Un año después de la Dana de Valencia: “Las calles están limpias, pero abres las casas y ves mucha necesidad”

Francisco José Furió, sacerdote en la localidad valenciana de Aldaia, reconoce que “no estamos bien… Mucha gente necesita ayuda psicológica y psiquiátrica”

Un año después de la Dana de Valencia: “Las calles están limpias, pero abres las casas y ves

Francisco José Furió, sacerdote en la localidad valenciana de Aldaia, lleva seis años al frente de las dos parroquias locales. Retrocede un año, a ese terrible 29 de octubre de 2024 marcado por una DANA que sembró decenas de pueblos de muerte y destrucción, y recuerda con claridad que “no éramos conscientes de la dimensión de lo ocurrido. Sin llover una sola gota, nos encontramos con que nuestro barranco se desbordó y todo se inundó. La sensación era de incredulidad. Esa noche no paraba de pensar en las personas mayores, solas y sin capacidad de moverse que conocía del pueblo”.



Cuando pudieron salir a la calle, se encontraron con “una pesadilla al ver todo devastado. Era irreal, como una película”. Y ya no tuvieron tiempo para pensar: “Ahí entramos en una vorágine de quitar barro como fuera. Era desesperante, pues no venía nadie a ayudarnos, salvo los jóvenes de Valencia que llegaban andando. No había luz y estábamos agotados”. Días después, “comprendimos que todo iba a ir para largo, pues el 95% de los bajos del pueblo estaban arrasados”.

Falsa normalidad

Hoy, lacónico, percibe “una sensación de falsa normalidad porque las calles y fachadas están limpias, pero abres las casas y te encuentras con mucha necesidad”. De ahí que admita que “no estamos bien. Mucha gente necesita ayuda psicológica y psiquiátrica. Hace unas semanas, cuando, ante la amenaza de otra Dana, llegó a los móviles una señal de alerta como la de entonces, mucha gente lloró y otros se quedaron sin palabras durante dos horas, en shock”.

Inundaciones_Valencia26

Ante tanto dolor, queda mucho por hacer, “como convencer a muchas personas de que se dejen ayudar. Esto nos ha golpeado a todos, ricos y pobres, y ahora hay quienes jamás se imaginaron tener que acudir a Cáritas y que, aunque no lo acepten, lo necesitan”.
Mientras, su misión es “seguir dejando abierta la parroquia muchas horas, para el que quiera venir a rezar, a ser escuchado o a estar en silencio”. Así, ha comprobado que “muchos que antes eran vivían con tibieza su relación con la fe, ahora, al llegar la cruz, la abrazan con fuerza”.

En cuanto a él, también esto le ha cambiado: “Esta experiencia me ha unido mucho más a mi pueblo. Ahora, lo quiero mucho más y, en medio de un gran sufrimiento, entre lágrimas, digo: ‘Señor, si así lo has querido, aquí estoy’”.

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