Ecuador está en pie de guerra en las últimas semanas desde que el Gobierno de Daniel Noboa anunciara que eliminaba las ayudas para el pago del combustible. Una medida controvertida y que, después de ser contestada en primer lugar por transportistas, que empezaron a bloquear carreteras a modo de protesta, unió en la causa a diferentes colectivos populares, incluida la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), principal organización que aglutina a los pueblos originarios.
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Así, poco a poco, se ha ido incrementando la tensión y se ha llegado a la huelga general, decretando el Ejecutivo el estado de emergencia en diez de las 24 regiones. Una crisis que, el pasado 7 de octubre, llevó a que el propio Noboa fuera atacado mientras visitaba la zona de El Tambo. Entonces, una turba rodeó el coche presidencial y este fue apedreado (el Ejecutivo denunció que incluso llegó a sufrir impactos de bala), sin registrarse víctimas.
Amenaza la vida
Ante la gravedad de la situación, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE) ha publicado un comunicado en el que se recuerda que “la violencia nunca será el camino correcto”. Una referencia explícita a los excesos en las protestas y también a la represión de las fuerzas armadas. Y es que todo uso injustificado de la fuerza “amenaza la vida, hiere a inocentes, debilita el Estado de Derecho y perturba la armonía social”.
De ahí que los obispos tengan claro que el camino a seguir solo puede pasar por “el diálogo y la paz”. Una senda en la que han de adentrarse tanto “el Gobierno” como “las organizaciones sociales e indígenas”.
El bien vivir y el convivir
En otro mensaje, las Comunidades Eclesiales de Base de Ecuador han enfatizado que “los indígenas son pacíficos porque viven el bien vivir y el convivir. Son laboriosos porque proveen al Ecuador de alimentos. Son dignos porque no saben odiar. Son valientes porque resisten el colonialismo y el racismo. Construyen el nuevo Ecuador porque dan la vida por un país plurinacional y pluricultural”.
Sin embargo, es necesario “elevar nuestra voz porque clama la sangre de Abel”. Así, para ellos es un hecho que “los indígenas son los más empobrecidos por cinco siglos de despojo en la tierra que Dios les dio. Son golpeados y asesinados por reclamar pacíficamente sus derechos. Son humillados por los poderes civiles, militares y religiosos sin que encuentren solidaridad eficaz de los demás ecuatorianos. No logran vivir en paz por la codicia de los invasores que somos nosotros, consciente o inconscientemente”.
“Dios nos pide y nos pedirá cuentas”, concluyen, pues “somos cómplices por haber elegido al actual presidente, que ejecuta el sistema neoliberal” que “hace a los ricos más ricos a costa de los pobres más pobres”.