Hay finales que piden aplausos y hay otros, como este, que piden silencio. Terminar un año no es hacer cuentas; es mirar con verdad. Reconocer lo que fue, lo que no fue, lo que dolió, lo que sorprendió, lo que quedó a medias. El calendario cambia, sí, pero el corazón necesita algo más que una fecha para cerrar de verdad.
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Este año no fue sencillo, pero tampoco fue inútil. Hubo pasos firmes y otros inseguros, días luminosos y noches largas. Hubo encuentros que sostuvieron y despedidas que costaron. Creo que al mirar atrás con calma, aparece una certeza que atraviesa todo: no lo caminamos solos y eso es lo que hoy agradezco.
No siempre supimos a dónde íbamos, a veces avanzamos por intuición, otras por pura fidelidad. En algunos momentos celebramos; en otros, simplemente resistimos, pero incluso cuando el ánimo flaqueó, alguien estuvo ahí: una persona, una comunidad, una palabra, un gesto, una presencia discreta que nos sostuvo sin hacer ruido.
Terminar el año es también reconciliarnos con lo que no salió, soltando la culpa por lo que no alcanzamos, por las decisiones que hubiéramos tomado distinto, por las fuerzas que no nos dieron. No todo fracaso es derrota; a veces es aprendizaje, así como no todo cierre es pérdida; a veces es poda.
Padre David Jasso con su comunidad parroquial. Foto: Parroquia María Madre de la Iglesia de Monterrey
Este final de año me encuentra agradecido por lo pequeño: por las conversaciones sinceras, por los comienzos humildes, por las comunidades que se abren, por las personas que confían, por los pasos dados despacio, pero con sentido.
Me encuentro también consciente de lo que sigue doliendo porque cerrar no significa negar; significa entregar, poniendo en manos de Dios lo que no entendimos, lo que no sanó, lo que todavía pesa.
“Nunca solos, siempre juntos” no es una consigna optimista sino una convicción nacida de la experiencia. Al terminar este año, no hago promesas grandes, prefiero un deseo sencillo: seguir caminando juntos, con más escucha que ruido, con más paciencia que prisa, con más ternura que exigencia y con la confianza humilde de que Dios no abandona los procesos que Él mismo inició.
Si el nuevo año trae luces, las recibiremos. Si trae sombras, las atravesaremos. Pero no solos. Que terminar el año no sea un punto final, sino un respiro. Un momento para agradecer, soltar y disponerse, porque mañana no empezamos desde cero; empezamos acompañados. Y eso, al final, es lo que salva.
Lo que vi esta semana
A las personas de mi comunidad adorando la imagen del niño Jesús, con reverencia y esperanza.
La palabra que me sostiene
“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. (Sal 126, 3).
En voz baja
Gracias, Señor.
