Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 20: seis medidas para crear confianza pública


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Comienzo este diario de hoy por el final. ¿Cómo podemos aumentar la confianza pública que tanto nos falta? Propongo 6 medidas que podemos comenzar ya cada uno en nuestra casa.



  1. Comencemos a construir ya la Democracia de Discernimiento. No se trata de ser acríticos ni de no opinar por las redes. Leemos, oímos, miramos lo que ocurre. Seguimos trabajando –muchos en primera línea de emergencia– y sentimos con fuerza los aciertos y los errores. La mayoría tenemos tiempo por el confinamiento. Ahora se trata de discernir las intenciones, qué problemas son de largo y corto plazo, cuáles son atribuibles a personas y cuáles a la cultura política. Ahora que tenemos tiempo, practiquemos el discernimiento sobre las cosas públicas. ¿Cuáles son las intenciones? ¿Qué es lo que ha ocurrido de verdad? ¿Qué ocurrió en lo profundo? ¿Qué es estructural y qué es accidental? ¿Qué es atribuible a la cultura o el contexto? ¿De qué soy también yo responsable como parte de la ciudadanía? ¿Lo hubiera hecho yo mejor? ¿Qué se ha evitado? ¿Era un mal menor? ¿Se podía haber prevenido? ¿Otro lo hubiera hecho mejor? Son algunas preguntas. Se pueden añadir más.
  2. Hay seres que se alimentan de la desconfianza y la multiplican, te extraen alma y bondad, como los dementores de Harry Potter. Son ‘haters’, ‘trolls’, ‘angry birds’, conspiranoicos. Desconfían hasta del mismo Dios: esto es un castigo divino, esta es una venganza de Dios por meter la Pacha-Mama en el recinto de la Ciudad del Vaticano. Evitémosles, hagamos un vacío protector alrededor de ellos. No seamos su altavoz. Exijámosles responsabilidades por lo que dicen, pero no entremos en su dinámica de odio y desconfianza, ni en su lenguaje. Tienen un virus destructor que puede meterse en nuestras células. Seamos higiénicos: evitar y desinfectar.
  3. Pongamos en el centro de nuestra atención a quienes dan confianza. Las encuestas de confianza arrojan un dato negativo sobre instituciones públicas –salvo sobre policías y militares–, pero, sin embargo, se confía en las familias, en los profesionales y los expertos. Eso se ve también reflejado en medio de la pandemia. Se confía en el trabajo y entrega de los sanitarios, profesiones sociales, tenderos de la alimentación, transportistas, profesionales de la seguridad, cuidadores, se les ensalza y agradece. Y se confía en la familia, como ya escribimos en estas páginas de Vida Nueva al comienzo de la cuarentena. Cuanto más profundicemos en esa confianza y gratitud, más nos haremos una sociedad de confianza.
  4. La confianza en los otros y en las instituciones culmina en la confianza abstracta, en cualquiera. No solamente en alguien que nos era desconocido, sino la confianza en aquel de quién no sabremos nada. Émile Durkheim decía que esa era la clave de la solidaridad moderna en las sociedades complejas. No nos conocemos cara a cara, no sabemos quién hizo ese copo de avena que estamos metiendo en nuestro cuerpo, pero confiamos en que no es veneno. En nuestros trabajos practicamos continuamente esa confianza general en la humanidad. Ahora es un momento especial para percibirá y agradecerla. Mi amiga Marta no sabía quiénes eran el médico y enfermeras que estaban detrás de las mascarillas, pero confió en ellos y quizás nunca sepa quiénes son. Alguien aislado con coronavirus en el hospital recibe una de las 35.000 cartas de consuelo escritas el primer día que se propuso, y no sabe quién le escribe y nunca lo sabrá. Solo un profundo sentido de comunión nos hace sentir hondo la bondad y confianza que hay en ello.
  5. Hagamos bien el trabajo que tenemos entre manos. Quizás seguimos teletrabajando: seamos excelentes, que llegue a los demás y multiplique la confianza. Seguramente tengamos que cuidar a nuestros hijos, a familiares y amigos. Generemos confianza. ¿Pueden ellos confiar en nosotros? ¿Pueden confiar en que les llamaremos y cuidaremos? ¿Pueden confiar nuestros hijos en que les ayudemos con sus tareas, en que nos importe lo que estudian? ¿Pueden confiar en que son lo más importante de nuestra vida? ¿Puede confiar el otro en que no le voy a traicionar riéndome de él, criticándole con mala intención, vendiéndole por treinta monedas de risas o sensación de superioridad? Demos confianza. ¿Doy confianza? ¿Principalmente vivo confiando o vivo sospechando? A mí, reconozco que me falta ser alguien que da confianza, ¿y a ti?
  6. La confianza social se cimenta en nuestra confianza en la vida, en cómo nos vinculamos primordialmente a la propia existencia, al amor que sustenta a la humanidad, a la fe última, al vínculo original y último que se pone en juego en la vida y la muerte. Generar confianza pública comienza en el modo como cada ciudadano vive la confianza primordial. ¿En qué y quién pones tu confianza última? ¿En qué pones tu fe? Ahora, tenemos tiempo para vivir y pensar en lo esencial.

Y ahora comienzo por donde realmente empecé escribiendo, por el tema de fondo que me preocupa hoy. Ahora os vais a explicar de dónde vienen esas propuestas.

Comenzamos de nuevo

En estado de alarma hay una cuestión central: la confianza. Ya estamos sintiendo los temblores de la desconfianza. ¿Lo están haciendo bien el gobierno, las agencias, las ONG, la Iglesia, la prensa, mis vecinos…? Aunque en los primeros días la sociedad hizo un esfuerzo por confiar, la tercera semana de confinamiento ha hecho abrirse visibles grietas. Las llamadas a la unidad se basan en ese depósito de fe en las instituciones. Es obvio que los países con mayores niveles de confianza están en mejores condiciones para que la población mantenga comportamientos cívicos, muestre obediencia social y apoye a las instituciones públicas en sus acciones. Tanto España como Latinoamérica tienen muy bajas tasas de confianza pública.

Nos falta mucha confianza

La confianza en las instituciones es un factor crucial en cualquier emergencia pública, pero la crisis del coronavirus llegó tras un desgaste muy intenso de aquéllas durante la crisis financiera y recesión de 2008 a 2018. La tendencia global a la desvinculación y el utilitarismo, dio forma a una mentalidad predatoria de la política y los negocios. El resultado ha sido una sociedad en la que es difícil o se ve ingenuo poner fe en quienes asumen responsabilidades públicas y, aún más inocente, en las organizaciones y entidades, sean públicas o privadas.

Nuestras sociedades tienen un bajo nivel de confianza en sus instituciones. El Latinbarómetro muestra que la confianza interpersonal en 2018 es la más baja desde 1995. Solo el 14% dice que se puede confiar en la mayoría de las personas. Las diferencias internas son grandes: los países más confiados son Colombia, Uruguay y Guatemala (20% confía en la mayoría de la gente), Argentina y México tienen un 18% y Brasil es el más desconfiado (solo el 4%), precedido por Venezuela (8%).

En el conjunto de Latinoamérica, la confianza institucional muestra su peor índice respecto a los partidos políticos ya que el 13% dice que se puede confiar algo o mucho en ellos. El 21% confía en el congreso, 22% en gobierno, 24% en el poder judicial, el 24% en las instituciones electorales y el 35% dice que confía algo o mucho en la policía. La Iglesia católica es la entidad que recibe mayor confianza: mucha o algo la tiene el 63% de la población.

Al otro lado del Atlántico, España es el país europeo en el que los ciudadanos tienen menor confianza en las instituciones y el tercero más bajo de Occidente. El Informe Global Edelman 2019 de Confianza. La encuesta recogió la opinión de población de 27 países y España solo es superada en desconfianza por Japón y Rusia. Del Informe 2018 al 2019, se registró una bajada de ocho puntos en España.

Una encuesta del CIS en 2015, muestra que en España hay un 65% de personas que dicen que se puede confiar en la mayoría de las personas. En una escala de 0 a 10, hay porcentajes elevados que puntúan con un cero para expresar que no tiene ninguna confianza. No tienen ninguna confianza en los partidos políticos el 45%, en el gobierno el 42%, en los bancos el 39% y en el poder judicial el 19%. Visto desde el otro lado, confían positivamente (puntúan con un cinco o más su confianza) en los partidos políticos el 14%, en los bancos el 21%, en el gobierno el 22%, en los sindicatos el 26%, en la Iglesia el 40%, en los jueces el 43%, en la empresa privada el 51% y en la policía el 68%.

La crisis económica pulverizó los índices de confianza pública. Se descubrió un enorme butrón que los principales partidos y muchas empresas habían hecho al patrimonio público a través de la corrupción política. A la salida de la crisis, no se puede decir que hayamos cambiado lo suficiente como para que no se repitan los errores. La primera decisión que tomó Donald Trump fue una nueva desregulación de los productos financieros y la burbuja inmobiliaria ha vuelto a inflarse. Los partidos políticos no han hecho los cambios internos que garanticen que no se va a producir corrupción. Apenas han pedido perdón y menos hecho enmiendas.

El error de los test de coronavirus

En una sociedad sin confianza, todos los errores se magnifican, todos los aciertos se cuestionan y se sospecha de todas las intenciones. Esta es parte de la experiencia durante la cuarentena. Estando en casa, parece que como ciudadanos no pudieras hacer nada, estar confinado es como estar maniatado. ¡Como si estando en la vida normal hiciéramos más en política de lo que hacemos ahora! Se podría, pero no. Ahora hay algo de contención para mantener el espíritu de unidad que al comienzo nos propusimos y que es necesario en estados de emergencia. No obstante, la radical falta de confianza de nuestra sociedad deja ver sus dientes ya en cada cosa.

En estado de emergencia se producen muchos errores en la gestión. Pienso en el caso de los cincuenta mil tests de baja calidad que el gobierno compró en China por mediación de una empresa española que se encargó de su importación. Es un claro error. La empresa china engañó al importador español diciendo que tenía la acreditación para poder vender ese tipo de productos y también trató de dar gato por liebre: en las especificaciones del lote y en el envasado constaba un tipo de producto que no se correspondía con el interior. Es posible, incluso, que haya habido una mordida en el proceso de ventas y reventas.

Tal error tiene consecuencias graves: podemos hacer menos pruebas, aumentan los contagios, se producen más muertes. Absolutamente graves. Seguramente la empresa importadora tenía que haber desconfiado más de la compañía china. Tenía que haberla investigado previamente. Lo cierto es que al llegar se comprobó si el producto era el especificado, eso sí. Quizás tenía que haber pagado a alguien en China para que visitara la fábrica, viera cómo se producía y cuál era el lote que se iba a enviar. Todos nos damos cuenta también de que en momentos de emergencia esas precauciones ralentizan todo y debes confiar. Sin duda, hay un error de excesiva confianza.

La responsabilidad se encuentra en la titular de la Dirección General de Farmacia (se llama ‘Cartera Básica de Servicios el Sistema Nacional de Salud y Farmacia’, lo cual es otro indicador de que no obedecemos a una ley básica e implacable de la lengua: la economía de palabras). La titular es la valenciana Patricia Lacruz. Generalmente, muchos de quienes están al frente de organismos carecen de la cualificación profesional para poder comprender y decidir sobre dicha materia. Es una lamentable característica de nuestra cultura política: la gente no tiene que saber de algo para decidir sobre ello. Puedes tener, por ejemplo, a frente de las decisiones sobre deporte a alguien que no solo nunca ha dedicado nada de tiempo a pensar sobre ello, sino que no conoce en absoluto al sector y además no le gusta el deporte.

En este caso no es así. Patricia Lacruz tiene un curriculum ajustado, da confianza. Es farmacéutica y tiene un MBA –que realmente hizo–. Desde el inicio de su carrera profesional está dedicada a la gestión farmacéutica de la sanidad pública. Comenzó trabajando para gobiernos del PP y cuando fue reclutada para el gobierno socialista, la prensa estacó que era un raro nombramiento pues no pertenecía a ningún partido ni familia política. Tiene experiencia docente en la universidad y fue socia fundadora de la sede valenciana de la Sociedad Española de Calidad Asistencial (SECA), una entidad civil y científica. En conclusión, no estamos ante una persona que solo esté en esa dirección general por su poder en el partido ni alguien que hayan enchufado y carezca de cualificación.

¿Hay que perdonar los errores en la vida pública?

Con los datos conocidos hasta ahora, parece que el error en la compra de pruebas se debe a que la Administración española ha sido víctima de un fraude. Es típico cómo convertimos a la víctima en culpable.

Es legítimo que la ciudadanía esté enfadada y que se exijan responsabilidades. También es razonable, compasivo y sabio que sepamos diferenciar las negligencias de los infortunios, cuando alguien hace algo mal porque es culpable o porque es víctima, cuando hay corrupción y cuando hay mala o buena intención. Ciertamente, debe influir el reconocimiento de los errores, la petición de disculpa y el propósito de enmienda. En este caso, se pasó de puntillas por las dos primeras, y eso es objeto de reproche público.

Los errores que hallamos en estos tiempos son numerosos y conforme pasan los días son más. Cometen errores todos los gobiernos de todos los partidos, en todos los niveles, cometemos errores las empresas, las ONG y la Iglesia, las familias y cada uno en su trabajo –incluso en estado de alerta–, y cometemos errores como país, que solo son atribuibles al conjunto de la ciudadanía, porque tenemos mucho que mejorar.

No digo que no haya que ser crítico y señalar las equivocaciones. Tendría que haber en el futuro una comisión de investigación sobre el comportamiento de todas las Administraciones durante este tiempo para depurar responsabilidades, aprender de los errores y también agradecer los aciertos. Es normal que haya una investigación, pues los ciudadanos hemos cedido derechos fundamentales y el país ha estado en régimen de excepción. Con menores controles durante este periodo, tendría que haber un tiempo de reflexión a posteriori.

También debemos tener, ahora y después, sentido de proporcionalidad para juzgar los fallos. Eso forma parte de la Democracia de Discernimiento. Una sociedad pública que no es capaz de articular el perdón, es invivible. Está muy directamente relacionado con la confianza, es una de sus principales características. Y es una de nuestras principales deficiencias.

Una sociedad que se subestima

Una sociedad con poca confianza siempre acaba siendo una sociedad que se subestima. Mientras que la prensa internacional alaba nuestras medidas y comportamiento público, parte del país no cesa de opinar desde a más radical desconfianza: respecto al gobierno y respecto a la oposición, respecto a las empresas, respecto a los servicios concertados con la sociedad civil, respecto a nosotros mismos. Esa subestima secular que arrastra nuestra sociedad es una patología cultural. Nos creemos mucho mejor que los demás o mucho peores, sin término medio. Mientras fuera nos alaban, dentro nos castigamos. Hay no solo desconfianza social hacia las instituciones públicas –y desconfianza entre ellas–, sino hay un problema de poca autoconfianza.

Como todos los problemas, tiene solución, porque si no, no sería un problema sino los propios límites de la realidad. La solución podemos comenzarla ahora mismo. Ahora tiene sentido las propuestas por las que comenzamos. Está en nuestras manos y podemos comenzar ya y en nuestra casa.

La confianza lo conecta todo

La confianza es un fenómeno al que se le da forma desde los poderes públicos –Administraciones, empresas, ONG, Iglesia, sindicatos, prensa, ciencia, etc.–, pero que se forma acumulativamente por la confianza que cada uno tenemos respecto a nosotros mismos, a los otros, a los entornos, a las organizaciones en que participamos, en relación a la propia vida y a, efectivamente, los organismos de la vida pública. Comienza en cada uno de nosotros, en lo profundo. La confianza pública es el fenómeno sociológico que más conecta lo macrosocial y la intimidad personal, porque toca a una dimensión crucial y primordial del ser humano: su fe, su vínculo consigo mismo y con el Todo, con la familia de su primera infancia que le dio vida y forma, y con el cosmos, y eso atraviesa todas las instancias y niveles sociales que nos podamos imaginar. La confianza lo es todo.