Tribuna

En la capilla del Mater

Compartir

La capilla del Colegio Mater Salvatoris es un espacio para el encuentro y el diálogo con Dios y conmigo mismo. Por lo tanto, es un espacio de silencio. Un punto en el cual podemos descubrir claramente cómo, de alguna manera, nos empezamos a distanciar del propio silencio tejido por una misteriosa discrepancia con el mundo, por un lado; y por otro lado, con otra cara del silencio que es una expresión del mundo mismo.



Allí, en la brevedad infinita de la capilla del colegio, podemos abrirnos paso a una dimensión más profunda del silencio. Una dimensión que transforma a ese silencio en un universo que escucha, pero que, al mismo tiempo nos habla con palabras que penetran lo más humilde y lo más pequeño. Silencio que deslumbra con resplandor de luna quieta.

Oro en silencio. Escucho, entre el murmullo de las niñas que aprenden a orar, el latir suave de otro silencio que pareciera que se basta a sí mismo. Un silencio tejido por la espera del nombrar. Cerrar los ojos en la capilla me resulta como un detenido transitar por un desierto a través del cual, misteriosamente, nos adentramos en el vacío para encontrar en él, precisamente, la plenitud. Plenitud que nos inflama el alma y nos abraza consoladoramente sin decir nada, sin pedir nada, pero oyendo cómo Es, escuchando lo que soy. Oro en silencio.

Capilla Mater

Aquí su perfume

A la capilla del Mater entro a sumergirme para saber del Señor, para escucharlo en ese espacio que se crea entre el silencio y mi aliento. Me hundo en el espacio y el tiempo. Tiempo que parece dormir en la memoria del corazón y nos trae entre cada latido la presencia de un acompañante. Un acompañante que me susurra al oído unas palabras que, de pronto, no sé por qué giros del misterio, me recuerdan unos versos que Jorge Manrique escribió alguna vez: «amansa tu turbación, recoge tu seso un poco, no quieras dar ocasión a tu gran alteración que te pueda tornar loco».

Entonces, como ceremonial que sobrepasa mi entendimiento, un perfume me recorre cada rincón de mi ser hasta dilatarse en vértigo. Un perfume que anuncia el instante sagrado de la caricia de Mater Salvatoris.

La turbación se disipa, el silencio abraza generoso, armonías delicadas sin razón alguna. El mundo se vuelve una pura gracia. Un perfume a rosas insólitas que parecen despejar el caminito del que habló Santa Teresita. Camino sencillo que consiste en aceptar con tranquilidad nuestras debilidades y carencias, pero con una confianza ilimitada en que Dios hará de nosotros lo que Él quiere que seamos. Camino que es María. María, que me conduce a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida.

Aquí el corazón y una fuente

En la capilla del Mater suele venir a mi memoria, cuando solo entro a beber silencio a raudales, unas líneas de un poema de José Antonio Ramos Sucre llamado “Discurso del Contemplativo”. En el poema se hace mención de una casa espaciosa donde no hay otro ruido que el de una fuente. Una fuente que es como una antigua herida que embriaga. Fuente rebosante de vida, de sol que asoma su rostro despertando aquí y allá los colores dormidos de la existencia.

En esa sonrisa dulce de la fuente silenciosa, la capilla del Mater me abre el corazón a la imagen del inefable misterio que allí, entre sus bancas, sale a nuestro encuentro. Se posa ante nosotros para vaciarnos de fantasías e imaginaciones y colmarnos de la realidad profunda de su amor.

En la capilla del Mater, no sabría explicarlo bien, pero el umbral del asombro baja silenciosamente como arroyo de montaña, como corazón que canta frescura vivificante, transformando al nuestro en espacio inexpresable que abarca todo. Fuente y corazón: radicación anímica del amor que me impulsa a la interiorización del sentido. Sentido íntimo que busca la mirada de la radicalidad del amor de Cristo. Radicalidad de amor que me orienta la mirada interior a contemplar a María como manantial de felicidad. Que me conduce a la comprensión de que una vida sin amor no es digna del hombre, y muchas veces el dolor conduce a una comprensión más profunda de ese amor. En la capilla del Mater, a los pies de María y al amparo de la mirada del Señor, un corazón latiendo entre el cristalino canto de una fuente misteriosa me enseñó un nuevo camino para el encuentro entre Dios y yo. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y aprendiz del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela