Todo el mundo habla (hablamos) de la sanidad pública. Lo primero que debe decirse es que casi todos formamos parte de ella, como usuarios presentes o futuros, o como trabajadores en la misma; en mi caso, por partida doble. La cantidad de usuarios del sistema privado es todavía, en proporción, escasa. Dentro de estos, hay no pocos miembros de los partidos en el poder, lo cual resulta cuando menos chocante, pero eso es otro problema.
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Es un sistema con defectos y virtudes, como todo lo humano, pero su principal problema es que, en su forma actual, la mayoría de expertos afirma que es difícil e incierto de sostener y resulta ruinoso. Es un pozo sin fondo que debe hacerse cargo de una población cada vez más envejecida y enferma. Sus costes son descomunales, lo cual además se presta a la demagogia y la disputa partidista con fines espurios. Cualquier crítica constructiva hacia la racionalización de su uso y sus gastos es malinterpretada y utilizada de forma torticera.
Impotencia y frustración
Además, los ciudadanos de a pie carecemos de margen de maniobra sobre problemas de tal calado, con la impotencia y frustración que pueden resultar de este hecho. Por ello, debemos preguntarnos qué podemos y debemos hacer como como personas individuales para cuidar el único sistema sanitario que la mayoría poseemos y que cada vez necesitamos más.
Se me ocurren varias ideas sencillas, cotidianas, al alcance de la mayoría. Como usuarios, debemos esforzarnos en hacer un buen uso de los recursos a nuestro alcance. Preguntarnos si está justificado lo que requerimos, sobre todo al acudir a urgencias. Es muy posible que en la mayor parte de los casos lo esté, pero no en todos.
Cuando vamos a la consulta o al hospital, ser corteses con el personal sanitario, por ejemplo, en algo tan concreto como ir bien vestidos. Las bermudas son para ir a la playa; el chándal, para hacer deporte. Puedo ir con ropa laboral a una consulta si es en mi horario de trabajo o, si paso la noche cuidando a un familiar, utilizar ropa cómoda, pero no está justificado en muchas otras circunstancias. Del mismo modo, no recojo en la farmacia medicamentos que no vaya a usar y que acaban caducando en un anaquel. Los fármacos son caros y valiosos, aunque pensemos que no cuestan nada.
Indicaciones del personal
Cuando toca estar hospitalizado, sigo las indicaciones del personal, que por lo general son de sentido común. Intento convivir lo mejor posible con los compañeros de habitación, en la circunstancia nada sencilla de la enfermedad, a veces grave, o de una cirugía. Y quito el sonido de la tele cuando molesta o entra el médico a pasar visita.
Respecto a nosotros, al personal sanitario, hay que cuidar las formas, que en no pocas ocasiones reflejan el fondo y suponen una muestra de respeto hacia pacientes, familiares y compañeros de trabajo. En el vestido, en el lenguaje que utilizamos, en cómo tratamos a pacientes y familiares. Y no abusar de los privilegios que otorga trabajar en un hospital; por ejemplo, no nos llevamos material sanitario. Una cosa es coger un analgésico si me duele la cabeza y otra llevarme gasas, esparadrapos, antisépticos, guantes o mascarillas. Aunque al hospital todo eso le sale barato, si los miles de personas que trabajan en un sistema sanitario lo hacen, es un atentado al presupuesto.
Como ven, nada extraordinario. La mayor parte de propuestas son de sentido común y de educación cívica, pero, si las señalo, es porque día tras día sufro su ausencia en mi vida hospitalaria.
Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.

