Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Año nuevo, ¿vida nueva?


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En el ya viejo griego del Nuevo Testamento, la palabra novedad se dice de dos maneras. Pero eso importa poco. Pasados unos cuantos años de existencia, la novedad parece escasear y todo se asemeja a algo vivido en propia carne o carne ajena. El primer hijo es algo que muchos otros han vivido. El segundo se compara al primero. Así cada celebración, así cada Eucaristía. Ni la muerte sorprende tanto como antaño, hace un par de décadas.

Aun así, nos abrazamos al deseo de algo verdaderamente nuevo. Lo esperamos, permanecemos en esta esperanza. Comienza el año y se hacen listas para mejorar un poco, sin tocar demasiado aquello a lo que nos veníamos acostumbrando. ¿Tenía razón el viejo sabio que anunciaba que nadie quería cambiar, que mejor lo malo conocido?

Dios se empeña en la novedad. “Todo lo hago nuevo”, rezamos con Isaías. Nos parece maravilloso, hasta que probablemente tanto exceso nos alcance y abrume, y no encontremos demasiados resortes para responder a aquello que acontece.

Ser libre acogida

La novedad, llegada la madurez de la vida, o viene de la mano de lo chocante y contrastante, como un mal terrorífico o como un bien que nos desnuda para llevarnos al Paraíso perdido. O nace de la sed, de la necesidad, de la apertura. Leí hace poco un libro que decía que el orante, cuando se convierte en tal con el paso de los años, hace suya la palabra del “Hágase” como esencia de su escucha de Dios, abandonando el diálogo y siendo libre acogida. Lo que se repite, es decir se vuelve rutina en muchos casos, en el Padrenuestro.

Me pregunto por qué la coletilla de “vida nueva” en un dicho tan popularmente asumido. Me debato entre el deseo de algo más o algo mejor, entre la cantidad o la calidad. Los que ya tienen vida buena desearían en principio más. Los que verdaderamente quieren cambiar, algo mejor. Estos últimos, que son los empobrecidos, los enfermos, los heridos por la vida, los marginados del mundo están en la condición necesaria para hacer suya verdaderamente la novedad como novedad.

Una joven celebra la Nochevieja en la Puerta del Sol de Madrid/EFE

Una joven celebra la Nochevieja en la Puerta del Sol de Madrid/EFE

Por eso provocan tanto las bienaventuranzas. Los que lo tienen casi todo, y se conforman, quieren más de lo mismo, que se prolongue y continúe hasta la eternidad. Solo quien sufre de verdad desea, de corazón, que todo cambie, se vuelva nuevo y no se prolongue por más tiempo.

Cambio de odres

Jesús le dijo a Nicodemo que había que “nacer de nuevo”. En la fiesta en la que termina el vino, llega al final el vino estupendo e imprevisible, el del milagro. No sirven los odres usados. El vaso de la sangre de Cristo es la nueva alianza, celebrada para el perdón.

Así, una y otra vez, el Hijo es la Novedad continua y radical que responde plenamente a la esperanza del corazón humano. Pero llama a la puerta, una y otra vez en la noche siempre nueva, como una oportunidad abierta repetidamente hasta la eternidad.

Me envían una cita estupenda para dar la bienvenida al 2019. George Bernanos escribía: “¿Sois capaces de rejuvenecer el mundo, sí o no? El Evangelio es siempre joven, sois vosotros los viejos” (‘Les Grands cimetiéres sous la lune’, citado por L. Estang, PB, p. 129).