La Santa Sede cerró 2024 con un superávit de 1,6 millones. El Estado más pequeño del mundo ha dado un vuelco a sus finanzas, habida cuenta de que arrastraba un déficit de 51,2 millones de euros del ejercicio anterior. El empeño de poner negro sobre blanco las cuentas vaticanas fue primordial en el pontificado de Francisco.
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Una empresa no exenta de minas por parte de quienes provocaron la campaña orquestada contra el fallecido cardenal australiano George Pell, cuando comenzó a levantar algunas alfombras, además de desfalcos como el caso que llevó a Angelo Becciu a ser el primer cardenal defenestrado y condenado por malversación. La apuesta por una gestión basada en la contención del gasto, la lucha contra la corrupción y la transparencia, que ahora empieza a dar sus frutos, lleva sello español.
Sello español
Si el jesuita Juan Antonio Guerrero dio los primeros pasos, el hoy prefecto de Economía, Maximino Caballero, ha apuntalado esta reforma con determinación, prudencia, realismo y sentido común. Pero, sobre todo, con la conciencia de que cada euro que entra en el Vaticano es una deuda de credibilidad contraída con quien deposita un céntimo de euro en el cepillo eclesial.
