Hay que agradecer mucho a Dios que ya no existan aquellas webs que desde dentro de la Iglesia incitaban al odio, publicaban con voluntad de dividir, acosaban cada día a la gente y sus pastores, intimidaban y estigmatizaban, daban miedo, imponían posiciones rigoristas con modos autoritarios, apelaban diariamente a lo peor del corazón. Y además todo lo hacían con la violencia, impunidad y cobardía del anonimato. Quienes escondidos las financiaban, sentían vergüenza de usar esos medios, pero creían estar en una guerra cultural. Lo llamaban libertad, aunque era violencia.
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La Iglesia no estaba preparada para algo así; eran modos muy ajenos al Evangelio, propios de un sistema tiránico o una guerra civil. Esas webs querían parecer medios informativos, pero eran una trinchera de libelos dictando quién era o no ateo, ortodoxo o cristiano. También disfrutaban ofendiendo sin más. Tenían fichas de cada obispo para saber cómo incidir en sus fragilidades con el fin de coaccionarles.
Una sociedad secreta
La mayoría de la gente permanecía ajena, pero había quien entraba en esas webs por el chisme, el morbo o incluso por miedo, por si salía su nombre o el de sus amigos. Detrás de esa sociedad secreta solo había unos poquitos, pero querían parecer muchos y su daño era muy grande.
Ahora la Iglesia es más sana, unida, libre y evangélica sin esas webs coléricas que atentaban contra la comunión y la dignidad de las personas. Fue un tiempo muy duro, que dejó heridos y víctimas.
Nos salvó el amor
Menos mal que la gente tomó conciencia, dejó de prestar oído, no pinchó más en los enlaces, no alimentó más a la bestia y ese tipo de web quebró. Al final nos defendió la piedad y tolerancia de unos por otros. Al final nos salvó el amor.
Error, me adelanté unos años. Todavía sigue sucediendo.

