Ayuno


Compartir

El alimento tiene un orden natural y benéfico en nuestras vidas. En un nivel básico, nos provee energía y nutrientes necesarios para mantenernos vivos. Además, enriquece la convivencia al preparar, recibir y celebrar con alimentos, junto con otras personas. Puede incluso ser puente de solidaridad y misericordia, compartiendo con quien tiene hambre.

Pero nuestra alimentación puede desbalancearse por exceso, por defecto o por composición. Podemos comer más allá de lo que hace falta y ganamos peso. Algunos nos malpasamos por descuido o por una distorsionada imagen de la belleza. Otros más nos alimentamos con comida chatarra, irritante o sobre estimulante.

Desajustes de este tipo nos afectan y hay veces que son la causa misma por la que no estamos bien. Por ejemplo, déficits de glucosa y hierro pueden hacer estragos en el estado de ánimo de cualquiera. Es decir, hay veces que no es que estemos deprimidos, sino que llevamos una temporada sin desayunar como Dios manda. Por ello, tanto terapeutas como guías espirituales, antes de embarcarse en cualquier cruzada de desarrollo interior, se aseguran que no haya causas orgánicas que estén afectando el progreso. Checar nuestra disposición al alimento encabeza la lista de ellas.

Alimentación en pausa

Ayunar es suspender temporal y voluntariamente la ingesta de alimentos sólidos. Esta práctica milenaria tiene efectos positivos físicos, mentales y espirituales si la manejamos de modo significativo, desafiante y seguro.

Al ayunar el sistema digestivo descansa y el organismo se desintoxica. Mentalmente, la percepción se agudiza y la conciencia se enfoca. Espiritualmente, el ayuno suele acompañar un proceso de alineación personal completa previo a grandes tareas por venir, además de que habilita la conciencia a otras fuentes de alimento (Mt 4,4). Los beneficios espirituales no son metafóricos, aunque haya quienes piensen que sí.

Podemos utilizar este afinado estado de alerta que genera el ayuno para ganar autoconciencia de nuestro balance personal, incrementar la empatía con nuestro bienestar físico, despejar creencias autolimitantes sobre necesidad de estar comiendo siempre y desarrollar un templado gusto por el alimento, entre otras cosas. Es útil para reflexionar sobre el balance nutrimental de nuestra alacena y también para ubicar rastros de adicción alimenticia que pudieran estar alterar nuestro bienestar.

Ayunar es significativo cuando existe un propósito personal de mejora, ya sea físico, mental, espiritual o una combinación de ellos. Es decir, un ayuno significativo se realiza siempre por convencimiento propio, no imposición externa, por óptima que sea la intención de quien lo propone. Se vuelve desafiante cuando está a la altura de la voluntad y capacidades del practicante. Para algunos suspender una sola comida puede ser todo un reto, así como hay quienes ayunan por 21 días cada año (Franklin, 2011). La mayoría de la población adulta podría ayunar por 24 horas sin problema. El ayuno también ha de ser seguro pues no debe poner en riesgo o afectar la salud y por ello ancianos, niños, enfermos y convalecientes deben consultar con un médico antes de practicarlo.

Superando mitos sobre el ayuno

Como casi toda práctica espiritual, hay mitos alrededor del ayuno. Destacan la multa, el masoquismo y la ocasión para presumir, además de que el ayuno se distingue de la dieta porque no tiene por propósito el bajar de peso. Ninguno de esos mitos responde a su espíritu original. Así que las comento y te propongo algunas referencias de la Escritura, que pueden acompañar tus reflexiones la próxima vez que decidas ayunar.

La hice, ahora la pago. El malentendido más común respecto al ayuno consiste en considerarlo como una especie de multa espiritual. Hay quienes piensan que es una cuota compensatoria a una falta cometida, para después continuar con una vida desordenada. Esto no solamente es erróneo, ya que Dios no está checándonos con un contador de calorías, sino que además este modo de ver las cosas pervierte nuestra relación con Él, pues activamos un ritual adictivo que no lleva a ningún lado.  (Is 58, 1-12).

Hacerme daño. Hay quien ve en el ayuno una especie de auto tortura digestiva capaz de curar mágicamente otros males que nada tienen que ver con nuestra interioridad. Casi sobra decir que para el cristianismo el malestar por sí mismo no tiene ningún mérito y que el camino de la espiritualidad no implica el daño al propio organismo. (Gen 1, 26-31)

Mírame cómo sufro. Ayunar puede ser también ocasión para presumir una falsa beatitud. Hay quien aprovecha para dejar de afeitarse, poner cara demacrada y dar pistas que lleven a otros a preguntar ‘¿Qué te pasa?’ y entonces poder contestar lastimeramente ‘es que estoy ayunando’. Esta práctica va exactamente en sentido contrario al sentido espiritual o de autoapropiación del ayuno. (Lc 18, 9-14 y Mt 6, 5-13)

Como ves, detrás de algo tan simple como suspender nuestra próxima comida, podemos hallar vertientes insospechadas en nuestro camino a la plenitud personal. Esta temporada de regreso al Padre es perfecta realizar un ayuno en serio y comprobar el efecto que tiene en ti. ¿Te animas?

Referencia: Franklin, J. (2011). Fasting. Lake Mary, FL: Charisma House.