Cordura y resaca litúrgica


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Ahora que nos acercamos, como en una procesión, a las fiestas de Semana Santa y Pascua, aún recuerdo los comentarios, de otros años y de otros lugares, poniendo el dedo en la llaga sobre las distintas prácticas y realizaciones. Había parabienes y quejas, algunas sin fundamento, cuando otros se quedaban simplemente en si llovió y no pudo salir tal o cual procesión, para disgusto de algunos, cuando, quizás, era la única expresión de fe que realizaban en todo el año.

Gracias a Dios, en casi todas las diócesis rurales, un nutrido número de curas y de unas pocas religiosas, laicos comprometidos y seminaristas van haciendo posible que, en la mayoría de los pueblos con más de una cincuentena de habitantes, se puedan celebrar con cierta dignidad las liturgias del Triduo Pascual. En algunos pueblos, a falta de sacerdote o de alguien que lo supliera, ha sabido organizarse la pequeña comunidad parroquial para celebrar el viacrucis, la hora santa, algún ejercicio de piedad e incluso procesiones. Es lo justo, pues para estas paraliturgias no es necesaria la presencia del presbítero.

Comunidades exigentes y comprensivas

Ahora bien, aún quedan costumbres seculares que son difíciles de arrancar y que la propia realidad, que es muy tozuda, terminará con ellas, no sin el enfado y la rabieta de algunos defensores de tradiciones, de no muchos años, que salpican nuestras geografías diocesanas. A muchos sacerdotes nos parecía extraño que haya que buscar durante tres días a predicadores que vienen a eso, a predicar, y que al final desplazan al sacerdote que durante todo el año ha estado asistiendo, desde sus posibilidades, a la comunidad parroquial.

Pero también he conocido, pueblos con una baja densidad de población, me refiero a menos de cincuenta habitantes, que se sienten en su derecho de tener sus oficios de semana santa o procesiones, con los consiguientes cabreos e insultos al cura que debe atender al menos a unas cuantas comunidades parroquiales. Los agravios comparativos entre unas y otras parroquias y pueblos se hacen patentes. Normalmente los que más se quejan son los que menos participan y ni siquiera asisten a la Eucaristía durante todo el año.

Por otra parte, oyes a los párrocos hablar maravillas de pequeñas comunidades que, cuando llegan corriendo de otra celebración, se encuentra todo minuciosamente preparado, lectores designados y hasta un pequeño coro de unas cinco personas. Estas comunidades por el contrario suelen ser las más comprensivas, porque el que se entrega, prepara bien las cosas y tiene sentido de lo que es esencial, valora lo que cuesta todo, en esfuerzos y dedicación. Los que ni se preocupan abren la boca, a veces, sólo para criticar y en el peor de los casos para insultar. Sé muy bien de algún pueblo que enfadados han exigido al sacerdote su presencia y cuando ha ido, haciendo un gran esfuerzo, casi nadie acudió a la celebración (pues todavía estaban enojados).

La Vigilia refuerza la unidad

Aún recuerdo comunidades parroquiales del norte de Francia o de la República Checa, que tenían que hacer más sesenta kilómetros para poder celebrar cada domingo. Y estoy hablando de poblaciones de más de mil habitantes, las que se desplazaban. Se me quedó en la retina la imagen de la acogida dispensada por parte de la parroquia que recibía, cómo se abrazaban, hablaban, reían, se reconocían… Eso era fe y sentido de iglesia ¿Y nosotros? ¿Cuánto camino nos queda por hacer? ¿Estamos dispuestos?

En algunas diócesis, al menos todas las comunidades de una unidad pastoral, se reúnen para celebrar una única Vigilia Pascual, la gran celebración cristiana, y cada parroquia lleva su cirio, que luego retornará a su iglesia. Esta gran celebración refuerza los lazos de unidad: un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo. En cambio, en la capital las vigilias se dan de coscorrones, celebrada por pequeños grupos a escasos metros. Eso dice mucho de la falta de unidad. Mi parroquia, mi comunidad, mi movimiento… Dime con quien celebras la Pascua y te diré a quién perteneces.

En nuestra diócesis, este año en la Capital (y en las cabeceras de comarca), habrá una única y solemne Vigilia Pascual que se celebrará en la Catedral y todas las parroquias, monasterios, movimientos y asociaciones iremos en procesión con nuestros cirios, que alumbrarán nuestras celebraciones de pascua, los bautismos y las exequias de nuestras pequeñas comunidades. Cada día está más cerca la cordura ante tanta resaca litúrgica que hemos ido creando.

¡Ánimo y adelante!