(Segunda de seis entregas)
En casa de Simón, una mujer rompe un frasco de perfume y lo derrama sobre los pies de Jesús. El olor llena la habitación. Algunos, escandalizados, murmuran que ese perfume podía haberse vendido “para ayudar a los pobres”. Jesús los sorprende: defiende a la mujer, elogia su gesto, y deja que el amor huela, que toque, que sobre. No hay cálculo en su acción, solo gratitud.
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El papa León XIV abre ‘Dilexi te‘ con esta escena porque en ella se revela un secreto del Evangelio: el amor auténtico nunca es razonable, siempre desborda. En tiempos donde todo se mide por su utilidad, este gesto gratuito recuerda que el amor a los pobres no se improvisa; nace del corazón que primero se ha dejado amar.
Jesús no contrapone el gesto de la mujer a la atención a los pobres; más bien los une diciendo: “A los pobres los tendrán siempre con ustedes”. No es resignación ni fatalismo, sino una promesa de presencia: en ellos, Él mismo estará siempre con nosotros. Por eso el Papa escribe: “La tradición cristiana de visitar a los enfermos, de lavar sus heridas, de consolar a los afligidos no se reduce a una mera obra de filantropía, sino que es una acción eclesial a través de la cual, en los enfermos, los miembros de la Iglesia tocan la carne sufriente de Cristo”. (No. 49).
El problema, nos recuerda, no es que haya pobres, sino que los hayamos hecho invisibles. Hemos normalizado su ausencia, los hemos convertido en estadísticas, los hemos alejado de nuestras casas y de nuestras conciencias. Pero Jesús no habla de “los pobres” en abstracto: les pone rostro, les devuelve nombre, los sienta a la mesa.
El texto papal amplía la mirada: hoy hay muchas pobrezas. No solo la económica, sino la soledad, la pérdida de sentido, la falta de afecto, la desconfianza. En esas pobrezas contemporáneas, que todos llevamos de alguna manera, también resuena el Evangelio. El Papa no romantiza el sufrimiento, pero sí nos invita a descubrir su poder revelador: cuando algo se quiebra, puede comenzar la compasión.
Cada pobreza, propia o ajena, es un lugar donde Dios se deja encontrar, y cuando uno ama desde ahí, el amor huele a perfume caro: a lo mejor de uno mismo derramado sin cálculo sobre el cuerpo herido del mundo.
‘Dilexi te’ no comienza con un diagnóstico social, sino con una historia de amor. Porque antes de transformar estructuras, el Evangelio transforma corazones. Jesús no espera a que el mundo cambie para amar; ama y por eso el mundo cambia. Esa es la pedagogía que el Papa propone: aprender a mirar como Él mira, a servir sin miedo al desperdicio, a amar sin medida. Quizá el verdadero escándalo del Evangelio no sea la pobreza, sino la ternura.
Por eso el amor auténtico deja huella y que como en aquel perfume, su aroma permanece incluso cuando todo parece haberse disipado. ‘Dilexi te’ nos enseña que el amor a los pobres no es solo una opción moral: es la memoria viva del amor de Cristo. Y cada vez que una mujer o un hombre se inclina sobre la herida del otro, el Evangelio vuelve a perfumar la historia.
Lo que vi esta semana
A personas dando de comer a migrantes e indigentes en el atrio de la Catedral de Monterrey.
La palabra que me sostiene
“Déjenla, ha hecho una obra buena conmigo”. (Marcos 14,6).
En voz baja
Señor Jesús, que mi vida deje el perfume de tu paso por el mundo.
