Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

De la no violencia y lo que hay detrás de una protesta


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En la Ciudad de México hemos tenido una temporada de protestas, lo que más ha trascendido han sido los actos de violencia que han causado lesionados y daños patrimoniales. Hay un debate inacabado por atribuir responsabilidades y deslindarlas respecto a estos daños, se ha señalado que quienes ocasionan violencia son grupos de choque que deslegitiman las diversas causas de la protesta social. Es evidente que más allá del posible deslinde de responsabilidades las personas que expresan su inconformidad lo hacen con el deseo de ser finalmente escuchadas, fruto de una crispación acumulada. Hay sin duda, un ambiente de poca tolerancia y ejercicio de la violencia para criminalizar la protesta.

Me pareció propicio rememorar que el pasado 2 de octubre se celebra el “Día Internacional de la no violencia”, en conmemoración del aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi, líder del movimiento de la Independencia de la India y pionero de la filosofía de la no violencia. Debemos recordar que por la época en que vivió Gandhi, la supremacía de las potencias occidentales era incuestionable. La India como muchos otros países de África y Asia vivieron la perpetua dominación colonial, en este caso del imperio británico. En 1930 Gandhi inició su famosa peregrinación por la sal. En aquella época, la sal era el alimento de las poblaciones más pobres en la India y el gobierno hacía pagar un impuesto por ésta. Así Gandhi reclama de manera pacífica el final de este tributo. Cada episodio de la trayectoria política de Gandhi contribuiría a la independencia de la India en 1947.

¿Desobediencia civil con raíces espirituales?

El principio de la no violencia internacionalizado por Gandhi –también conocido como la resistencia no violenta– rechaza el uso de la violencia física para lograr un cambio social o político. Para Gandhi este principio era una elección espiritual y religiosa. Por esta razón, de acuerdo con Ramin Jahanbegloo, la no violencia y verdad eran términos tan cercanos que resultan prácticamente intercambiables. “El ahimsa [la no violencia] y la verdad -escribe Gandhi- están a tal punto entrelazados que es casi imposible disociarlos. La filosofía de la no violencia se niega a identificar a su adversario con la fuerza que éste ejerce o con la situación injusta. La verdad reside en el corazón de cada cual, observa. Es allí donde hay que buscarla (…) No tenemos derecho a obligar a los demás a actuar según nuestra manera de ver la verdad”.

Foto: Arun Sharma

Para Gandhi su acto de rebeldía es un abrazo a la verdad que se concreta con una vida ascética mediante el ayuno, el silencio y la castidad. La práctica de la no violencia era visto como un acto meramente individual y Gandhi fue el primero en demostrar que ésta podría ser una forma en colectivo con un impacto político sin precedentes. Lo que asombra de personajes como Gandhi es cómo un acto de desobediencia civil tiene profundas raíces espirituales que marcaron la resistencia y la perseverancia para lograr un cambio como una premonición de los movimientos multitudinarios de protesta que vendrían después y que ahora tienen una base jurídica en términos de libertad de expresión y derecho a la protesta.

Las protestas de hoy también recogen el descontento, la rabia, el miedo, la privación, las violaciones en un contexto de mayor conciencia de los derechos humanos. Las injusticias, la opresión y la violencia se vuelven virales y las podemos conocer en segundos, al igual que las respuestas estatales. La protesta está injertada en un país que vive múltiples conflictos y diferencias internas, no solamente de tipo ideológico sino también económico y de disputas territoriales. Sí, nos referimos a México, con altos índices de desaparición y desplazamiento, con brechas de desigualdad que se abren, con prácticas arraigadas de corrupción y clientelismo. Si bien es cierto, hace décadas el Estado Mexicano pudo responder sin cuestionarse o no el uso legítimo de la fuerza. Ahora el uso de cualquier acto de violencia contra la población civil es ampliamente cuestionado. Pero la violencia no sólo es física, también puede ser institucional. En el fondo está el hecho de minimizar y anular la dignidad de la persona, callar las voces que opinan diferente y archivar los casos detrás de la impunidad, la indiferencia y la injusticia. En el fondo también están los deseos de tranquilidad, de paz y de justicia para los que han visto agotada la fe y la esperanza.

Muchas veces el sacrificio personal es el camino evangélico de la redención. Ojalá podamos reflexionar más sobre ¿quiénes y por qué protestan? Como Iglesia quizá debamos estar más presentes en este tema no para cuestionar o prejuzgar sino para entender y defender ante todo la dignidad e integridad de cada persona y la búsqueda de la verdad.