¿Delito de odio o delito de miedo?


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Desde hace unos días vienen apareciendo en los medios de comunicación noticias según las cuales algunos médicos o cajeras de supermercado han encontrado en el portal de sus viviendas sendas notas en que se les pide que abandonen la casa, para evitar el contagio del resto de vecinos. Incluso una ginecóloga de Barcelona encontró en el garaje de la comunidad su coche pintado con esta lindeza: “rata contagiosa”.



Como es natural, estos casos han provocado la indignación, y algunos han empezado a hablar de perseguir penalmente a los autores de estos hechos, aplicándoles el “delito de odio”. Ignoro si esto es posible y si el tipo penal es el adecuado, pero lo que tengo bastante claro es que no se trata de un “delito de odio”, sino más bien de un “delito de miedo” (al menos en la mayoría de estos casos).

El temor de Dios

Y es que el miedo es un poderoso resorte que en muchas ocasiones dicta la actuación de los seres humanos. Por eso parece lógico que los llamados “oráculos de salvación” de la Biblia sean reconocibles precisamente por la invocación inicial: “No temas”. En efecto, el temor es lo más alejado de Dios, a pesar de que el “temor de Dios” sea una de las fórmulas más reconocibles de la Biblia.

Sin embargo, es sabido que este temor no es, ciertamente, miedo, sino más bien reconocimiento (con lo que implica de aceptación reverente). Implicaría, pues, el descubrimiento de la realidad divina como aquella que constituye el fundamento del hombre y su horizonte último de posibilidad. En este sentido, el reverso del reconocimiento de la infinita superioridad divina es el de la radical fragilidad humana, lo cual puede conllevar un cierto temor. Pero la experiencia del creyente es que es justamente la cercanía de Dios la que puede “salvarlo”, es decir, otorgarle la consistencia vital que de ninguna manera puede encontrar en sí mismo. Precisamente, esa mezcla de irresistible atracción y temor reverencial ante Dios es lo que hizo acuñar a Rudolf Otto –el famoso estudioso de las religiones– esa expresión que es toda una definición de la realidad de Dios: misterio tremendo y fascinante.