Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

76 metros cuadrados


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Hay un lugar en el mundo, con esas medidas, que se está erigiendo en el punto axial sobre el que giran grandes decisiones que, a su vez, afectan a los 510 millones de kilómetros cuadrados que tiene la Tierra. Me refiero, obviamente, al Despacho Oval de la Casa Blanca.



Explicitando esa relación entre tamaños, parece una ofensa a la razón que, todo lo que sucede en un lugar tan pequeño pueda tener tanto poder sobre el resto del mundo. Pero así se está proyectando desde hace años. Y acentuándose en las últimas semanas.

El Despacho Oval, entre otras cosas, está recibiendo una procesión de líderes mundiales que, parecen necesitar pisar aquella estancia y pedir permiso, para tener su cuota de presencia en la geopolítica internacional. El último ha sido el presidente ucraniano Volodymir Zelenski, y la ya famosa e inaudita discusión en vivo y en directo, entre él y Donald Trump y JD Vance, presidente y vicepresidente de EEUU.

Cómo es posible

Más allá de tantas otras consideraciones que se podrían hacer al respecto, y que hoy copan muchas de las conversaciones políticas, económicas y sociales, surgen preguntas muy evidentes:

¿Realmente tienen tanto poder la administración americana y sus compañeros de aventura, como los CEOS de las tecnológicas? Si es así, ¿cómo hemos hecho la humanidad para permitírselo? Sabemos que todo es fruto de procesos históricos –e “intrahistóricos”, cocidos en despachos como el Oval–. Y, aún con la temeraria actitud de quien mira todo solo a “vista de pájaro”, parece obvio que la dinámica que ha seguido la sociedad desde hace siglos, ha devenido en estas y otras grandes desigualdades, que hoy nos asustan.

El presidente estadouånidense Donald Trump (d) conversa con e presidente ucraniano Volodymyr

Sin embargo, ningún futuro que nazca unilateralmente de ahí, sin el concierto del resto de partes afectadas en cualquiera de los problemas enfrentados… se podrá mantener en el tiempo de forma estable y pacífica. Más, si encima, hay otros “despachos ovales” en China, Rusia… que también pelean por jugar ese rol.

Por eso, no es nada ingenua la alusión a los riesgos de una nueva conflagración mundial que salía el otro día en la citada discusión, y que ya hace tiempo “pulula” en el ambiente. El mismo papa Francisco la ha nombrado en muchas ocasiones.

Sí, hace ya años que nos vamos deslizando peligrosamente a contextos que pensamos que ya se habían desterrado para siempre. La guerra en Ucrania fue un ejemplo de ello.

Aviso urgente: reconfiguremos la ruta

No me considero “profeta de calamidades”, más bien todo lo contrario: creo que el factor “esperanza” es imprescindible en la construcción social actual. Pero, a poco que uno lo piensa, da miedo lo que puede estar esperándonos a la vuelta de la esquina.

Por eso, es de urgencia acometer un cambio de rumbo cuanto antes. En el que todas las personas, instituciones, organismos “de bien” nos sintamos unidas y comprometidas.

Por un lado, resulta imprescindible y necesarísima la reforma de las Naciones Unidas, que la convierta auténticamente en la organización mundial que vele por el mantenimiento de la paz y la resolución pacífica de los conflictos, tal y como se afirma en su carta de constitución. Necesitamos un Gobierno Mundial real, democrático, que apueste por la convivencia, el bien común, la justicia, la sostenibilidad y la ciudadanía global, y que establezca y vele por mecanismos que regulen todo eso, y ayuden a solucionar los problemas sin procesos traumáticos y difícilmente restañables.

Junto a ello, urgen decisiones en torno a una regulación financiera global, una política fiscal coordinada, o unos sistemas de participación, de comercio internacional, de cooperación o de migraciones justos, humanos y solidarios. Y un largo etcétera.

Sé que estas demandas no son nuevas, y que suelen caer en saco roto. Pero tiene que llegar el momento en que no sea así. Porque, puede que la supervivencia nos vaya en ello. O, como poco, la felicidad pública. La de millones de kilómetros cuadrados. No sólo de 76 metros.