“Estar presente”, algo que parece tan obvio, no lo es. Gran parte de nuestra vida ocurre en nuestra ausencia. Conflictos personales impiden mirar de frente partes importantes de nuestra historia; las multitareas y las prisas propician que vivamos ensimismados y, a veces, encorvados; las veinticuatro horas diarias de conexión saturan nuestros sentidos y la cultura de la distracción los atrofia; Dios, en la mayoría de las ocasiones, pasa desapercibido, tal vez por su humildad, “el más profundo de sus misterios” (Benjamín González Buelta).
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“Estar pendiente” como atención plena o plena consciencia, centrándonos en lo que está sucediendo “aquí y ahora”, aceptándolo sin más, sin intentar cambiar nada, ni juzgar nada… es, a la vez que un reto, algo deseado por muchos.
“Estar presente” ante las referencias fundamentales –ante sí mismo, ante el mundo (incluimos en él al prójimo) y ante Dios (‘Coram Deo’ como don, presencia y palabra)– es mezcla de regalo y hazaña.
Ejercicio de reflexión
A continuación, nos detendremos en observar al ser humano, al mundo y a Dios. Si cada lector o lectora se anima a hacer este mismo ejercicio, esta reflexión se verá enriquecida.
¿Quiénes somos los seres humanos?, ¿quién soy?
Un primer acercamiento a estas cuestiones lo encontramos en una afirmación de la Pontificia Comisión Bíblica: “Se puede comprender lo que la Escritura revela sobre el ser humano solo si se exploran las relaciones que la criatura humana mantiene con el conjunto de la realidad”. A la luz de la fe, el ser humano es una criatura relacional, es decir, debe su existencia a la acción creadora de Dios, una acción libre realizada por amor y con sabiduría.
En el intento de hacernos presentes a nosotros mismos, aparece, en la opción creyente, el vínculo con la Presencia divina, la relación de alteridad que existe entre Creador y criatura. Somos criaturas arraigadas en el amor de Dios creador, somos recibiéndonos y siendo sostenidos y sostenidas, somos co-creadores y co-creadoras con Él. Esta relación está llamada a caracterizarse por la cercanía, la intimidad, el agradecimiento y la alegría.
Criaturas “pecadoras agraciadas”
A partir de aquí, ‘grosso modo’, podemos estar ante:
Una criatura “pecadora”, alguien que experimenta cómo se puede malograr la existencia; creada en el bien, pero herida por el mal. El pecado supone “no alcanzar el fin”, “equivocarse”, “cometer una falta”, “errar”; desbarata el proyecto divino rompiendo las relaciones fundamentales del ser humano. San Pablo indica que el pecado es una experiencia de impotencia y debilidad: “Querer el bien lo tengo en mis manos, mas no el realizarlo; no hago el bien que quiero, pues realizo el mal que no quiero; yo, que quiero hacer el bien, y el mal se presenta ante mí” (Rom 7, 18b-21). La criatura pecadora se encuentra en un estado de desolación más o menos consciente.
Una criatura “agraciada”, alguien que experimenta la misericordia de Dios, su amor visceral, “hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (George Augustin). Sabe que se le concede cada día un comienzo nuevo para vivir en armonía con toda la realidad. Ha descubierto que es para los demás, especialmente para los pobres como él o ella; entiende la experiencia espiritual como un encuentro amoroso que lleva al servicio. La criatura agraciada se encuentra en consolación, ha recibido la autocomunicación divina.
Esta distinción entre criatura pecadora y criatura agraciada es pedagógica; la experiencia es de mayor ambigüedad y la realidad más compleja. En el seguimiento de Jesucristo nos reconocemos como criaturas “pecadoras agraciadas”. Si hemos hecho ejercicios espirituales con la metodología propuesta por san Ignacio de Loyola, se comprende. Decimos que es criatura y, como tal, enraizada en el Bien que es Dios, pero distinta de Él, no es perfecta; los ejercitantes viven la experiencia de misericordia y perdón de Dios, tras la cual se disponen a conocer internamente al Señor y recibir su gracia.
Miseria y gloria
A “pecadora” y “agraciada” añadimos una criatura consciente de su miseria y su gloria, que busca el encuentro con Jesucristo, en quien percibe que se revela quién está llamada a ser (cf. GS 22); conforme toma consciencia de ser limitada, finita y condicionada, mayor es su preocupación por caminar en humildad, prudentemente (consciente de que existe el mal), con otros y otras. Estando en relación con quien es la Vida y el Amor, la criatura vive y ama (cf. SS 27).
Esta criatura advierte en sí misma cambios que le permiten afirmar que, con los años, crece en apertura y acogida a sus hermanos y a Dios; percibe que todo está conectado y que forma parte de ese todo. Esta criatura ha captado la profundidad de la experiencia paulina: “Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura, ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8, 38-39). Si se le preguntase quién es, diría que es una “criatura amada”. He ahí la fuente de su esperanza.
¿Añadir otros perfiles de criaturas? Optamos por sugerir el esfuerzo de cada cual para formular quién es, ante quién está cuando se encuentra consigo mismo o consigo misma, cuál es su radical novedad en este “ahora”, que examine detenidamente su situación, a sabiendas de que las situaciones de la vida cotidiana no son blancas o negras, sino de una gran variedad de grises (Francisco). Esta tarea de responsabilidad será una forma de agradecer el don de la creación. (…)
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Índice del Pliego
DEL “ESTAR PRESENTES”…
Presentes a nosotros mismos
Presentes a todas las cosas
Presentes a Dios
… AL “SER ENVIADOS”
“Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40, 1)
“… está cerca el reino de Dios” (Mc 1, 15a
“Id a…”

