Esta semana tuve el privilegio de celebrar un año más de vida y, dentro de los abrazos y cariños, hubo un regalo que tocó mi corazón. Siento el deseo de compartirlo como parte de mi celebración. Aquí va un pedacito de mi torta de amor que Dios me mostró… Espero que les guste tanto como a mí.
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Mis 56 cayeron justamente en domingo y el sacerdote, durante la misa, me pidió si podía ser ministro para dar la comunión. Ya lo había hecho otras veces con mucho respeto y devoción, pero esta vez algo más se me reveló: que el propósito de mi vida ha sido y será siempre ofrecer al Señor a los demás para que puedan entrar en comunión con Él, sin importar su condición.
Describirlo con palabras
Aún siento mi inadecuación frente a este regalo tan inmerecido, y describirlo con palabras me ayuda a asimilarlo mejor. Quiero ser instrumento para ofrecer al Señor no solo en la eucaristía, sino también con todos mis gestos, palabras, escritos, obras, pensamientos y en cada respiración, a pesar de mis sombras, temores y dolores.
Que en mí los demás (en especial, los más frágiles y vulnerables) sientan su ternura, su humor, su generosidad, su creatividad, su sencillez y su libertad. Quiero que perciban sus manos de madre comprensiva e incondicional a través de la atención, la escucha y la capacidad de acoger sin juzgar.
Hasta ahora, esta misión ha peregrinado entre cimas y simas, tratando de ordenar mis propias voces, sanando heridas y librando una batalla espiritual contra el ego y el mal. Sin embargo, ahora siento que (aunque vendrán recaídas) hay un cúmulo de vivencias de fe que me permiten aferrarme al corazón de Dios y saber que en Él puedo descansar. En el diálogo con Él renuevo las fuerzas, me soplan ideas buenas y lindas, y puedo volver a ponerme de pie después de fallar. Yo, que había vivido siempre dudando de mi propia valía y actuar, ahora tengo un piso firme donde apoyar el pie para ser un puente sagrado de Dios hacia los demás.
Pequeños y grandes traumas
He sido hasta ahora un cúmulo de pequeños y grandes traumas que no me dejaban en paz; pero, después de tanto camino recorrido, soy consciente de que el Señor me ha acompañado, sostenido e iluminado para este momento: ser una pequeña llama para los demás.
Al tener el copón en mis manos y tomar cada hostia, sentía la presencia de Jesús. Intenté hacerlo con mucha delicadeza, como tomando pequeños pétalos del corazón divino. Así también los colocaba en sus manos o en su boca, con profunda intención y conciencia de la “magia” de esa ocasión. Así quiero hacerlo hasta el último de mis días: ser un puente colorido, alegre y floreado por donde los demás puedan recorrer el camino del reencuentro con el Padre/Madre que los ama.
Más tarde vendrán la doctrina, los mandamientos y la palabra para ordenar toda la gracia y el amor de Dios para su mayor gloria y la nuestra. Pero, primero, las personas tienen que experimentar la gratuidad de su amor a través de ministros de comunión. En la misa y en todo momento de nuestra cotidianeidad, ojalá seamos puentes y testimonios vivos de bondad, verdad y libertad.
Recibí este regalo con pudor y algo de temor, porque sé que soy presa fácil de la tristeza, el autodesprecio y la inseguridad. Pero con todo eso, esta nueva vuelta del sol me llenó de fe y convicción. Soy y seré feliz si cumplo con tu bellísimo presente de ser un amorista y gestar tu re-evolución.

