Cristianos de a pie


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He pasado cinco días de ejercicios espirituales con los seminaristas de Aragón. ¿Cuántas vueltas tiene que dar uno en la vida para ser un buen cristiano? ¿Cuántas micro-conversiones y situaciones de verdadera lucha? ¿Cuántas preguntas por responder y cuántas llamadas por escuchar? No hay fe si no hay preguntas, porque la fe es una respuesta. No hay vocación si no hay escucha, porque la vocación parte de una llamada. Y esto es de Perogrullo.



No es una tarea fácil la que tienen estos muchachos que han entrado en nuestro Seminario. Tampoco un párroco, o un obispo, lo tenemos fácil. Y no debemos echar la culpa a los tiempos que nos han tocado vivir, pues todas las épocas de la iglesia, desde su nacimiento, han sido bastante complejas. Yo creo que estamos en la mejor época, en principio porque no tenemos por qué aparentar lo que no somos o lo que no creemos. Siempre es tiempo de discernimiento.

Desbrozar el trigo de la cizaña

Cada uno llevamos nuestra vida a cuestas y una de las tareas del seminario, de sus formadores (acompañantes se dice ahora) es desbrozar el trigo de la cizaña, los verdaderos ideales de los sentimientos parásitos, la auténtica entrega de las búsquedas egoístas del subconsciente, el amor de los afectos enredadores, la verdadera oración de la palabrería, la purificación de la fe de una mera religiosidad, la vida comunitaria de la individualidad egoísta, la entrega pastoral de la búsqueda de uno mismo, la disciplina en la sencillez de vida del regalismo, la humildad del empecinamiento engreído, y así un largo etcétera.

Todo esto poco a poco, como el que realiza una obra de arte, en manos de Dios, y con mucha paciencia, trabajo personal y también comunitario. Lo que pasa es que esta sociedad fracturada (y líquida, que dicen otros) no ayuda a la construcción de una persona de fe (que obligatoriamente ha de ser comunitaria) sino más bien a la desintegración individualista y a la búsqueda de un yo totalmente distraído y disperso.

Las pequeñas huidas

Estos cristianos de a pie, que son los seminaristas, necesitan comunidades que les apoye, les cuide y les cuestione, pues, si no, lo que son hoy de seminaristas serán mañana de sacerdotes. Y la dispersión y las pequeñas huidas es uno de los mayores peligros también de algunos de nuestros presbíteros.

Todo este periodo de vida comunitaria, de discernimiento, de estudios, de oración, de vida pastoral, de acompañamiento, del reconocimiento de los propios pecados, de silencio interiorizado, de búsquedas personales y comunitarias, serán el crisol de donde salga forjado el nuevo sacerdote para un mañana que se nos hace incierto, por desconocido, pero las claves esenciales en las que se van construyendo sirven para siempre. ¡Ánimo y adelante!