Recientemente, leí un comentario de una prestigiosa profesora universitaria venezolana en el cual alude a la inconveniencia del catolicismo para el hombre. En un primer momento, sentí una profunda indignación, pero relacionada en gran medida al hecho de yo ser católico. Me lo tomé a título personal.
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Sin embargo, cuando volvía a la afirmación de la profesora fui comprendiendo la magnitud del error que socavaba las bases de su planteamiento, escrito, muy seguramente, en un arranque virulento y emocional. Racionalmente, lo que ella apunta es un equívoco. Un equívoco que enmarcó en otro de idénticas proporciones: el supuesto oscurantismo que reinó durante la Edad Media.
Olvidó que los monasterios medievales fueron los grandes guardianes y preservadores de la cultura antigua y los monjes científicos brillantes, desarrolladores de tecnologías que permitieron la prosperidad de la civilización occidental.
La Iglesia Católica, no solo creó varias instituciones indispensables para el progreso de la sociedad: escuelas, universidades, hospitales; y que la ciencia moderna solo fue posible gracias a toda la técnica y filosofía científica promovidas inicialmente en los monasterios durante el Medioevo. Además, gracias al catolicismo, palabras como amor y persona alcanzaron su plenitud y sentido. Dos palabras que proveen de sentido a la misma vida.
Persona
El término del que procede ‘persona’ deriva del latín, se conocía como ‘persōna’, que significa “máscara de actor”, “personaje teatral”, “personalidad, persona”. En griego parece tener el mismo significado. El concepto de ‘persona’ fue madurando, pero alcanzó su máximo significado durante el Concilio de Nicea de 325. En él se discutió la naturaleza divina y humana de Cristo.
La conclusión tiene significación en el concepto de persona. Se consideró que Cristo posee una doble naturaleza (divina y humana), pero es solo una persona. En tal sentido, simbólicamente significa unidad coherente entre ser una divinidad y una persona al mismo tiempo. Por lo tanto, la persona posee el sentido de unificación y esencia que puede ser tal que explique el sentido de la divinidad.
Sin embargo, en vez de referirse a la persona como máscara, como algo sobrepuesto, se empleó la palabra ‘hipostasis’, que será la que se asumirá tanto en el Concilio de Constantinopla como en toda la alta Edad Media. Será la misma que utilizó san Agustín para hablar de la propiedad.
Esto es; la persona que se esperó propia en la naciente sociedad con fundamento católico; persona significa alguien con algo propio de sí mismo. Finalmente, será Boecio quien asiente firmemente la idea de Dios como ser personal y, en tal sentido, a la persona como substancia individual de naturaleza racional.
Amor
«El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes», así lo resaltó Benedicto XVI en ‘Deus caritas est’. Por ello, une su voz a la de tantos otros que se aventuran a la fuente de la palabra para devolverle su sentido.
Hay un detalle sobre el amor que va deshilvanando Benedicto XVI, que insinúa san Juan Pablo II en su ‘Teología del Cuerpo’ y que el escritor venezolano, Israel Centeno, señaló puntualmente: “Ni griegos ni romanos, ni judíos ni árabes, ni siquiera las grandes tradiciones de Asia concibieron el amor como acto de elección libre y comunional”. El Evangelio de Jesucristo nos desnuda al amor como un tejido maravilloso que surge de la libertad del hombre por un designio de Dios, quien no solo ama gratuitamente, sino que lo hizo primero.
El amor del que nos habla el Corazón de Cristo es uno que hace todo nuevo de nuevo. Un amor, de cuya fuente, será delineada la idea de ‘prójimo’ que es radicalmente distinto a la idea de otro. Un amor que “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor 13,7). El amor que promueve el cristianismo es aquel que impulsa al hombre hacia la verdad y la belleza, pues, como señaló Francisco, nos empuja a amar a Dios, a convertirnos en sus amigos; pero además, nos impulsa a amar al prójimo como Dios lo ama. Desestructura la racionalidad moderna en cuanto a que ofrece el perdón y bendice a los que maldicen. Nos transforma en signo de contradicción y luz y sal para el mundo. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris