Hace pocos días participé en un encuentro formativo con quienes están en situación de viudez y con quienes les acompañan. Escuchando sus testimonios confirmé una intuición que vengo teniendo desde hace tiempo: la viudez es una de las realidades más olvidadas en la pastoral de la Iglesia.
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Hay heridas que no se notan a simple vista, pero que desgarran por dentro. La viudez es una de ellas, pues la pérdida del esposo o la esposa trastoca la vida entera: la casa se siente vacía, las rutinas se rompen, los silencios pesan y, sin embargo, pocas veces la Iglesia ha mirado de frente esta realidad. Nos hemos preocupado, con razón, por acompañar a los jóvenes, a las familias en crisis, a los migrantes… pero ¿qué hay de los hombres y mujeres que viven el dolor de quedarse solos después de haber compartido toda una vida?
La pandemia hizo aún más evidente esta situación. Muchos perdieron a su esposo o esposa de manera repentina, sin despedidas, con funerales limitados, y con un silencio que se volvió insoportable en las casas. El duelo no terminó con la sepultura, apenas comenzó y, en muchos casos, la soledad y la desorientación se hicieron abismos.
En la Iglesia pocas veces nombramos con claridad la pastoral de la viudez, como si al quedar viuda o viudo la persona pasara a ser invisible. Y sin embargo, son hombres y mujeres que siguen soñando, que siguen buscando, que siguen necesitando de una comunidad que les abrace.
De esa intuición nació un libro que escribí a petición del Movimiento Familiar Cristiano a nivel nacional y que titulamos: ‘Quien da el sí al matrimonio, da el sí a la viudez. Acompañamiento en la viudez’, de la editorial PPC. El libro no pretende dar recetas fáciles, sino abrir caminos de escucha, de comprensión y de acompañamiento humano y espiritual a través de 16 sesiones preferentemente grupales.
El acompañamiento no es un lujo, es un derecho humano y cristiano. Los viudos y viudas necesitan grupos de escucha, espacios donde puedan compartir lágrimas y esperanzas, donde puedan reconstruir su vida a la luz de la fe.
El libro que escribí sobre este tema me permitió descubrir que el dolor compartido se hace más llevadero y la fe compartida se convierte en una fuerza de vida, porque la viudez no es un paréntesis: es un estado de vida, que merece ser reconocido como tal, con sus retos y con su riqueza. Porque en medio del dolor también surge la posibilidad de un nuevo sentido, de un redescubrimiento de la fe, de una solidaridad renovada y hasta de una vocación.
La pastoral de la viudez no consiste solo en dar consejos espirituales, sino en ofrecer caminos concretos de acompañamiento: talleres de duelo, grupos de oración, encuentros recreativos, espacios de formación. Todo ello puede ayudar a que la persona redescubra que la vida sigue teniendo sentido, aunque distinta, y que Dios camina a su lado.
En Monterrey ya estamos dando un paso concreto. Dentro de la Pastoral Familiar se formó el grupo PermaneSer. No es un programa teórico, sino una comunidad de vida en la parroquia donde hombres y mujeres comparten su experiencia, se sostienen mutuamente, oran juntos, y se ayudan a reconstruir lo que parecía derrumbado. Una pastoral así encarna lo que san Pablo escribió a los gálatas: “Lleven los unos las cargas de los otros”. (Gal 6,2).
El grupo PermaneSer nos recuerda que la viudez no debe vivirse en silencio ni en la invisibilidad. Hay que darle un lugar en la pastoral ordinaria de la Iglesia. Porque cuando cuidamos a quienes han perdido a su pareja, estamos cuidando la raíz misma del amor humano, esa promesa de fidelidad que no termina con la muerte.
La tarea es clara: construir comunidades donde la fe no sea un discurso abstracto, sino un gesto concreto de solidaridad. Donde la viudez no sea un estigma ni un destino solitario, sino un camino acompañado. Ese es, quizá, uno de los desafíos más urgentes y, al mismo tiempo, una de las oportunidades más hermosas de la Iglesia hoy.
Lo que vi esta semana
El rostro sereno de una viuda que, después de meses de silencio, se animó a compartir su historia en el grupo PermaneSer. En sus ojos descubrí que la fe puede volver a encenderse incluso en medio de la oscuridad.
La palabra que me sostiene
“La religión pura y sin mancha delante de Dios, el Padre, es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones…”. (Santiago 1,27)
En voz baja
Señor, enséñanos a ser compañía en el dolor, abrazo en la soledad y esperanza en la viudez.
