Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

Deus politicus (I)


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Llevo tiempo queriendo escribir una entrada en este blog sobre un tema que, lo sé, me acarreará críticas -no precisamente constructivas- o, cuanto menos, comentarios peyorativos en círculos de activismo político donde me muevo. Se trata de la significatividad y relevancia de la fe en un Dios trascendente para la construcción social y política.



Un tiempo nuevo

Para ello podría haber elegido cualquier momento. En toda etapa o coyuntura histórica creo que tiene sentido la cuestión. Pero, en el “hoy”, lo veo particularmente oportuno. Hasta necesario.

En un tiempo en el que se repiten episodios similares a los que, en el siglo pasado, marcaron un “antes y un después” en la conciencia ética global -entonces el exterminio judío; hoy el genocidio en Gaza-; en los que se usa la religión para confrontar sociedades y culturas -cristianismo vs islamismo, verbi gratia-; en el que más de un mandatario político alude a sus creencias religiosas para justificar sus decisiones y actos -Trump, Erdogan, Putin, Maduro…-; donde las voces morales más autorizadas del panorama internacional suelen ser grandes líderes religiosos -los últimos Papas católicos, el Dalái Lama, etc-; o, “simplemente”, donde existen gravísimos desafíos que requieren de la articulación de todos los elementos posibles para hacerles frente -crisis migratoria, cambio climático, polarización política, conflictos bélicos, desigualdades sociales, pérdida de sentido-… hablar de Dios y las consecuencias de confesar la fe en el mismo es más que pertinente.

Me mueven varias razones para ello. De las más importantes, la constatación de que, la humanidad “sola” y por sí misma, parece históricamente abocada al fracaso a la hora de generar un espacio mundial de convivencia fraterno, sostenible y en paz.

Gaza Bombardeos Cena Ramadan

La comida nocturna con la que se rompe el ayuno del ramadán sobre las ruinas del campamento de refugiados de Jabaliya en Gaza.

La presencia del mal

En algún otro post, he declarado mi adhesión a quienes defienden la radical bondad del ser humano y su inclinación al bien. Pero, por desgracia, no está reñido con tener que aceptar que esto compite ferozmente con su oponente dialéctico; las manifestaciones del mal, de la injusticia y del egoísmo se extienden por doquier. Y no conseguimos dar con los mecanismos necesarios para acotarlos de manera residual. Más bien, a menudo, desbordan nuestras expectativas y se adueñan de los procesos y del devenir social.

En lo cercano, la aporofobia, la ola anti inmigratoria, y los manipuladores discursos del odio y el rechazo hacia los diferentes son más que representativos de esa constatación.

Ahora bien, ¿estoy con todo esto abonando el terreno para afirmar que hay que apostar por regímenes políticos en connivencia con códigos y tradiciones religiosas? No. Experiencias como las del nacional catolicismo o los regímenes islamistas demuestran que ese no es el camino.

Justicia divina

¿Y la apuesta por partidos de sesgo explícitamente confesionales, como los demócratas o conservadores cristianos? No niego sus aportaciones válidas, pero hoy tampoco contamos con ejemplos consistentes que nos hagan ver que son más solución que problema. Conocemos que suelen quedarse en epítetos que, aunque con un posible origen legítimo y bienintencionado, a la postre llegan a convertirse en “perchas” sobre las que colgar estrategias propagandísticas y partidistas. Muy lejos de ser auténticos cauces para alinear las propuestas y decisiones propias, con las inspiraciones emanadas de la fe en Dios.

¿A qué me refiero, pues? ¿En qué baso mi apriorismo de la necesidad de meter a Dios en esta ecuación tan dramática y en un contexto tan diverso, para la construcción de una humanidad más deseable, óptima y que traiga el bien común? Es más, ¿qué pienso cuando hablo de “la fe en un Dios” como inspiración para la actuación política…?

Como la época estival se presta a espacios sosegados para la reflexión, mis respuestas a esas inquietantes cuestiones las dejo para el siguiente post. Mientras, que “la justicia divina” caiga sobre cada uno de nosotros y nuestros gobernantes… en forma de acción política que promueva la civilización del Amor, que por ahí van los tiros.