Algunos médicos internistas del Hospital Clínico de Zaragoza hemos comenzado a desplazarnos, también en periodos de una semana, para apoyar al equipo de internistas del Hospital de Calatayud. Como tantos otros hospitales comarcales, tal como he explicado en múltiples ocasiones, este sufre fuertes carencias de personal mucho mayores que los déficits puntuales que puedan ocurrir en los hospitales de las grandes ciudades. Las causas son diversas y antiguas, pero las políticas autonómicas de recursos humanos tienen mucho que ver.
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En mi caso, acercándome a una posible jubilación, es una oportunidad para conocer de primera mano un nuevo hospital de la región en que nací y donde vivo, a otros compañeros médicos y, sobre todo, la realidad sanitaria y social donde el hospital se halla inserto. Así que me ofrecí voluntario y durante esta semana he vivido y trabajado en Calatayud, ciudad que me ha sorprendido.
Una ciudad histórica
Me ha asombrado encontrar una ciudad monumental, rica en historia, que tuvo gran significado en la historia de Aragón y de España, en cierto modo venida a menos. En la actualidad, impresiona como una pequeña ciudad de servicios, con escasa industria, con un importante centro militar y con un hospital clásico comarcal: posee los servicios troncales (medicina interna, pediatría y ginecología/obstetricia, traumatología, cirugía general) y una plantilla médica que en su mayor parte se desplaza desde la gran ciudad, con alta inestabilidad y dificultad para cubrir las plazas.
Las exploraciones complementarias sofisticadas (resonancia, medicina nuclear, endoscopias complicadas, cateterismo coronario) y maniobras terapéuticas complejas se derivan al Hospital Clínico, al igual que los pacientes que requieren cuidados críticos. Sin embargo, es capaz de asumir la mayoría de problemas clínicos de la población a la que atiende y ofrecer una asistencia especializada, evitando largos y penosos desplazamientos.
En la España vaciada
Es muy buen lugar para trabajar si no se tiene un campo de interés muy específico o implicación en investigación; de hecho, es el lugar ideal para un clínico como yo. El trabajo suele resultar sencillo, es fácil conocer a la mayor parte de colegas y se atiende a población del mundo rural, de esta España vaciada que apenas sale en las noticias. Aquí he aprendido, tal como me ocurrió en Ejea, que la población anciana en estas zonas acaba de forma mayoritaria en residencias, quizás incluso más que en la gran ciudad.
También aprecio que el peso de la inmigración es intenso; en el caso de Calatayud, en buena parte rumana. De hecho, es frecuente encontrar tiendas de productos rumanos al callejear por la ciudad. Por lo que he observado, todavía cuidan de los suyos, y es frecuente que haya numerosos acompañantes con el paciente. Mucho mejor que la soledad devastadora que rodea a no pocos de los enfermos que visito, sobre todo en la gran ciudad.
Ojalá nuestra presencia en este hospital, aunque sea de modo puntual, resulte útil. Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.

