Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 46: canciones del alma


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En esta crisis del coronavirus, que tan adentro nos ha impactado, necesitamos canciones del alma. Durante toda esta cuarentena nos acompaña esta canción de Taizé que puso música a unos versos del poeta granadino Luis Rosales:

De noche, iremos de noche

Que para encontrar la fuente

Solo la sed nos alumbra.

Es muy popular, pero tanto si la conocéis como si no, escucharla en esta Noche Oscura y Gran depresión que se echa encima, cobra un significado mucho más hondo. Con el título ‘De noche’, la podéis encontrar en las principales plataformas de música, en Internet o en la página web de la Comunidad de Taizé. Las canciones del alma nos ayudan, pero sobre todo en esta crisis es crucial que encontremos la música de nuestra alma.



El sencillo genio de Jacques Berthier

La melodía de esta pieza fue compuesta por el francés Jacques Berthier (1923-1994). Sus padres fueron músicos y él se casó con la hija de su maestro. Desde 1961 hasta el final de su vida, Berthier desarrolló toda su carrera como organista de la iglesia jesuita de San Ignacio en París hasta su muerte en 1994, pero desde 1955 el hermano Roger le había pedido que compusiera un corpus musical para la Comunidad de Taizé. Musicó 71 extraordinarios cánones como ‘Ubi caritas’, ‘Bless the Lord’, ‘Nada te turbe’ o ‘Veni Creator’, cuyos textos escribía el hermano Robert de Taizé. Son lo que Berhier llamaba “canciones del alma”. Su obra es más amplia –un total de 1.500 composiciones de música sacra– y era un gran improvisador (una vez en San Ignacio llegó a improvisar una versión sacra de La Internacional…), pero es su cuerpo de composiciones de Taizé las que, con su simplicidad y profunda belleza, se han hecho universales.

“Nada más difícil que escribir algo simple”, dice el hijo de Berthier, Vincent, también músico. “Para él era impensable escribir música separada de sus raíces. Escribió integrando la tradición musical de catorce siglos, desde el gregoriano, pero también la música renacentista o el barroco”. Berthier tocaba con todas las raíces de su alma. También esta crisis del coronavirus nos está haciendo tocar a cada uno de nosotros con todas las raíces de nuestra alma.

La vida es música

Su vida estuvo entregada a la música, que es el idioma universal de todos los seres humanos y se parece tanto a la vida. La vida de cada uno sucede en la historia como la música en el tiempo. Toda nuestra vida es una larga partitura en la que hay partes sinfónicas y otras monocordes, hay lamentos de blues y largos tiempos de minimalismo en los que la vida camina de puntillas, nuestra historia varía con improvisación de jazz y tiene silencios, notas blancas y negras, se apasiona andante, se entusiasma con aceleraciones de corcheas y el éxtasis del gospel, baladas con las que aullamos a la luna y energía de rock sinfónico, oratorios y largas óperas, acunamos con nanas, bailamos el hip hop de los hijos y también hay zonas de la vida que son canto fúnebre, nuevas oberturas o una simple armónica monótona de larga cabalgada.

El alma va pasando por todos los estados, sube y baja, llanea y espera, corre y se enamora, baila con otros o en pareja, canta solo por el camino, decide y actúa, piensa y siente. Toda la vida es belleza: la última inteligencia del misterio. Vivir bellamente es dar lo mejor de nosotros en cada momento, el gesto y palabra oportuna. ¿Cómo podemos esculpir cada gesto de nuestra vida, cada instante, con belleza? No debemos ser papamoscas, pero sí parar un momento a calar la belleza que hay en cada cosa. A veces es oro mezclado con barro. Generalmente podemos mejorarlo como quien ensaya una danza, haciéndolo una y otra vez. ¿Cómo damos gracias, cómo pedimos perdón, cómo hemos trabajado ala última hora, con qué tono he preguntado al otro qué tal? La belleza une contemplación y acción.

Nadie nos ha robado el mes de abril

Nuestra vida se debate buscando hacer el mayor bien, buscamos vivir de verdad, y quizás es más fácil a veces dejarnos guiar por la belleza. Entonces descubrimos que la vida de la gente no se mide por lo que logra, sino que hay enorme belleza en lo heroico, pero también lo prosaico. Lo nimio y silencioso, no es el intermedio de espera entre episodios épicos. Ayer grabé el sonido de los mirlos, gorriones y tórtolas del pino que está en nuestra ventana, para no olvidarme de que una vez tuvo tanta importancia en mi vida diaria. Anteayer descubrí por primera vez un árbol desde otra ventana, que habría mirado mil veces, pero nunca había visto su maravilloso verdor en contraste con los ladrillos crema de otro edificio.

Estos días de confinamiento no son días perdidos. Nadie nos ha robado el mes de abril, como canta Sabina, ni tampoco el mes de marzo. Están teniendo su profunda belleza. Ha sonado mucha campana funeraria, en esta partitura de marzo y abril encontramos tonos muy bajos, pero también nos ha hecho capaces de percibir muchos sonidos vitales que nos pasaban desapercibidos. En este tiempo, creo que todas las personas estamos haciendo descubrimientos muy importantes sobre el mundo, nuestras relaciones, nuestra familia, sobre uno mismo, lo esencial, sobre Dios, etc.

La belleza que nos une

El bien es una dimensión grandiosa de la vida y muchas veces tratamos de vivir épicamente: lograr grandes cambios, salvar personas, incorporarnos a las grandes causas y transformaciones. La verdad es otra gran dimensión de nuestra vida: quién soy, qué es la vida, qué pienso, ser capaces de decirnos quién es tal o cuál persona para mí, transmitir, comunicar… En medio del bien y la verdad, la belleza a veces va de sus manos como una hermana pequeña. Casi parece prescindible o una ilustración en los lados de la página de la vida, como la banda sonora que acompaña la vida. Sin embargo, para vivir de verdad bien es esencial la belleza. La belleza no es algo del orden de la expresión, sino del conocimiento. La sed de belleza nos lleva a subir a la cumbre de cada cosa.

La Belleza es la dimensión del saber más hondo, en el que sentir es saber y saber tiene forma de sentir. En realidad, nosotros no funcionamos en la vida principalmente con sentencias lógicas ni a golpe de emociones, sino que tenemos un lugar donde se integran de forma compacta todas nuestras percepciones, experiencias, aprendizajes, ideas, consejos, poesía, reglas sociales, pero también sueños, las confianzas, las voces hondas de nuestra infancia, los anhelos, los deseos que no somos capaces de nombrar, miedos, los misterios…

¿No habéis sentido de todo durante este tiempo?

Echad un vistazo a tras a lo que habéis sentido durante este largo confinamiento. La cuarentena nos ha hecho darnos cuenta de todo ese variado mundo que está dentro de nosotros. Hemos captado sus diferentes capas, de lo más epidérmico a lo más entrañado. Hemos podido detectar movimientos emocionales muy rápidos, como arroyos de onda corta, y otros sentires de onda larga y oceánicos. Todo eso se va integrando en movimientos que operan en los estratos más profundos de nuestra intimidad. Nosotros comprendemos, juzgamos y decidimos desde eso que podríamos llamar sentimientos profundos, razones vitales o conocer por la experiencia. La teoría estética del conocimiento los denomina “formaciones cognitivas integradas” –¡buff, muy técnico! Es algo mucho más fácil y que nos pasa continuamente–.

Esas unidades tienen forma de movimiento, suceden en el tiempo. Por eso se parecen tanto a la música, una canción, la danza o a un cuadro en movimiento. Esas canciones reúnen en nuestro interior todo tipo de sensaciones, saberes, vivencias, percepciones, etc., pero lo hacen de un modo sencillo. En cada una de esas músicas, continuamente presentes, estamos pensando usando todo nuestro cuerpo y nuestra vida. Lo hacemos de forma natural. Son unidades complejas, pero, como una orquesta que tiene muchos instrumentos, integra todo de modo simple. Es una música que podemos entrenarnos en escuchar y entender. Saber vivir es vivir conectados con esa música de fondo.

No es solo una música en el interior de cada persona, hay también una interioridad en el cuerpo social que formamos y una música en su fondo que hemos podido escuchar.

Quizás lo más importante que haya podido pasarnos durante este tiempo es que hayamos aprendido a captar y examinar esa música última que hace sonar nuestra vida personal y colectiva. Vemos con claridad la música que escribimos con nuestro existir en el pentagrama del tiempo. Como canta Silvio Rodríguez en su obra ‘Tríptico’, “Me veo claramente”, “Nos vemos claramente”.

Cuando vemos una obra de arte, mueve ese espacio. Por eso el arte tiene ese carácter tan espiritual y misterioso. La belleza está en todas las cosas de la vida. Ayer contaba el triste momento en que mi amiga Gema recoge la urna con las cenizas de su padre y la joven le entrega dos claveles. En el duelo también hay belleza. Nos impresionan tantas imágenes con los dos familiares y el sacerdote que están en pie ante un ataúd que apenas sobresale unas manos del coche fúnebre, y hay una belleza sobrecogedora en ello. Ese dolor es el sentimiento adecuado, hay coherencia y unidad en ello.

Buscar la belleza

Descubrir la belleza en cada cosa y hacer cada cosa del modo más bello posible es un profundo secreto de la vida. En los aplausos de gratitud de las 8 hay una emocionante belleza. También en esas plantas del alféizar que ahora regamos cada día como una operación importante del día. ¿Cómo decir cada cosa de forma bella, coherente con esos sentimientos más hondos?

En esa interioridad estamos conectados con todo el cosmos, se siente el infinito y la eternidad, el todo y la nada. Es el ámbito más profundo de la razón, pero también del misterio, que es insondable, pero con el que nos podemos relacionar. Ahí sucede el diálogo con el Espíritu. Ese es el ámbito de la espiritualidad, donde sentimos el interior de cada realidad. Ahí es donde impactan las víctimas del coronavirus, los dolores de esta crisis. Ese ámbito es lo que llamamos corazón.

Esta crisis nos ha puesto más en contacto con nuestro corazón, hemos vivido con el corazón en la mano, y no debemos ya volverlo a guardar, encerrar ni esconder. Ahí sentimos la sed que nos alumbra. Vamos a necesitar toda esa clarividencia personal y colectiva, porque nos queda atravesar una zona muy oscura de la Historia de la Humanidad, llena de peligros y fieras, pero no lo dudemos: la sed del alma va hacer que se abran las aguas de este Mar Rojo. Sigamos viviendo con la mano en el corazón, su sed en esta noche nos alumbra.