Existe una tendencia pastoral en estos momentos que se ajusta con algunas más mundanas. Me refiero a alargar la pastoral juvenil. Deja de considerarse la juventud como una etapa de tránsito para pasar a verse como una categoría social, de modo que se mantiene el estado juvenil hasta bien entrada la treintena. Por ello, los grupos de jóvenes se eternizan en el tiempo y se sigue tratando a las personas de más de 25 años como si fuesen jóvenes, manteniéndolos separados de los adultos. Se considera que la pastoral aplicada por los adultos no solo no es adecuada para ellos, sino que podría ser perjudicial para su evolución.
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Esto produce varias distorsiones. La primera es que muchos de ellos están tratando con personas adultas en su día a día. En el mundo civil, cuando alguien acaba sus estudios y comienza a trabajar, se le considera adulto y trabaja con personas adultas. El mundo juvenil que se vive durante los estudios, en los que no solo te juntas con los de tu edad en el ocio, sino también en tu labor de estudiante, se acaba cuando dejas los estudios. En el mundo laboral se trabaja codo con codo con personas de edades superiores. ¿Tiene sentido que en el entorno religioso se les mantenga artificialmente en un ambiente juvenil en lugar de que se integren en un ambiente adulto? ¿Tiene sentido considerarlos todavía inmaduros cuando se ven considerados de otra manera en todo su entorno?
Constante evolución
Por otro lado, las personas siempre estamos evolucionando. Es bueno ver a quienes ya han pasado por aquello que estamos pasando nosotros para poder encontrar guías adecuadas para plantear nuestra fe. Durante la época juvenil esto es lo que sucede. Vamos viendo a aquellos que están por delante en los estudios y en la vida para aprender de ellos. Cuando acabamos nuestros estudios y comenzamos a trabajar, ¿no es bueno hacer lo mismo? ¿Y quiénes son los que nos pueden dar pautas para mejora? Los adultos, quienes tienen varios años de trabajo, quienes ya han tomado las opciones de vida ante las que nos encontramos ahora.
¿Por qué entonces aislar a los jóvenes de quienes van por delante? ¿Por qué no pueden trabajar codo con codo con quienes desde la fe ya han tomado estas opciones igual que hacen en el resto de su vida? Una pastoral juvenil alargada hace que las referencias que tengan los jóvenes sean aquellos con quienes comparten su actividad laboral, que pueden ser cristianos o no, pero no tienen esas referencias en la parroquia o en sus movimientos cristianos.
Creo adecuado, por tanto, que no se alargue innecesariamente la pastoral juvenil, que se considere a los veinteañeros como los adultos que deben ser. La pastoral juvenil debería mantenerse hasta los estudios superiores o la incorporación al mundo laboral. Acabaría con una pastoral centrada en la vocación que les preparase para la vida laboral y familiar; es decir, a dejar de ser jóvenes. A partir de ese momento, deberían ser considerados como adultos e insertarse en una pastoral enfocada a estas personas.

