La Iglesia siempre lo ha sabido. Por eso ha estado esforzándose por “corregir” a lo largo de su caminar de miles de años acompañando a la humanidad creyente. Se trata de corregir el rumbo de la nave, no de cambiar los fundamentos de la fe. Quienes hayan navegado sabrán que ajustar el rumbo, una y otra vez, es lo que garantiza que el barco llegue a su puerto de destino.
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Corregir, sin embargo, no es lo mismo que controlar. Eso también lo sabe la Iglesia y, en su dimensión histórica formada por los seres humanos que la conforman y la dirigen en el proceso histórico, lo ha aprendido por las experiencias vividas. De nuevo, quienes hayan criado o, más sencillo, quienes recuerden lo que han vivido, saben que ese aprendizaje sobre control en el camino espinoso por el que hemos pasado, es parte integral del camino hacia el porvenir.
Así pues, el afán por corregir y controlar forma parte de lo que lleva el ser humano entre pecho y espalda, desde los tiempos más remotos. Pero ese esfuerzo por corregir y controlar no se debe confundir con algo mucho, pero mucho, más profundo y definitivo. Si algo nos conviene corregir y controlar es precisamente el afán desmedido por corregir y controlar, porque lo más importante de todo es compartir y como Iglesia hemos aprendido a compartir la vida misma.
Quiero usar dos ejemplos para explicar esa diferencia entre corregir y controlar por un lado, y compartir, por el otro.
“Acho, PR es otra cosa”
Soy de la nación isleña donde se inventó esa maravillosa palabra “reyar”, de la tierra bendita del “le, lo, lay”. Y como decimos en este tiempo para destacar la cultura, música e identidad: “Acho, PR es otra cosa”.
Soy del país que dice tener las navidades más largas del mundo.
En Puerto Rico, desde mucho antes del Día de Acción de Gracias, comienzan las festividades y después del Día de Reyes continúan con las llamadas octavas y las octavitas.
Por supuesto, desde el punto de vista de la función maternal del magisterio de la Iglesia, es importante corregir y explicar lo que son los tiempos litúrgicos. Por eso explicamos, por ejemplo, lo que es el adviento, la navidad propiamente y la fiesta de la epifanía. Pero de ahí, a tratar de imponer un control sobre la cultura y la religiosidad popular hay un hilo fino.
En el Puerto Rico en que vivo, desde mucho antes de que suenen las campanadas del reloj de la formalidad, se “oye el murmullo de una brisa suave, y es que están muy cerca ya las navidades”, dice la canción. Aquí se vive “culturalmente”, se siente, la ruta larga y sacrificada en que “hacia Belén se encamina, María con su amante esposo, llevando en su compañía a todo un Dios poderoso”. Las “navidades” puertorriqueñas son las fiestas de la “alegría, alegría” que nos llega del Salvador que esperamos.
Puerto Rico en Navidad
Por supuesto también, nos toca como pueblo corregir y controlar los excesos de comer y beber, los excesos de gastar hasta lo que no tenemos, los excesos que resultan de convertir fiestas populares sagradas en bacanales de consumo y de idolatría por las riquezas del mundo, cuando lo que conmemoramos es que ese Dios Todopoderoso, el verdadero dueño de todo lo creado, llega al mundo como un niño pobre, sin casa, a nacer en un establo. Y de igual manera, muchos hermanos y hermanas viven en un empobrecimiento crítico.
El segundo ejemplo al que quiero referirme es el del error de “usar los recursos económicos” para creer que promovemos causas nobles y generosas cuando lo que hacemos es montar sistemas de control. Esto me hace pensar en el llamado que hizo el papa León XIV a un grupo de empresarios durante estos días y que hace tiempo reflexionó el papa Francisco. Digamos que un empresario invierte en un periódico. ¿Lo hace para promover el conocimiento de la verdad o para imponer el punto de vista de los poderosos y con eso ganar dinero o ventajas ideológicas? Este ejemplo lo podríamos referir a muchas actividades sociales y humanas, en las que se usan los recursos para hacer viables formas de esclavitud en lugar de darle posibilidades a la libertad y así fortalecer de manera integrada, la fe y la justicia social.
Ya lo dije y no me canso de repetirlo, para “compartir” de verdad unos con otros, si algo tenemos que corregir es nuestro afán de controlar a los demás.
Es mejor compartir que controlar, así seremos más felices entre el adviento y la Navidad.
Y… siempre.