El humilde albañil y el empresario potentado toman mucho alcohol, demasiado. El primero es un borracho; el segundo, bebedor social. Una muchacha de barrio popular trabaja como ‘vedette’ en un popular centro nocturno; y otra, de complejo habitacional exclusivo, como ‘escort-edecán’ de eventos glamurosos. Aquella es una piruja; y esta, muy ‘open mind’. El migrante austríaco que llega a la ciudad es un buen partido para las ricas chicas casaderas, pero el hondureño recién arribado constituye un peligro para las empleadas domésticas.
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Esta doble valoración sociológico-moral es criticada por León XIV, en su reciente exhortación apostólica ‘Dilexi te’. Particularmente en el n. 14 del primer capítulo, Algunas palabras indispensables, y dentro del apartado Prejuicios ideológicos, desenmascara esas tesis tan farisaicas que ven la pobreza como resultado de la pereza o la fatalidad y, peor aún, de un mandato personal.
“Los pobres no están por casualidad o por un ciego y amargo destino. Menos aún la pobreza, para la mayor parte de ellos, es una elección”, son las palabras del misionero norteamericano en Perú, cuyo contacto con esa realidad le llevó a adquirir la nacionalidad del país andino. Y remata enseguida: “… todavía hay algunos que se atreven a afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad”.
Ceguera y crueldad
Ceguera, porque no es cierto que los pobres lo sean porque no trabajan. Dice Robert Prevost Martínez: “Hay muchos… que trabajan desde la mañana hasta la noche… aunque este esfuerzo solo les sirva para sobrevivir y nunca para mejorar verdaderamente su vida”. ¿Cómo no ver esa realidad lacerante, sobre todo, en los países más marginados?
Crueldad, porque quienes sí ven su laboriosidad la minimizan, le quitan importancia, acudiendo a criterios meritocráticos, y suponiendo que quienes tienen éxito en la vida es gracias a su empeño laboral. Son muchas las personas pobres que trabajaron de sol a sol durante toda su vida… y nunca salieron de la pobreza. Es cruel no reconocer esta realidad.
Números 13 y 15
Permítaseme una palabra sobre los números anterior y posterior al que hemos comentado, y que redondea la reflexión que propongo. En el n. 13, León XIV acota: “[Hay analistas que] Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual”.
Y en el n. 15 cuestiona la actitud de algunos cristianos que se dejan contagiar por ideologías mundanas o por posicionamientos políticos y económicos injustos. Critica el hecho de que, con frecuencia, en nuestras parroquias y grupos apostólicos se desprecie o ridiculice el ejercicio de la caridad, de la atención a los más vulnerables, como si fuese el carisma individual de algunos a “los que se les da” trabajar en la pastoral social o en la asistencia a los más pobres.
Cambio de mentalidad
El documento del Papa es un fuerte llamamiento a cambiar nuestra forma de pensar, como lo indica en el n. 11: “Al compromiso concreto por los pobres también es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural”. Tachar al pobre de flojo es caer en “injustas generalizaciones y conclusiones engañosas” (n. 15).
Veremos cómo le va a León XIV en la recepción de su primera gran propuesta. Preveo que mal, muy mal. Si Francisco de Roma –con ‘Evangelii gaudium’, ‘Laudato si’ y, especialmente, con ‘Fratelli tutti’– se ganó por parte de sectores conservadores, sobre todo norteamericanos, epítetos como “izquierdista”, “comunista”, “habla de lo que no sabe”, “trasnochado”, etc., con este texto –como decimos en México– Prevost Martínez le está diciendo a Bergoglio: “Hazte a un lado, que ahí te voy”.


