Torre Pacheco demuestra que el odio y la violencia suelen ser más rápidos y visibles que el amor y la paz, y eso puede crear la sensación de que las cosas están peor de lo que realmente son, y retrae la expresión del bien. Los discursos del odio siempre buscan dominar la opinión pública y recurren a menudo a la victimización para justificar su agresión y extenderla.
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La ultraderecha intenta ocupar el centro de atención, que todo gire en torno a ella, dominar la narrativa. Los violentos e intolerantes son minoría, pero saben extender su capa simbólica hasta el punto de convertir la opinión pública en un sumidero que lleva las aguas a su molino. Así, crean fantasmas que no existen, intimidan y provocan miedo, logran la autocensura de quien denuncia, corrompen la razón pública. Intentan que todo se polarice en torno a su dualismo. El mal siempre es narcisista y divisivo.
De ahí que sea crucial que el amor y la paz sean visibles y dejen ver el inmenso cuerpo del bien y la belleza. Los odiadores habrán ganado su guerra si logran que en la retina del ciudadano medio predominen las imágenes negativas relacionadas con las personas migrantes o extranjeras. Hacer visible el bien multiplica el bien, la propia presencia del bien lo extiende en el corazón de la gente.
El papel de la Iglesia
La Iglesia, a través de toda su red de 70 diócesis, 24.000 parroquias, 8.800 centros sociales, 2.500 centros educativos, etc., debe crear símbolos de bien y de esperanza. Quizás en forma de vigilias, comensalidad, exposiciones, publicando en todos los medios y redes, generando conversaciones, o imaginando acciones simbólicas memorables y asombrosas que tengan impacto en las mentes y almas de la ciudadanía. El amor y la paz pueden ser más lentos, pero siempre son más imaginativos.
