Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

¿A dónde quedó el Estado?


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El Covid-19 nos ha ido develando, muchas de las cosas que ya sabíamos. Los Estados son aparatos poco efectivos para responder a crisis como la generada por Covid-19. La fragilidad es patente, han quedado al descubierto las carencias de nuestros sistemas de salud desiguales y desarmados, la ineficiencia de los sistemas económicos para crear trabajo decente, la ausencia de seguridad social que pueda crear bienestar para todas las personas. Y más allá de eso, la mermada capacidad de garantizar los derechos y la cuestionada posibilidad de construir consensos ciudadanos en lo que podríamos denominar “bienes comunes”.



Dice la Nobel de Economía, Elinor Ostrom, que el aparato estatal debería construir normas en torno a los bienes comunes y tener la capacidad de que sus ciudadanos las respeten. Esas normas según, su teoría de los bienes comunes, “pueden ser tanto de facto como de jure, la ausencia de leyes nacionales que regulen la apropiación y provisión de un recurso de uso común no equivale a la ausencia de reglas efectivas” (OSTROM, 2011: 114-115). Si bien Ostrom piensa principalmente en los bienes comunes relacionados a un territorio, como es el caso de los bosques o recursos naturales, las ideas de esta autora aportan al entendimiento de otro tipo de bienes y servicios públicos como es el caso de la seguridad o de los sistemas de salud. Las capacidades de provisión de ciertos bienes o servicios varían de forma escalonada, de lo global, nacional a lo local.

En plena crisis de Covid-19, con cierto morbo se han difundido imágenes en varias comunidades mexicanas de repartos de productos de higiene y alimentación a nombre de grupos o personas involucradas en actos de violencia o ilícitos. Esos grupos y esas personas han venido a sustituir el Estado ausente. Literal como relatan las series, han dado de comer a miles en tiempos de crisis, han reparado banquetas, pintado parques y quizá construido un sentido de seguridad, sea ésta legítima o no. ¿A dónde quedó el Estado? No sabemos.

Foto: sacerdote Rubén Alanís. Reparto de comida en Ciudad de México, en tiempos de Covid-19.

También en plena crisis del Covid-19, está el trabajo silencioso, bajo perfil pero trascendente de laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos, que muy conscientes del riesgo que corren expuestos al contagio, continúan abriendo comedores, dispensarios, bazares, centros de acopio, albergues, por mencionar algunos servicios. ¿Los  usuarios y usuarias? Los mismos de siempre, los que no tiene un trabajo formal, los que no alcanzan la inscripción en el sistema de salud, a los que se recuperan de una adicción, los que perdieron el trabajo, las madres solteras, las personas migrantes y las personas enfermas, los que siguen en las calles sin un hogar fijo.

¿A dónde quedó el Estado? Probablemente diluido en debates abstractos de política pública, en censos inconclusos y rebasados por la realidad, en transformaciones idílicas, en los repartos de siempre para aparecer en la foto, en reformas que comprometen el futuro de muchos. El Estado está ahí, moribundo por la misma crisis y nublado por la magnitud del impacto. Mientras, como Iglesia seguimos ahí en las calles, en las colonias, a pie y en bicicleta, siendo un puñado de  rostros invisibles pero valientes, contagiados por el Evangelio, portadores de los anticuerpos de justicia, caridad y solidaridad.