Clausurada la COP30, la trigésima Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, que se ha celebrado en Belém, en la Amazonía brasileña, esta “ha dejado tras de sí un sabor agridulce”. Así lo expresa, en conversación con Vida Nueva, el carmelita argentino Eduardo Agosta, director del Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Español (CEE), muy activo estos días en la cumbre, acompañando distintas aportaciones de plataformas eclesiales”.
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Y es que, si bien sintió “esperanzas” ante la propuesta de la Presidencia de Brasil, a través del texto ‘Mutirão: unir a la humanidad en una movilización global contra el cambio climático’, tras las negociaciones diplomáticas, quedó un ‘Documento final’ lastrado por “el obstáculo de siempre: la regla del consenso”.
Una narrativa humanista
En ese sentido, el borrador de parte de Brasil recogía “una narrativa humanista que reconocía los derechos de los pueblos indígenas, la importancia vital de la Amazonía y la deuda ecológica derivada de las emisiones históricas”. Sin embargo, “el resultado fue un texto que, pese a sus gestos simbólicos, falló en dos puntos esenciales para la ecología integral”.
En cuanto al primero de ellos, relativo a “la mitigación, desapareció la referencia explícita a la necesidad de abandonar los combustibles fósiles, sustituida por metas más vagas de alcanzar la neutralidad de carbono hacia mediados de siglo”. Respecto a “la financiación, aunque se reconoció la urgencia científica de movilizar 1,3 billones de dólares anuales, la meta política quedó fijada en apenas 300.000 millones, institucionalizando así una brecha financiera que perpetúa la injusticia”.
Ante este “bloqueo de la diplomacia universal, donde un solo país productor de petróleo puede vetar la ambición de todo el planeta”, Agosta es optimista y señala que “surge una alternativa: la Conferencia de Santa Marta, en Colombia, convocada para abril de 2026 por un bloque de 80 países, liderados por Colombia, Reino Unido, España y los Países Bajos”.
Hacia un tratado
Para todos ello, “el propósito es claro: avanzar hacia un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles y abrir camino a una transición justa, más allá de las trabas de la Convención Marco de Naciones Unidas de Cambio Climático”. Hasta el punto de que “Santa Marta puede convertirse en el jaque mate al bloqueo fósil”.
Para Agosta, “como recuerda el papa Francisco en ‘Laudate Deum’, cuando las instancias globales fallan, corresponde a la sociedad civil y a los países intermedios actuar”. Así, “si estas 80 naciones acuerdan detener nuevas exploraciones y coordinar su salida de los fósiles, provocarán una contracción masiva de la demanda. Tarde o temprano, incluso los grandes productores que no se sumen verán reducirse sus mercados. La señal financiera será irreversible: el futuro será renovable, no por ideología, sino por pura supervivencia económica”.
De ahí que “la fuerza de esta coalición radica en que no necesita el permiso de Arabia Saudí o Rusia para avanzar. Al operar como una alianza de voluntad, rompe la parálisis del consenso y abre un camino propio. Además, el liderazgo de Colombia, un país productor de carbón y petróleo, junto a potencias europeas, otorga una legitimidad ética singular. Desmonta la idea de que la acción climática es un lujo del Norte y la plantea como una responsabilidad compartida, aunque diferenciada”.
Un desafío pendiente
Con todo, queda, eso sí, “un desafío pendiente: financiar la valentía. Para que la ruta de Santa Marta sea sostenible y justa, no basta con firmar el fin de los fósiles. Es imprescindible poner recursos sobre la mesa y garantizar que países como Colombia no colapsen económicamente al cerrar el grifo”.
En conclusión, para el director de Ecología Integral de la CEE, “si Belém fue la COP de la conciencia, al reconocer la crisis en el corazón de la selva, Santa Marta promete ser la conferencia de la coherencia. Es la oportunidad de demostrar que, aunque la diplomacia global avance con lentitud, la voluntad política de una mayoría organizada puede acelerar la historia y acercarnos, por fin, a la conversión ecológica integral que el mundo necesita en este plano inmanente”.
“La clave” está, como recalca ‘Laudate Deum’, en “reconfigurar el multilateralismo” para que nazca “desde abajo”.