“Mas no abandonéis toda esperanza. Del día de mañana nada sabemos aún. La solución se encuentra a menudo a la salida del sol” (Tolkien, J. R. R., 2017, pág. 31)
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Cuando febo asoma, la existencia se colorea y ella se hace palpable, audible, concreta y perceptible por los sentidos. En ciertas sociedades existen frases que manifiestan la idea de la esperanza como algo que va surgiendo en medio de la oscuridad (una luz al final del túnel, siempre que llovió paró, mañana será otro día, ya vendrán tiempos mejores, etc.) El clarear del nuevo día confirma la experiencia del Centinela que, en la penumbra, al ver la luz naciente, exclama: ¡De la noche no queda nada!
El jubileo que estamos celebrando los cristianos, comenzaba con una frase que concuerda con esta vivencia: “Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana” (Francisco – SNC, 2024) (#1).
a. Don que vence la noche
Hemos vivido, vivimos y viviremos experiencias donde “todo está oscuro y parece que no hay salida”, pero cuando hay luces de esperanza la vida adquiere una perspectiva nueva. Allí todo se renueva con la presencia de personas que nos hacen mirar hacia un horizonte nuevo o cambiando nuestra vista, a veces con ayuda de profesionales de la salud, provocando un anhelar lo venidero. ¡Seguramente al pensar esto en la vida, se vienen a la mente muchos rostros y nombres! ¡La esperanza renueva todo ambiente!
Los cristianos somos testigos animosos porque la esperanza está sostenida en la fidelidad, ternura y acción de la Trinidad, “porque Jesús murió y resucitó” (Pironio, Eduardo Francisco, 1980, pág. 261). Por esta iniciativa de Dios, la esperanza es un don teologal que nos trasciende y que en parte ya poseemos. La Trinidad suscita en nosotros esa capacidad natural de buscarla, anhelarla, gozarla porque ya la hemos visto y palpado en personas y en los signos de los tiempos. La esperanza vence la noche, porque se nutre de un Dios que quiere comunicarse y compartir su vida con la humanidad (Concilio Vaticano II – DV, 1965) (#2), creándonos y amándonos, nos hace capaces y competentes en el amor (Aquino, Tomás de – STh I – II, 1998) (q. 113, a. 10).
b. Don engendrado por el Espíritu
“Esperamos porque somos hijos, herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Rom. 8, 16 – 17). La esperanza cristiana que ya vivimos es fruto de la Pascua, porque el Resucitado es memoria, deseo y promesa de la plenitud del misterio de Dios y de la humanidad. La acción de Espíritu garantiza la súplica “que venga tu Reino” (Lc. 11,2). ¡Qué venga ese Reino ya presente! ¡Qué venga esa propuesta de libertad que ya ha liberado! ¡Qué venga ese amor que ya nos ama! ¡Qué venga esa salvación ya realizada!
El Espíritu Santo nos orienta hacia un destino ya anticipado y garantizado porque es la ruah quien engendra a Cristo en las personas (Codina, Víctor, 2015, pág. 116), transformándonos en sacerdotes, profetas y pastores. Este engendramiento se vive conflictivamente, porque los creyentes vemos y encontramos la cercanía de Dios en aquellas señales que a menudo son rechazadas por muchos, incluso por quienes dicen seguir al mismo Nazareno. Para los cristianos, siempre hay presencia de Dios. Este don teologal nos ayuda a ver y descubrir que en todos los momentos de nuestra existencia somos heredad de la Divinidad, incluso en aquellas situaciones en que todo parece estar oscuro y perdido, porque profesamos que, en el mediodía de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer, y que resucitó venciendo los lazos de la muerte, de la tristeza y la desesperación, “cuando aún éramos frágiles” (Rom. 5, 6 – 8).
c. Don desafiante
Esta virtud teándrica, nos impulsa a abrir constantemente el corazón y la mente a los nuevos desafíos, descubriendo que el Evangelio continúa haciéndose carne. El primer reto que tenemos es la trasformación de la eclesiología. Es decir, nuestra forma de ser Iglesia en un mundo en constante mutación. Para ello necesitamos inspirarnos en el aggiornamento del Papa Juan XXIII y en la sonrisa de Juan Pablo I, así podremos ser “motivos para que sigan esperando”. Estos testimonios, como los de tantos otros seres humanos, no están fundados en lo que ellos nos brindaron de sí mismos, sino en que fueron capaces de percibir los anhelos cotidianos y en ellos la presencia de un Misterio que todo lo renueva.
Para ser iglesia esperanzada, necesitamos revivir, recordar, retomar lo iniciado por el Concilio Vaticano II cuando provocó un cambio de estilo eclesial:
“de una iglesia juridicista y de sociedad perfecta, a una misterio de comunión, radicada en la Trinidad; de una iglesia triunfalista a una que camina con todo el pueblo hacia la escatología y el reino; de una iglesia clerical y discriminadora de los laicos a una toda ella pueblo mesiánico y sacerdotal de Dios; de una iglesia arca de la salvación a una sacramento de salvación; de una iglesia centralizadora a una corresponsable y sinodal; de una iglesia señora, madre y maestra a una servidora; de una iglesia al margen y contra el mundo moderno a una iglesia en el mundo y en diálogo con la modernidad; de una iglesia fixista a una que reconoce los cambios de la historia, la sociedad y de ella misma” (Codina, Víctor, 2015, pág. 138).
d. Don que se vive con tensión
Creer en el Resucitado nos hace vivir serenamente la esperanza en la tensión de la certeza y la promesa. Volviendo el ejemplo del amanecer, nos vamos a dormir con la esperanza de un nuevo día sin saber cómo será. Nos preparamos, en algunos casos según los informes del pronóstico del tiempo, pero por las dudas tenemos otras opciones.
Creemos en el regreso definitivo al seno de la Trinidad, pero aún no sabemos el cómo y cuándo. A menudo se nos interpela la falta de esperanza, que termina siendo una escasez de fe:
“Esta falta de esperanza se da también dolorosamente en el interior de la Iglesia: o porque nos instalamos en el tiempo, perdiendo la perspectiva de lo eterno; o porque nos evadimos del tiempo, haciendo de la esperanza una espera pasiva y ociosa, una simple resignación negativa; o porque nos dejamos invadir por el pesimismo, nos paraliza el miedo y no podemos superar el escándalo de la cruz. En el fondo, no creemos que Jesús resucitó y vive” (Pironio, Eduardo Francisco, 1980, pág. 260)
La esperanza es otro test más elocuente de la fe, porque Jesús, el Cristo, ha resucitado (1ª Cor. 15, 14).
Anhelamos un mundo nuevo, porque creemos que la Resurrección recrea “los cielos nuevos y la tierra nueva” (2ª Ped. 3, 13). Apetecemos un banquete perpetuo, porque somos comensales, hijos y herederos del Reino.
Ambicionamos la justicia y la paz, porque los poderosos fueron destronados, los humildes ensalzados, porque los hambrientos fueron saciados y los ricos tuvieron las manos vacías (Lc. 1, 52 – 54).
Somos alegres en la esperanza (Rom. 12, 12) porque a los pobres y los perseguidos por practicar la justicia les pertenece el Reino, porque los afligidos son consolados, porque los pacientes reciben la tierra en herencia, los que tienen hambre y sed de justicia son saciados, porque los misericordiosos obtienen misericordia, los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios (Mt. 5, 3 – 11).
Aspiramos a un mundo en donde el bien común impregne la existencia, porque somos liberados en Cristo provocando una liberación integral de las personas y las sociedades (Gal. 5, 1).
Por esto, los cristianos no sólo esperamos la consumación definitiva del Reino, sino que lo construimos diariamente. Cuando el ser humano busca la felicidad, lo noble, bello, bueno, rastrea a Dios, quien se regocija en esa búsqueda dejándose encontrar, porque tiene esperanzas en la humanidad poniendo en nuestras manos su proyecto de liberación.
Resulta muy llamativo, que los primeros creyentes en el Mesías de Palestina nos dejen el testimonio de dos acontecimientos de la vida pública que estarían bajo las coordenadas de la oscuridad y la luz. En el Nacimiento, a los pastores que de noche vigilaban, fueron envueltos con la luz (Lc. 2, 8). Juan nos testifica que la resurrección sucede “cuando todavía estaba oscuro” (Jn. 20, 1). Entre ambos testimonios hay una manifestación peregrina sinodal: desde el seno de la Trinidad hasta la plenitud de los tiempos.
“La esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,1-2.5) … Esperar, es creer.
e. Plegaria
Espíritu de la aurora, es bello y agradable alabarte,
porque desde los inicios de los tiempos aleteas nuestra existencia,
porque haces germinar semillas de verdad, de bien y de belleza en nuestro mundo que por momentos parece oscurecerse, porque haces que todos los días brille una luz especial por medio de múltiples acciones de nuestros hermanos y amigos.Espíritu de la esperanza que, siendo engendrados por vos, continuemos transformando la vida eclesial,
para que nos caractericemos por ser una iglesia en comunión con la Trinidad y las personas,
peregrina y servidora, toda ella mesiánica y sacerdotal que intercede y lucha por el bien común.Espíritu de la promesa, te damos gracias porque en la vida de… (pensar en una persona esperanzada)… podemos percibir tu acción.
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Trabajos citados
Aquino, Tomás de – STh I – II. (1998). ‘Suma Teológica’. CABA: BAC.
Codina, Víctor. (2015). ‘El Espíritu obra desde abajo’. Madrid: Sal Terrae.
Concilio Vaticano II – ‘Dei verbum’ (1965).
Francisco – ‘Spes non confundit’ (2024).
Pironio, Eduardo Francisco. (1980). ‘Queremos ver a Jesús’. Madrid: B.A.C. (Biblioteca Autores Cristianos).
Tolkien, J. R. R. (2017). ‘El Señor de los anillos. II Las dos torres’. CABA: Minotauro.
