José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

¡Bravo Rozalén!


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VIERNES

Hay quien se revuelve en Twitter por las reflexiones de Pablo d’Ors en la tele. Preocupa su apuesta por salir al encuentro del que se fue y nadie contaba con que volviera. De aquel que siente algo dentro y el amigo del desierto es capaz de despertarlo. Mientras pierden el tiempo en juzgarle, se les va en evangelizar. O en mirarse la viga.



SÁBADO

Ouellet sigue de cerca las mitras españolas. Tanto las que toca resituar como las que están de salida. Una especialmente. Lo que en principio solo parecía un problema de monedero, lamentablemente, tiene más. Terreno minado.

DOMINGO

Entrega del Premio Lolo. Parroquia castrense de Santa María de la Dehesa. Me topo con una foto de Juan del Río. Se echa de menos. Mucho. Galardones para Ángeles Conde y David Vicente Casado. “Este año de pandemia he intentado seguir la máxima de Lolo de escribir desde el altar”, comparte la periodista. Una clave que depuraría el ejercicio de esta vocación de servicio. El obispo para las Comunicaciones Sociales, que se estrenaba en el cargo, llama a “pensar en la verdad que vais a transmitir”.

“Contad lo que habéis visto y oído con una fidelidad grande”, subraya Lorca Planes. Y aunque es hora del aperitivo, tomo la palabra y me da por pensar. En el peaje de ser fiel a la verdad. Esa que duele. No porque se presente con crudeza. Sino porque lo es en sí misma y no tiene más vuelta de hoja.

MARTES

Jornada de Delegados de Medios en la Conferencia Episcopal. Mesa redonda sobre la transición del papel a lo digital. Antes, ponencia de Luis Argüello. “Deconstruir a la persona para construir al individuo”. Esa antropología que se cuela. Que se nos cuela. Para frenarlo, el secretario general plantea dar el salto hacia “una pastoral tabernaria”. La de la cercanía de la conversación. En la barra de un bar o en una terraza se habla de lo trascendente a partir de lo aparentemente intrascendente. Póngame una caña.

Cantante

MIÉRCOLES

Premios Bravo. El más visible, a Rozalén. Y ella, se lo dedica a Cristóbal, su padre. Lector. De los de siempre. Y también a la iglesia que le animó a coger la guitarra: “Empecé a cantar en la parroquia de mi barrio gracias al cura”. El invisible, a Ángel Cantero, el fotógrafo de la Archidiócesis de Valladolid. Gracias por ese buen ojo detrás del objetivo que nos ha regalado tanta buena imagen a esta casa.

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