En enero de 2020, médicos chinos describieron en la más prestigiosa revista de medicina clínica, la norteamericana New England Journal of Medicine, los primeros casos de pacientes con una neumonía producida por un virus hasta el momento desconocido, aunque similar a otros aislados en enfermedades respiratorias ocurridas en años previos. Este brote se asoció a un mercado de pescado y marisco al aire libre en la ciudad de Wuhan. Los primeros casos se atendieron en noviembre de 2019, aunque no se comunicaron de forma oficial a la comunidad científica e instituciones sanitarias internacionales hasta casi dos meses después.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
De aquellos primeros casos limitados a Wuhan y alrededores, el virus, con una transmisión respiratoria muy eficaz (cada caso podía contagiar a varias personas), se propagó con rapidez dentro de China, y de allí a otros países y continentes, ayudado por los rápidos viajes aéreos, la relativamente escasa información inicial y la casi total ausencia de controles sanitarios en las fronteras. Cuando se quisieron limitar los daños, ya era tarde, los contagios tenían lugar a velocidad geométrica y el planeta se vio inmerso en la primera pandemia de la era digital.
Poco y tarde
A fecha de hoy, cinco años después de los primeros casos en nuestro país, puede afirmarse –y en eso están de acuerdo la mayoría de publicaciones científicas– que la respuesta de las autoridades en numerosos países, incluyendo España, se caracterizó por ser “too little, too late” (“demasiado poco, demasiado tarde”). Las diferentes estrategias adoptadas en esos momentos iniciales –y sobre todo la falta de ellas– explicarán las diferencias en cifras de enfermos, muertos y consecuencias sobre las sociedades.
La Covid-19 ha sido un evento dicotómico en nuestras vidas, ha dividido la historia de generaciones enteras en un antes y un después. Las referencias a la pandemia jalonan nuestras conversaciones, aun hoy condicionan no pocas vidas y los daños humanos y económicos sufridos han sido abrumadores. Las pandemias, junto a las guerras y las catástrofes naturales, son acontecimientos que comparten esta categoría de marcar la historia de personas y sociedades, pero mi generación nunca había vivido algo así, y ojalá no pasemos de nuevo por ello en nuestro periodo vital.
No con esta dimensión
Es cierto que los médicos de una cierta edad habíamos conocido otras pandemias, por ejemplo, la del SIDA, que comenzó a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo XX, pero, aun siendo algo terrible, dada la forma de transmisión del virus, afectaba a grupos específicos de población.
La Covid-19, sin embargo, podía afectar a cualquier grupo etario, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. Dado que en el primer mundo vivimos de forma preferente agrupados en ciudades, el virus se transmitió con rapidez, y en las siguientes entradas analizaré lo que supuso desde el punto de vista de un médico asistencial como yo, así como ciudadano de un país sometido a un confinamiento que violentó nuestro sistema jurídico, y a pesar del cual España fue uno de los países con peores estimaciones de morbilidad y mortalidad de las sociedades occidentales. Una crisis sanitaria supuso una tragedia nacional.
Aprender sus lecciones
Con mis reflexiones, espero recordar e intentar hacer justicia a quienes quedaron por el camino y ofrecer ideas que puedan ayudar a que no ocurra una catástrofe similar. Porque, tal como afirmó Haim Herzog en 1992, “no podemos cambiar el pasado; lo que sí podemos hacer es aprender sus lecciones”.
Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.