios, bancos opacos o paraísos fiscales donde está la corrupción que se lleva hasta el 25% del dinero para sanidad, estafa, conspira, mete sobreprecios, roba lo que tenía que ser para curar, donde está el dinero de quienes defraudan, evitan los impuestos que compran respiradores, investigan en vacunas, sostienen con una renta a quien se queda sin nada.
  • Los espacios oprimidos y tan empobrecidos que se convierten en trampas y ratoneras para la gente: suburbios, villas miseria, asentamientos, calles donde la gente muere sin ser protegida, fronteras de las que la gente no puede salir, limbos que no dan lugar a las personas.
  • En este círculo de infierno, los centros deshumanizados donde se masifique a la gente y, por avaricia, se quite personal y medios hasta que los mayores, personas sin hogar, personas discapacitadas o inmigrantes retenidos se quedan indefensos.
  • En el círculo de los especuladores están las mafias y avariciosos que sacan provecho de esta crisis disparando los precios de las cosas, engañando con falsas medicinas, vendiendo estafas, haciéndose de oro con el sufrimiento de los otros, pirateando lo que era para otros, explotando todavía más a los trabajadores exponiéndolos a trabajos más inseguros en peores condiciones.
  • En otro círculo están las bandas y acciones violentas que atacan a quienes nos cuidan, apedrean las ambulancias de enfermos, pintan en los coches de los médicos “rata infecciosa”. Este es el círculo de infierno en cuyo centro está el salvaje Señor de las Moscas.
  • Finalmente, el círculo de los políticos populistas, autoritarios o manipuladores que aprovechan la crisis para oprimir al pueblo, matar gente, encarcelarles, violar Derechos Humanos o convertirse en dictadores.

Esos infiernos son espacios concretos de la Tierra, pero también personalmente les damos albergue a veces cuando participamos en la destrucción medioambiental con nuestros consumos, abusamos del poder que tengamos, defraudemos dinero, excluyamos a gente, seamos violentos o ayudemos a desdemocratizar nuestras sociedades.

Desde nuestros confinamientos, todos hemos podido ver esos círculos en estos meses, tomar conciencia de esos infiernos que agujerean nuestro mundo y vacían nuestros corazones.

La subida por el Monte Purgatorio

Tras abandonar los subsuelos del infierno, dante comenzó a ascender por el Monte Purgatorio, donde había siete niveles o gradas. En lo alto de ese monte está el Edén, el lugar de la inocencia. En esta actualizada versión de Dante en el coronavirus, en el Monte Purgatorio nos encontramos aquellas actitudes, intenciones, comportamientos u omisiones que han colaborado a que las cosas vayan mal o no vayan bien. En las gradas no hay personas concretas, sino esos comportamientos en los que en mayor o menor grado participamos. En mayor o menor medida podemos rastrear eso en nosotros y conforme ascendemos lo vamos dejando atrás, nos vamos purificando.

  • En la primera grada están el supremacismo y nacionalismos del “Nosotros Primero”, que se anteponen a todo, que buscan siempre prevalecer, debilitan la cooperación internacional y la gobernanza mundial de los problemas, niegan la fraternidad de todos los seres humanos como personas libres, iguales e interdependientes.
  • En el segundo nivel que va subiendo está el desprecio contra todo lo que nos podía salvar, el negacionismo de todo lo que está amenazando el planeta y a la humanidad
  • En la tercera grada, la indolencia, negligencia y arrogancia de funcionarios, políticos y organizadores que han conducido a que el mal no se haya prevenido, se expanda y mate más.
  • En la cuarta grada está el olvido de los más vulnerables, el desinterés por lo que ocurre en el mundo, el no querer mirar ni oír, el encierro en nosotros mismos sin mirar al mundo. Muy especialmente el gran olvido de cómo estaban nuestros mayores.
  • En el quinto nivel está el divisionismo, el reproche permanente, la suspicacia respecto al bien, la ira continua, vivir instalado en la cacerolada interior.
  • El sexto estrato de la subida, Dante se encontraría el individualismo, la incapacidad para cooperar, la omisión de ayuda, la falta de empatía con el dolor de los demás.
  • Finalmente, en la séptima grada Dante llegaría a donde están la pasividad, la pereza, la falta de creatividad, la resignación, el conformismo, la ignorancia de aquellas capacidades que tenemos para hacer que pasen cosas.

El Edén de la pureza

En lo alto del Monte Purgatorio, Dante sitúa el Paraíso, el lugar de la inocencia. En este viaje con Dante por la pandemia del Covid-19 y sus males, ahí nos encontraríamos a los niños y a todo lo que hay en nosotros que permanece intacto y puro, nuestros anhelos de bien, nuestros deseos de paz, la esperanza y todo nuestro caudal de confianza.

Las esferas del cielo

Desde la cumbre de la inocencia, Dante visita las nueve esferas celestiales. En esta modesta relectura 700 años después en medio de la pandemia del coronavirus, vamos a cambiar también el sentido, ¿qué nos encontraríamos en ese cielo? ¿Por qué damos gracias, dónde ha habido entrega, sacrificio, santidad? En lo anterior, he hecho un esfuerzo por sacar categorías y aquí faltan para poder incluir a todos en nueve. ¡Si echáis de menos a gente, eso es muy buena señal!

  • El personal sanitario Médicos, enfermeros y auxiliares, personal de laboratorio, farmacéuticos, los capellanes de hospitales y centros sanitarios, todos los que se han encargado de la limpieza en hospitales, calles y todos los lugares donde pudiera estar el virus, aquellos todos los que han estado sirviendo en centros sanitarios. Los sanitarios jubilados que se han incorporado como voluntarios. También el personal de las residencias de mayores o personas discapacitadas o personas sin hogar que no les han abandonado, que les han cuidado y han estado a su lado en el morir, los presos y funcionarios de prisión, los capellanes. Muy especialmente, todos los que han sacrificado su vida en estos servicios.
  • Los policías, personal de protección civil, militares, personal de seguridad en general que han estado protegiéndonos, desinfectando, ayudando en situaciones extremas y, en algunos casos, dando la vida.
  • Los transportistas, repartidores, reponedores, dependientes y cajeros, los trabajadores de la recogida de basuras, los trabajadores más precarios de todos los servicios esenciales y aquellos que están recogiendo las cosechas, especialmente inmigrantes.
  • Los profesionales que han seguido sirviendo y han hecho un mayor esfuerzo. Los profesores que han sostenido la actividad con los niños y jóvenes estudiantes. Los investigadores que han redoblado su esfuerzo por luchar contra el Covid-19. Los informadores y periodistas, los psicólogos y acompañantes que han salvado de la soledad.
  • Empresas y corporaciones solidarias que han donado, han servido con sus propios medios, han modificado su industria o actividad para ayudar, han sido solidarios con sus empleados. Los propietarios de viviendas que han dado moratorias a sus arrendatarios.
  • Quienes han organizado iniciativas de solidaridad, han creado actividades culturales cantando, haciendo teatro o contando historias, han creado lugares de encuentro y reflexión, han dinamizado oraciones, vigilias y eucaristías, quienes han movido las redes sociales positivamente y han creado opinión, los voluntarios solidarios que han multiplicado el bien por todas partes.
  • Los trabajadores funerarios y capellanes que han recibido a los muertos, preparado, los han custodiado, han acogido y dado consuelo, han enterrado, incinerado, el personal que ayuda en el duelo.
  • Los políticos y servidores públicos diligentes, preocupados y eficaces que han sabido organizar la respuesta a la pandemia, han movilizado a lo mejor de la sociedad, han sabido unir a todos alrededor de la misión, han luchado por crear cooperación internacional, han liderado y guiado bien a la ciudadanía. Incluimos los líderes políticos, científicos y religiosos internacionales que han luchado por la solidaridad mundial.
  • La buena gente, los buenos vecinos que han aplaudido, se han confinado para no transmitir la enfermedad, que han cantado y han rezado, que han leído y no miraron para otro lado, que han puesto su nombre en el portal por si alguien necesitaba ayuda, que han estado cuidando de su gente por teléfono o por mensajes, la gente que ha vivido una experiencia que le ha transformado interiormente y le ha hecho pensar. La buena gente que extiende las redes del bien.

Desde ahí, Dante llega a la comunión con Dios, donde ya ha acogido a todos los que han perdido su vida por el Covid-19. Para los no creyentes, pensemos también que las víctimas del coronavirus están en para siempre en nuestra memoria, que nuestras vidas rinden honor a su sacrificio, que en su nombre trabajamos para que no vuelva a suceder.

¿Y ahora qué?

Comprometidos con las víctimas, con los más vulnerables, con los niños y jóvenes, con las próximas generaciones, con la vida y el Planeta entero, tenemos que bajar de nuevo a esos infiernos y transformarlos. Hagamos el viaje de vuelta, pero siempre que hayamos hecho a fondo ese viaje desde el fondo, desde esos infiernos, hayamos subido con sudor el monte del Purgatorio y hayamos alabado con el corazón en cada esfera del cielo. No nos ahorremos un solo paso.

Entonces tenemos que inspirarnos agradecidamente en tanto bien de “los santos de la puerta vecina”, llenar los pulmones de confianza y esperanza en el Edén de la pureza, bajar el monte curando esas actitudes que convierten nuestra vida en un purgatorio de desolación y entonces, bajar a redimir esos espacios infernales para que nunca más sea posible tanto mal sin defender tan poco al planeta Tierra y la Humanidad. ¿Vamos allá? En todo caso, leamos al revés aquel cartel que Virgilio le señaló a Dante: “Nunca abandonemos ninguna esperanza”.