Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 21: el Covid-19 somos nosotros


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En este tiempo se han producido teorías conspiranoicas –conspirativas y paranoicas– que apuntan a que el Covid-19 es un invento humano. El 13 de marzo, el portavoz del Ministerio de Exteriores de China llegó a acusar al Ejército de Estados Unidos de haber hecho brotar el coronavirus en Wuhan como ataque por la guerra comercial. Al otro lado del Pacífico, el senador republicano Tom Cotton había afirmado en febrero que el virus tenía su origen en un laboratorio militar de Wuhan. El 16 de marzo Trump insistía en hablar del virus chino y el jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, precisaba más al hablar del ‘Virus Wuhan’. Han circulado las más dispares teorías. Una acusa de su creación a un laboratorio británico, otra a una empresa de biotecnología china, otra que Bill Gates es el propietario de la patente de Covid-19 y por eso previno contra las pandemias muchos años antes.



La mayoría de los medios científicos y políticos han desmentido esas teorías. Se ha demostrado que se originó a través de procesos naturales (Kristian Andersen, en un estudio en la revista científica Nature Medicine). Pero creo que los conspiranoicos tienen en algo razón, es un artefacto: el coronavirus es un invento humano. Al coronavirus lo liberamos los seres humanos, es en cierto modo un producto humano. Más concretamente, resultado de nuestra violencia contra la naturaleza.

Los pangolines del Mercado de Huanan

El Mercado de Huanan, en Wuhan, es una gran superficie del tamaño de cinco campos de fútbol donde venden sus productos unos 1.000 puestos en distintos pabellones aglomerados y cruzados por calles estrechas entre ellos. Es el mayor mercado en la China central donde se vendan animales para consumo humano. Hay comercio mayorista, pero también minorista y es un lugar común para comprar comida y tomártela en la calle. Se vende principalmente marisco y pescado, pero también hay múltiples negocios que ofrecen carne roja y animales salvajes de todo tipo, enteros o procesados. Durante años ha sido un lugar insalubre y desordenado, donde los cadáveres de los animales y sus restos se esparcían por todas partes.

El mercado era un centro de tráfico masivo de todo tipo de animales que uno podía comerse: pangolines, cachorros de lobos, osos, ratas, monos, tejones, castores, camellos, cocodrilos, burros, marmotas, zorros, cuervos enanos, erizos, serpientes, nutrias, murciélagos o perros, entre otros. En las fotografías que los medios difundieron por todo el mundo, parte de la fauna estaba hacinada en jaulas muy angostas de las que salían sus hocicos y extremidades. Otros, estaban exhibidos en jaulas en solitario como una especie de alto valor.

Mercado Wuhan coronavirus

Sin el más mínimo respeto ni piedad, sin la mínima ritualidad del sacrificio, los animales reflejan el ínfimo respeto que nos tenemos a nosotros mismos. No es un mercado popular tradicional rural, donde los siglos han acumulado costumbres, sino que el Mercado de Huanan es masivo, no gasta en presentación ni cuidado, no hay desinfección ni respeto al comprador. No es una venta pequeña, sino la comercialización exponencial de un gran número de especies prescindiendo del mínimo gasto en nada. Cada especie –conforme aumenta su escasez por las prohibiciones y es más peligroso su tráfico ilegal– está sujeta a una especulación hipercapitalista que solo personas adineradas pueden consumir: cada gramo de cuerno de rinoceronte cuesta unos 80 euros. Cada gramo de colmillo de elefante cuesta 2 euros. Por una piel de tigre se pagan 20.000 euros. El Mercado de Huanan expresa el neoliberalismo más salvaje que degrada cada especie y a las personas al intercambio menos digno posible.

Es un patrón que se repite en todas las pandemias: 1997, la Gripe Aviar comenzó en los patos salvajes, anteriormente en 1981 el SIDA había salido de comer monos y chimpancés, el Ébola de 2014 en los murciélagos de la fruta. Las epidemias no salen de los animales sino de los animales maltratados y debilitados por el ser humano.

Cuando Europa enloqueció a sus vacas

Esa hiperexplotación y maltrato de los animales no es algo privativo de los países del Sur, sino que todos recordamos el Mal de las Vacas Locas. Enloquecemos a la naturaleza hasta que nos da una cornada. Son como los accidentes que a veces hay en los zoos. En 1991 la orca Tilikum y otras dos orcas ahogaron a su entrenadora en el Seaworld de Florida; en 2001, un bisonte americano le sacó el ojo a una niña de una cornada en el zoo de Vigo; en 2014, un tigre blanco asfixió a un joven de 20 años que se cayó en su foso en Nueva Delhi; en 2015, un elefante mató a una niña de siete años de una pedrada. Cuando les encerramos y maltratamos, volvemos locos a los animales. Luego los visitamos con absoluta inocencia e incluso sus comportamientos patológicos parecen graciosos.

El Mal de las Vacas Locas o Encefalopatía Espongiforme Bovina (EEB) estalló en 1986 en Reino Unido y en 1996 mató al primer humano (por la denominada Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob). Básicamente su origen es que el capitalismo ganadero masivo, en su extrema búsqueda de beneficios, para ahorrarse la incineración de las vacas y a la vez el gasto en pienso, dieron de comer las vacas muertas a otras vacas. Produjo 200 muertes en once países, estando en Reino Unido el 80% del total. En España fallecieron cuatro víctimas, de 26, 40, 51 y 64 años.

La Sexta Extinción Masiva lleva a la destrucción humana

Las discusiones sobre la protección de la fauna y la lucha contra el maltrato animal, parece que es algo que atañe al romanticismo, a la compasión, a un tipo de ciudadanos con un sentido muy refinado de la ética. No pocas veces se ha tildado de poco pragmático o de estar causas secundarias en un mundo que sobre todo debe estar centrado en el hambre, las guerras, la educación y la salud.

Pero una vez tras otra, las pandemias que han ido sucediéndose desde la Gripe Aviar de 1997, han tenido su origen en la violación de los ecosistemas naturales y el tráfico de especies salvajes para el consumo humano. Patos salvajes, murciélagos o chimpancés y otros simios, contuvieron sus virus hasta que el estrés de la caza o la destrucción de su entorno debilitó sus sistemas de inmunidad y en esa debilidad no pudieron contener a los virus que llevaban en su cuerpo durante siglos o milenios. Al destruir a la fauna y sus ecosistemas, liberamos virus poderosos y descontrolados que pueden matarnos.

Estos mercados que se pueden encontrar en distintos puntos del planeta, son una de las peores expresiones de la Sexta Extinción Masiva que está produciendo el ser humano en el planeta Tierra. La humanidad está llevando a cabo una aniquilación masiva de las especies vertebradas. Se calcula que desde el año 1500, hemos extinguido 617 –de las cuales, 279 solo se hallan en zoos–. Otras muchas especies las hemos extinguido sin tan siquiera haber llegado a tener conocimiento de su existencia. Se está produciendo una defaunación de la Tierra, a la vez que se realiza una desforestación. Las montañas de cabezas de bisontes americanos, la caza de lujo de elefantes y felinos o la exportación de animales salvajes a los que se atribuyen propiedades afrodisíacas, son algunos de los episodios más patéticos de dicha destrucción masiva del tesoro del Arca de Noé. La Sexta Extinción no es solamente un crimen contra la Tierra sino que es un suicidio y las pandemias son parte de ese fenómeno.

Esa destrucción no es responsabilidad de los países del Sur, sino que todos participamos en ello y con especial responsabilidad los países más ricos que con un consumo predatorio impulsamos la desforestación y la destrucción de ecosistemas como el Amazonas en América o las amenazas sobre Polesia en Europa.

El coronavirus no es un otro

La costumbre del Yewei en China significa el gusto por comer animales salvajes, el “gusto salvaje”. La mayor parte de China no participa de esa costumbre, pero se permitió hasta final de febrero de 2020 la continuidad de esa costumbre popular que decía también curar dolencias o la impotencia masculina.

La naturaleza maltratada se ha vuelto contra nosotros. Por supuesto que la naturaleza carece de una voluntad, pero la hemos explotado y pervertido tanto, la hemos machacado con tanta presión que sus fuerzas se han desatado descontroladamente contra todo y contra la propia humanidad.

Esos animales aplastados unos contra otros dentro de jaulas, somos nosotros mismos. Esa falta de respeto por los animales y la naturaleza, es falta de autorrespeto por el propio ser humano. Los últimos dos siglos el ser humano se ha vuelto mucho más arrogante y dominador, ha extraído beneficios sin ningún cuidado de la tierra y sus criaturas, y también del propio hombre.

El virus Covid-19 no es un accidente natural ni una amenaza de la naturaleza, sino que somos nosotros mismos contra la propia humanidad. Llevábamos explotándonos, maltratándonos y destruyéndonos demasiado tiempo. Ahora lo podemos ver expresado de otro modo, pero no nos engañemos. El Covid-19 no es un alien extraño venido del cosmos, no son una metáfora o un residuo de los chinos (SARS), los africanos (Ébola), los brasileños (Zika) u otros pueblos que el racismo se ponga como diana. El coronavirus no es parte de una naturaleza que tenemos que someter todavía más. El coronavirus no es un otro, sino la peor versión de nosotros mismos.