Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

“Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40,1)


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Cuando hace un año nos felicitábamos el 2020 no teníamos ni idea de lo que iba a acontecer ni de lo que iba a suponer para todos nosotros. Cuando nos deseábamos “salud y prosperidad” no alcanzábamos a intuir las resonancias que podían alcanzar tales deseos al llegar a diciembre. No puedo evitar recordar una viñeta de Mafalda, cuyo padre también nos ha abandonado en este 2020, en el que Susanita se preguntaba cómo sería el próximo año. Mafalda le respondía que “tenía que ser muy valiente, porque para venir tal y como estaban las cosas…”. Ahora compartimos una sensación parecida a la de Mafalda, por más que muy malo tenga que ser el 2021 para empeorar la situación.



Con todo creo que ahora más que nunca necesitamos retomar los meses vividos y recuperar las enseñanzas que podemos extraer de ellos. En este tiempo quizá hemos aprendido a estar más tiempo con nosotros mismos y a disfrutar del propio hogar. Es posible que también hayamos valorado más las cosas pequeñas que antes se nos pasaban desapercibidas, como poder mirar a los demás a la cara, sin mascarilla que nos lo dificulte, ofrecer y recibir un abrazo, tocar cualquier cosa sin pensar en desinfectarnos rápidamente o todos esos encuentros personales para los que nunca teníamos tiempo y que ahora añoramos profundamente.

No somos intocables

Ojalá también hayamos recordado que el bien común está por encima de los propios derechos y posibilidades, que lo importante es cuidar a otros, que cuidarnos hace que ayudemos a los demás porque estamos interconectados y que somos profundamente vulnerables, por más que en algún momento nos hubiéramos creído intocables. Por más que el balance de los meses vividos pueda parecer negativo, siempre hay oportunidades para aprender y hacernos un poco más sabios. La invitación más retadora y contracultural puede ser, precisamente, hacernos eco de los imperativos del profeta: “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40,1).

No resulta fácil convertirnos en instrumentos de esperanza para quienes nos rodean, menos en esta situación en la que nos toca acoger el nuevo año. Con todo, estoy convencida de que incluso en este 2020 que nunca olvidaremos se esconden motivos para la esperanza. Ojalá nuestros deseos de cara al nuevo año estén más llenos de sentido y de significado.