Abusos sexuales, Iglesia y medios de comunicación


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Casi todos los días en los medios de diferentes partes del mundo hay al menos una noticia sobre la Iglesia. Pero, en general, esto no es información sobre las innumerables intervenciones de ayuda y asistencia, apoyo a la justicia, a menudo realizadas claramente a contracorriente de los planes de las instituciones estatales y, a menudo, también de las internacionales; sino sobre casos de abuso sexual más o menos recientes, escandalosamente cubierto por el silencio y la omertà siciliana. El hecho de que hoy en día el consumo de medios de comunicación se haya vuelto tan habitual y generalizado, especialmente en los digitales, significa que una entrevista con una víctima ampliamente difundida tiene el poder de causar un malestar e indignación mucho más fuerte que un artículo de denuncia.

En los últimos años, y con un crecimiento continuo, la Iglesia como institución se ha visto afectado por esta ola mediática, que parece implacable y despiadada porque surge de la decepción de descubrir los agujeros negros de una institución que, a ojos del mundo, parece más bien una importante agencia moral. En sociedades donde la revolución sexual se ha consolidado desde hace décadas, y donde la secularización es un fenómeno establecido desde hace mucho tiempo, la indignación no se genera tanto por el escándalo sexual o por la debilidad humana, manifestada por la incapacidad de mantener un compromiso, sino más bien el abuso de poder que impregna estos episodios, que también explica el silencio de quien los encubrió y protegió.

En general, sin embargo, no se debe considerar esta ola mediática como un ataque malicioso a la institución, como una voluntad agresiva para aquellos que buscan el escándalo a toda costa. El escándalo es real, está ahí, y no tanto en la agresión sexual, como en el abuso de poder, y después en el silencio y en la falta de sanciones contra los responsables, el mutismo y la impunidad que humillan a las víctimas. Los medios de comunicación, con sus reportajes y entrevistas, sacan a la luz a los que querían ocultarse y se olvidaron de la justicia, y recuerdan que las víctimas tienen una dignidad que hay que respetar y proteger.

Casi siempre, como sucede actualmente en los casos de abusos a las religiosas, las víctimas han tratado de obtener justicia, generalmente sin éxito, dentro de la institución a la que pertenecen, la Iglesia. Hay que considerar que las víctimas son parte de la Iglesia, al igual que los responsables de los abusos que a menudo se han refugiado en ese silencio cómplice y en nombre de la institución. Desde ahí, ¿cómo debe proteger la Iglesia a las víctimas?

Sabemos que las denuncias no siempre se fundamentan, que las relaciones humanas son muy complejas y que puede no ser tan fácil definirlas sobre la base de la dinámica que existe entre las víctimas y los depredadores, especialmente cuando se trata de adultos y no menores. Pero la transparencia ayuda a todos, incluyendo la defensa de sospechas infundadas y miradas acusadoras de quienes atacan injustamente.

En este contexto, los medios están paradójicamente ayudando a la Iglesia a aclarar, a enfrentar problemas complejos y dolorosos que han sido pospuestos, e incluso escondidos. Y es legítimo esperar una voluntad análoga en relación a la comunicación  con contribuciones positivas se extienda a una institución milenaria, que debe ser purificada, pero que se funda sobre una Buena Noticia que nunca deben olvidarse.