No sé cuál será la experiencia de los lectores de este blog, pero en la mía he tenido contadas vivencias de lo que puede ser el infierno en la vida terrenal. Dejo fuera el destierro eterno porque asumo que es solo una multiplicación infinita y sin salida de lo que ahora voy a narrar.
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Esta semana tuve varias conversaciones con una persona a la que estimaba mucho, pero que se dejó corromper por la codicia y la vanidad, y hoy está atrapada como un conejo a punto de sucumbir en la maldad.
Evolución
Todo comenzó de a poco. Primero hizo la vista gorda a un regalo indebido que comprometía su responsabilidad. Era demasiado tentador y nadie parecía notarlo. Después, vino la obligación de corresponder con favores, la falta de claridad al licitar un servicio o comprar un material. Los pequeños lujos, antes inalcanzables, lo animaron a continuar cediendo en su moral.
El tiempo jugó a su favor: su imagen honorable lo protegía y otros cargaban con las consecuencias de sus incongruencias. Pero las “piedras del río” comenzaron a sonar y entonces aparecieron la mentira y la disociación cognitiva para poder sostener la doble vida: robar y, al mismo tiempo, mantener la apariencia de confianza y honestidad.
No hay mal que dure cien años
El zarro de su alma se fue acomodando hasta que se volvió natural aceptar coimas, chantajes y malas prácticas. El poder lo cegó y creyó ser intocable. La verborrea y la confusión fueron sus armas para ocultar el infierno en el que estaba metido, manipulando a muchos más de los que imaginaba cuando aceptó la primera tentación. Terminó creyéndose sus propias historias y ajustando la realidad para que calzaran con su engaño. Pero olvidó un detalle esencial: el mal se devora a sí mismo y, tarde o temprano, cobra la cuenta.
La amistad entre quienes optan por la mentira y la ilegalidad dura menos que un suspiro. Más temprano que tarde se traicionan, agreden o delatan para salvar el propio pellejo o sacar ventaja. Así, esta persona vio de un día para otro cómo sus aliados lo atacaban. Por primera vez experimentó el vértigo helado de ver su castillo derrumbarse y todo a punto de quedar al descubierto.
Imagen del terror
El infierno en vida es sentirse atrapado y sin salida, sabiendo que cualquier camino trae sufrimiento para uno mismo y para los demás. Es descubrir que la racha terminó y que la cuenta hay que pagarla sin saldo. Es estar acorralado por amenazas, sin poder pedir ayuda porque delataría la propia culpa. Es vivir la vergüenza de lo imperdonable y creer que no se merece ninguna mirada de amor. Es sentir el cuerpo quebrarse bajo la tensión, palpar la desesperanza, morder la soledad y alucinar con fantasías que nunca ocurrirán.
Quien ha optado por el mal, tarde o temprano se enfrenta a una encrucijada: seguir atrapado en la mentira que devora la vida o detenerse, reconocer la verdad y pedir perdón. Este camino no evita las consecuencias ni el dolor, pero abre la posibilidad de recomenzar. El infierno en la tierra puede ser opcional si se eligen la verdad y la misericordia. Porque, al final, nadie está libre de error y todos necesitamos la gracia que salva.

