Reflexiones tras volver al hospital


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Septiembre suele ser un buen mes para las plantas médicas de hospitalización, fuera de la pandemia Covid-19, donde tuvimos una segunda oleada muy dura. Lo habitual es que todavía no hayan llegado las infecciones respiratorias estacionales, las plantillas se van completando tras las vacaciones y la rutina hospitalaria se reanuda.



Retomamos los casos difíciles, que vuelven a la consulta tras el verano, se preparan sesiones clínicas y quizás clases y publicaciones, nos hacemos conscientes (una vez más) de las luces y sombras del sistema sanitario en que trabajamos, maravilloso en algunos aspectos (excelentes profesionales, medios casi ilimitados), disfuncional en otros (burocratizado, caro, ineficaz). En esta última etapa profesional de mi vida, hace tiempo que renuncié a cualquier intento de mejora “global” o estructural y me ocupo de lo inmediato, de mi pequeña esfera de responsabilidad: los pacientes que atiendo, los médicos jóvenes que rotan conmigo, los próximos con quienes trabajo, de cualquier estamento.

Discernir lo accesorio

Mis experiencias recientes como enfermo me han hecho todavía más consciente de lo que resulta importante y lo que no, aquello de lo que hay que ocuparse y lo que es accesorio. Contemplo con una buena dosis de escepticismo las iniciativas verticales que toman los gestores, cuyos motivos ignoro y en ocasiones incluso sospecho espurios, alejados de la realidad cotidiana del hospital, de lo que funciona y de lo que no.

Médico general

Me temo que esa aparente lejanía de la realidad (al menos así es apreciado por los clínicos) es compartida, en mi experiencia, por los gestores sanitarios de la mayoría del espectro político, si bien el derroche y la incompetencia observada y padecida han sido mayores en los gobiernos autónomos así llamados de izquierdas que he conocido.

Conciencia del gasto

Soy consciente de que los clínicos debiéramos ejercer con una mayor conciencia del gasto y las limitaciones de los sistemas sanitarios en que ejercemos (si se diesen a conocer), pero eso implicaría un diálogo honesto que condujese a decisiones compartidas sobre el gasto, en las que pudiésemos tener influencia. Por desgracia, cualquier iniciativa se vería contextualizada en una atmósfera de desencuentro crónico en que los gestores carecen de la autoridad (“auctoritas”) imprescindible para alcanzar cualquier consenso.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.