Cómo trabajar por la paz social


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Cuando hacemos un comentario sobre un reel, los algoritmos nos bombardearán con videos similares. Esto me sucedió con videos entre cristianos – católicos y evangélicos -. Nunca había visto tanta saña contra los católicos, acusados ya no tanto de ser “la ramera” de Apocalipsis 17, sino ahora, especialmente de ser idólatras.Ante cualquier video donde habla un católico distanciándose de los evangélicos (o no), cae una lluvia de ataques a los “idólatras de imágenes”. Y lamentablemente debo admitir: lo tenemos bien merecido. Porque exactamente la misma actitud tienen muchos católicos con los evangélicos.



En uno de esos diálogos, me topé con un ateo que negaba el valor de la religión, y le respondí que no pretendía convencerlo de nada, que respetaba su opinión, y le comenté que, si bien mi pensamiento no resolvía nada, creía que se necesitaba más fe para creer que de la nada puede surgir todo, que creyendo en que hay un Dios creador. De ahí surgió un diálogo honesto, bonito y constructivo. Al final faltaba poco para que nos reuniéramos a darnos un abrazo en alguna parte del mundo y tomar un café juntos.

Los reels lo confirman: Es clave dejar de pelearnos entre cristianos

En mis 15 años de misión en barrios humildes de Washington, DC, llevando la Virgen Peregrina – una pastoral en salida, de escucha y abrazo-, a un centenar de negocios, me he encontrado infinidad de veces con cristianos evangélicos. En la base de las imágenes de María y Jesús que llevaba a dichos negocios había estampado estas palabras de Jesús:

“Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. Jn. 17, 21

En el diálogo con evangélicos, este era y es mi caballito de batalla. Nunca me falló. ¡Cuántas veces terminamos rezando juntos! Pero no se trata de nada nuevo ni increíble. Es exactamente la misma actitud del Papa Francisco y de todos los que trabajan por la unidad de los cristianos, por la unidad entre las religiones y por la unidad entre todos los hombres y mujeres del mundo.

De forma muy simple podemos construir puentes de unidad. El secreto es la humildad. “Mira, yo respeto tu opinión. Pensamos distinto, pero estoy seguro que tú aspiras a la santidad y le entregas tu vida a Jesús igual que yo. No en necesario que estemos en todo de acuerdo, y sin duda coincidimos en los valores centrales del cristianismo. Sigamos construyendo juntos, que es así como Dios nos quiere”. En la atmósfera que genera el respeto y la humildad, el Espíritu Santo guiará los corazones y las mentes. Violentar al otro es la mejor forma de bloquear la acción del Espíritu Santo.

¿Qué tiene que ver la unidad de los cristianos con la paz social?

Pero ¿qué tiene que ver este tema con la paz social? ¡Pues todo! Es que el ideal del cristiano es ser pobre de espíritu, humilde y compasivo, tener hambre y sed de justicia, trabajar por la paz, tener un corazón limpio… Así lo define Jesús en Mt. 5, 3-12. Literalmente.

Ese es el ideal. ¿Y cómo se implementa? Jesús nos lo dijo también con claridad en Mt 25, 31-46:
– Dando de comer al hambriento.
– Dando de beber al sediento.
– Recibiendo en nuestra casa al migrante.
– Vistiendo al que no tiene ropa.
– Visitando al enfermo.
– Acompañando al privado de la libertad.

Católicos certificados

Suena bonito. Cuántas veces lo hemos oído, y qué pocas escuchado. Qué tremenda resistencia de tantos católicos, al creer que nuestra misión es la de rezar, y que de lo demás se encarguen los políticos. Y ni que hablar de aquellos que quieren que ni los políticos asistan al necesitado. “No con el dinero de mis impuestos”. También están los que niegan el cambio climático y combaten la lucha por cuidar la Casa Común, el planeta, el agua, el aire. “La Iglesia está para salvar almas, no el planeta”… no vaya a ser que se acaben sus pingües negocios.

También están aquellos que se creen con derecho a decidir por la vida humana de niños inocentes y los que se arrogan el derecho de confundir con ideologías extrañas a niños y jóvenes perdidos en la maraña de un mundo que los usa de rehenes para el beneficio de su propia causa. ¡Qué locura! Somos tantas veces “cristianos certificados”: de bautismo, de confirmación, de casamiento, y tantas veces no vivimos como cristianos. ¡Qué hipócritas que somos!

La Iglesia ha sido por siglos importante referente moral en Occidente. Y me he preguntado tan a menudo por qué tantos cristianos votan a políticos corruptos, que luego los someten a su perverso arbitrio. Evidentemente hemos logrado que millones crean en Jesús y vayan a misa los domingos
“para salvar su alma”. Les hemos transmitido el miedo al fuego eterno si un domingo no van a misa y mueren sin antes confesarse el pecado mortal, pero no hemos sido capaces de transmitir a tantos cristianos la conversión del corazón que conduce a una profunda relación con Jesús, con consecuencias concretas en la vida.

Qué necesita la Iglesia

La Iglesia necesita de teólogos, pero que hagan teología de rodillas, como invita el Papa Francisco, quien afirma que “el teólogo que tiene todas las respuestas es un teólogo mediocre”. Necesitamos teólogos pastorales, no aeroespaciales.

La Iglesia necesita de apologetas, pero que aspiren a la santidad, no a ganar discusiones en las que todos perdemos alejándonos de nuestros ideales cristianos. Necesitamos de apologetas pastorales que generen puentes de unión con quien piensa de forma diversa, no necesitamos cruzados de la conquista que se creen exitosos porque destruyen lo bueno del otro que hay a su paso.

La Iglesia necesita que los católicos amemos la doctrina de la Iglesia, y de ella, especialmente su espíritu, y definitivamente, en modo pastoral.

La Iglesia necesita que los católicos amemos la tradición de la Iglesia, recogiendo y viviendo su espiritualidad, sin obsesión por las formas. La repetición de formas es incapaz de generar espíritu. Las formas no dejan de tener su importancia, pero la libertad interior es la meta. La ecuación no falla: a mayor obsesión por las formas, menor profundidad espiritual y menor compromiso con el bien común.

La Iglesia necesita de cristianos abiertos al Espíritu Santo, para que nos saque de la mediocridad, para que nos sacuda constantemente llamándonos a la conversión del corazón.

La Iglesia necesita de católicos que disciernan en el Espíritu, no combatiendo (hasta salvajemente) al Papa cada vez que los saca de su zona de confort, sino con la humildad de quien lucha aspirando a su santidad.

Protagonistas de un mundo nuevo

Seremos Iglesia profética cuando seamos signo de unidad entre los cristianos. Seremos Iglesia profética cuando seamos testimonio viviente de la presencia de Jesús entre nosotros. Seremos Iglesia profética cuando abandonemos las ideologías que distan de ser cristianas, tanto de un lado como del otro. Seremos Iglesia profética cuando abracemos a todos sin juzgar y les demos la bienvenida en la Iglesia. Y ¡no! Esto no significa que todo esté bien. Significa que los ponemos con amor y el calor de la comunidad en las manos del Señor.

Ese día, estaremos cumpliendo el deseo ardiente de Jesús de ser luz del mundo, sirviendo generosamente a nuestros hermanos, siendo protagonistas de una sociedad renovada en Cristo.

No he hecho uso explícito de documentos que tocan a fondo y magistralmente los temas aquí planteados, como son Fratelli tutti, Evangelii gaudium, Gaudete et exsultate, Laudato si … Es que su autor viene del fin del mundo y no sabe mucho de teología. Abraza en vez de juzgar, incluye en vez de dar cátedra. Eso he escuchado de grandes sabios, diplomados en las universidades más renombradas del mundo y con títulos prominentes.

Y me quedo meditando, como amante de la tradición que soy, en la poesía quizás más impactante que se haya escrito. Invito al lector a escuchar esta maravillosa obra musical que moviliza al corazón hasta lo más profundo, y que se encuentra copiosamente en la red. El texto es de Santo Tomás de Aquino, y dice:

Panis angelicus fit panis hominum.
Dat panis coelicus figuris terminum.
O res mirabilis! Manducat Dominum.
Pauper, pauper, servus et humilis.
Pauper, pauper, servus et humilis.

En español: Que el Pan de los ángeles se convierta en pan para la humanidad. El Pan del cielo acaba con las antiguas figuras. ¡Oh, cosa admirable! El Cuerpo del Señor alimenta al pobre, al siervo y al humilde.

Y me pregunto, ¿no será que ese autor que no sabe nada de teología, sabe más que nosotros, porque baja las ideas a la realidad del mundo actual, y nos zarandea constantemente para que aspiremos con él a ser pauper, servus et humilis… para acceder humildemente a la tremenda gracia de recibir el inmerecido Panis angelicus.

El ingenuo hombre del fin del mundo nos quiere llevar a la locura de volver a los principios esenciales del cristianismo, del mismo Jesús. ¡Qué impertinencia!


Por Enrique Soros. Vicepresidente del National Catholic Council for Hispanic Ministry y colaborador de la Academia de Líderes Católicos