Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

De los aranceles y la dignidad nacional


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La presión por dar una respuesta al fenómeno migratorio obligó al Gobierno de México a llevar a cabo una negociación express ante la amenaza de una guerra comercial con su vecino Estados Unidos por la intención de incremento de aranceles. Desde el lado político los resultados han sido analizados desde una óptica de triunfos y fracasos. En medio de esta maraña de reacciones, llamó mi atención el llamado a defender la “dignidad nacional” como un asunto que urge a todos los mexicanos de todos los sectores y corrientes políticas. Leí este llamado como una suerte de nacionalismo express, cuya demostración principal fue la concentración del fin de semana pasado en Tijuana, Baja California, en donde pudimos ver al Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador y clase política en plena frontera dispuestos a defender el país, la soberanía y a la seguridad nacional, antes que todo y a causa de lo que sea.

La “dignidad de México” ante la amenaza de una embestida comercial

La evolución del fenómeno migratorio es uno de los temas que ha cuestionado la idea de control y soberanía territorial del “Estado- nación”. La migración junto con los asuntos medioambientales, el tráfico de drogas, armas y personas ahora ocupan el espacio transnacional cuestionando los paradigmas tradicionales de la gobernanza. La migración se ha convertido para los Estados en un punto de fuga en términos de gobernanza y esta semana se convirtió en moneda de cambio para México. Horas antes, me imaginaba a la Comisión diplomática y negociadora que representaba a México frente al gobierno norteamericano, seguramente a forma de lección de política debió recordar en aquellos tensos momentos la definición de Max Weber sobre el Estado: se define como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima”.

Con los acuerdos anunciados por ambos gobiernos, se aceptó que el Estado Mexicano haría énfasis en el funcionamiento de las instituciones de seguridad para controlar el fenómeno migratorio que ocurre en su territorio. Los principales ejecutores de esta política serán los cuerpos de seguridad encabezados por la Guardia Nacional que será desplegada en la frontera sur. Se logró así salvaguardar la “dignidad de México” ante la amenaza de una embestida comercial, sin cuestionar si esto también respeta la dignidad de muchas personas migrantes que masivamente han dejado su país en búsqueda de protección internacional.

No logré encontrar definiciones sustantivas de la “dignidad nacional” salvo algunas referencias a Días de la Dignidad proclamados en países como Perú, por ejemplo, como recuerdos de un gesto de nacionalismo. O bien las marchas por la Dignidad Nacional que los mismos movimientos de desaparecidos vienen realizando hace varios años. Lo que sí pude encontrar fue una amplia bibliografía a la “dignidad humana” con raíces escolásticas que, paradójicamente, ofrece varios y distintos puntos de vista, éstos se pueden enunciar en tres grandes bloques.

La primera concepción que se tenía de persona fue la visión religiosa, sus principales promotores y exponentes eran las distintas y varias religiones, entre las que destaca la visión judeo-cristiana, desarrollada y representada, en gran medida, por el pensamiento de filósofos como San Agustín y Santo Tomás. El concepto de dignidad giraba en torno a la idea de que el ser humano estaba conformado de alma y cuerpo, y que era una criatura formada por Dios mismo, era la imagen y semejanza del Creador y por lo tanto, la dignidad era referencia de perfección pero sobretodo de algo intrínseco.

La segunda concepción se dio en el período racionalista. La concepción de persona ya no era la del ser creado por Dios, ahora, la persona es porque posee la razón y en cuanto tal tiene la capacidad de captar todas las cosas. Su dignidad era por su ser racional y por tanto una dignidad única del ser humano.

La tercera concepción de persona, es la llamada concepción naturalista y parte de la idea que el hombre es “un muy tardío producto de la evolución del planeta Tierra, un ser que se diferencia de sus precursores en el reino animal por el grado de complejidad con que se combinan en él las energías y facultades, que en sí mismas ya están presentes en la naturaleza infrahumana”[1] . Sus representantes más significativos son: Darwin, Bacon, Hume y Comte. La dignidad es, por así decirlo, un regalo de la misma naturaleza, algo que no le da nadie, sino su mismo ser natural.

Compromisos suscritos tomando como base la dignidad de las personas

Quizás el concepto -ofrecido por Boecio en el siglo IV de persona- es el que tiene los elementos que mejor definen lo que es persona. Boecio señala a la persona como: substancia individual de naturaleza racional (Naturæ rationalis individua substantia)[2]. Esta definición de Boecio de substancia tiene un gran peso dentro de su concepción de persona, pero para su pensamiento, esto no es lo que define al hombre como tal, sino que la persona es substancia de actos y jamás se le puede considerar como un objeto, es decir, la persona como sustancia es portadora de dignidad, de ser reconocido como único, irrepetible y capaz de trascendencia.

Con esta concepción de persona es que “la expresión de la dignidad metafísica del hombre, medida y orientación sobre el puesto que le corresponde en el ser”[3]. De ahí se entiende el hecho de que el concepto no solo define algo o alguien sino que le da su dignidad, es decir la dignidad es por el hecho que la persona es un ser que está por encima del deber o del tener, la dignidad es un atributo de la persona misma en cuanto a su ser.

Con lo anterior, podemos afirmar que la dignidad de toda persona radica en su misma naturaleza, naturaleza que lo hace ser poseedor de derechos, obligaciones y sobretodo de respeto. Esta visión filosófica influyó enormemente la visión jurídica de los Derechos Humanos en el siglo XX, de ahí el imperativo que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. El México con “dignidad nacional” que ha suscrito los tratados y estándares internacionales en materia de derechos humanos también debe recordar que la Norma Humanitaria Esencial refiere el derecho a vivir con dignidad con base en “las disposiciones del derecho internacional, particularmente en las que atañen a los derechos humanos relativos al derecho a la vida, al derecho a un nivel de vida adecuado y al derecho a no ser sometido a tortura u otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.

El derecho a la vida conlleva el deber de preservar la vida si esta se ve amenazada, lo que lleva implícito el deber de no rehusar ni impedir que se preste la asistencia necesaria para salvar vidas. La dignidad va más allá del bienestar físico; exige el respeto de la persona, con inclusión de los valores y las creencias de los individuos y las comunidades, y el respeto de sus derechos humanos”. Esto implica la respuesta que los Estados y actores humanitarios ofrezcan en un contexto de crisis, como ha ocurrido con el caso de la migración en México y en regiones como la del mediterráneo.

Tal vez no hay una elaboración tan a detalle de la “dignidad nacional” porque se trate -esta vez- de una expresión de fervor nacionalista, más que una elaboración teórica. Lo que sí existen son compromisos internacionales suscritos por el Estado Mexicano, Hondureño, Salvadoreño, Guatemalteco y Estadounidense tomando como base la dignidad de las personas, muchas de ellas protagonistas de estos flujos migratorios incontenibles que han derivado en crisis humanitaria. En esta negociación, fue inevitable mezclar asuntos en materia de la responsabilidad de proteger de los Estados con reglas comerciarles que regulan los flujos de capital y mercancías. Ojalá que la dignidad de la persona no haya sido una omisión intencional sino sea algo tan presente que regulará la operación misma del Acuerdo México- Estados Unidos. ¿Acaso muchos siglos de reflexión filosófica y jurídica habrían pasado en vano?

[1] Max Scheler, El puesto del hombre en el cosmos. La idea de la paz perpetua y el pacifismo, 33.

[2] Boecio, De duabus naturis et una persona Christi, cap. 3; PL 64, 1343 ss.

[3] Max, Scheler, El puesto del hombre en el cosmos. La idea de la paz perpetua y el pacifismo, 20.